El silencio de la gente buena

¿No tienes enemigos? ¿Es que jamás dijiste la verdad o jamás amaste la justicia?

Santiago Ramón y Cajal.

Es conocido que en la antigua Grecia el término “idiota” era utilizado para referirse de manera despectiva a todo aquel que reusaba formar parte de la vida pública, dedicándose, únicamente, a sus asuntos privados. No en vano, pensadores de la época como Aristóteles sostenían que la única forma que tenía el ciudadano de alcanzar la justicia, la libertad y “la vida buena” era a través de la participación política activa. Mucho ha llovido desde entonces.

Hoy, atreverse a opinar y a aportar puntos de vista diferentes conlleva ser víctima de toda una amalgama de odios, desprecios, insultos y calumnias. Los que, aun así, llevamos algún tiempo en esto de dar la cara y decir públicamente lo que nos parece mal y qué posibles soluciones consideramos más sensatas, tenemos asumido que es el precio a pagar. Aunque no cobremos un céntimo, podemos decir que sabemos que “va en el sueldo”.

Con motivo de la polémica suscitada por todo lo que ha rodeado y sigue rodeando la futura manifestación “contra la inseguridad” del próximo día 17, mucha gente me ha manifestado, de forma privada, su apoyo, animándome y felicitándome por lo que consideran un acto de valentía: si participar en política es ya un pecado e ir a contracorriente un delito, hablar de prejuicios y fallas en la convivencia ceutí supone rozar el grado de crimen de lesa humanidad. Por supuesto, les agradezco —y mucho— el gesto. Sin embargo, creo que lo más positivo que puede hacer (no por mí, sino por la salud democrática de la ciudad) todo aquel que piensa diferente y no tolera el linchamiento ni la maldad, no es otra cosa que alzar la voz, participar en los foros, aportar opinión. No dejar que sean los miserables quienes acaparen las redes sociales con sus insultos, su intolerancia, su estupidez y sus amenazas. Demostrar que en Ceuta hay mucha gente buena.

Las reacciones a la llegada a nuestra ciudad de más de 400 personas migrantes el pasado viernes constituyen un buen ejemplo del monopolio del que la crueldad disfruta en el espacio virtual. Echar un vistazo a los comentarios vertidos en cualquiera de nuestros periódicos digitales (o las versiones digitales de los impresos) se vuelve un ejercicio de puro sadismo para con los más elementales sentimientos de solidaridad, empatía o, sencillamente, para con la razón misma. No es que no se atisbe bondad alguna; es que no hay rastro del más mínimo raciocinio.

La buena gente, la gente que razona y argumenta, no puede consentir que el extremismo irracional campe de manera tan cómoda por las plataformas de opinión. Como decía Martin Luther King: “lo que da miedo no es el grito de los malos, sino el silencio de los buenos”. Callar ante la injusticia nos hace cómplices. Dedicarnos a lo nuestro, dejando de lado lo colectivo, nos convierte, atendiendo al sentido clásico del concepto, en idiotas. Hay que ser valientes. Ceuta no es ni puede ser lo que quieren los fanáticos.

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