Cuando el odio es ofendido

Hace unas semanas, Arturo Pérez Reverte fue preguntado sobre las continuas acusaciones de machismo que le son lanzadas desde grupos feministas. El famoso escritor se defendió acudiendo a su condición de padre de una chica. El razonamiento sería el siguiente: “Si tengo una hija a la que le deseo lo mejor, ¿cómo demonios voy a ser machista?”. Touché.

El machismo no es la única forma de dominación que pretende negarse de manera tan burda. Todo prejuicio acostumbra a vestirse con los mismos ropajes. Casi ningún facha se ve como tal, pues existe un mecanismo para camuflar el odio de sentido común. Ignorando que el rechazo al diferente ha de adaptarse a los valores oficiales de cada época para sobrevivir, los distintos portadores de los peores sentimientos de intransigencia logran calmar su conciencia a través de comparaciones con tiempos pasados.

Si en los años treinta, el racismo podía apoyarse en teorías pseudocientíficas , la única manera que tiene— una vez tumbadas tales tesis— de subsistir es basándose en diferencias culturales incompatibles. O en el “Primero los de aquí” de LePen. Quienes propagan este discurso no se consideran racistas porque para ellos la única definición de racismo es la correspondiente a un racismo hoy indefendible, al igual que el homófobo no se considera homófobo porque cree que la única homofobia es la del pasado. Se acude entonces al argumento de Pérez Reverte: “¿Cómo voy a ser yo xenófobo si trato a diario con inmigrantes y no estoy a favor de matarlos?¿Cómo voy a ser homófobo si tengo amigos gays”.

La necesidad de apoyo en alguna parcela de la vida personal suele ser el clavo ardiendo al que se agarran los que, en lo más profundo de su ser, saben que son culpables de aquello de lo que se les acusa. Se defienden amparándose en irrelevancias de su mundo privado y atacan al contrario exigiendo credenciales que den fe de que su interlocutor puede opinar lo que opina. La vida privada de uno le proporcionaría justificación para escupir cualquier cosa; la vida privada del adversario le incapacitaría para expresar lo contrario. Así, Pérez Reverte, al ser padre de una mujer, queda libre de toda acusación de machismo y, por tanto, capacitado para defender tesis machistas y exigir al feminista de turno que, para serlo, primero sea, como él, padre de una fémina. Del mismo modo, tener un amigo inmigrante nos dejaría exentos de cualquier acusación de xenofobia y nos proporcionaría justificación moral para defender políticas antiinmigración y para exigir a los colectivos en defensa de inmigrantes que, antes, “los metan en su casa”. El racismo de épocas pasadas mataba, así que si soy amigo de un negro no puedo ser racista. Fin del debate.

Este tipo de argumentación es la tónica habitual de una extrema derecha civil (no civilizada) que ha hecho de las redes y los foros digitales su particular refugio, la trinchera perfecta desde la que disparar, a diario, insultos a la inteligencia y descalificaciones contra todo el que se atreva a defender los Derechos Humanos, la interculturalidad, los derechos sociales o el antifascismo. Contra todo el que denuncie la intolerancia y la injusticia de un mundo que ellos consideran justo y tolerante por comparación con intolerancias e injusticias del pasado.

A tal punto hemos llegado en nuestra ciudad que el diario El Faro ha tenido que amenazar (y no es la primera vez) con bloquear a los usuarios que escribieran comentarios hirientes y ofensivos en los links de su página de Facebook. Tras El Faro, hicieron lo mismo Ceuta Actualidad y El Pueblo. Curiosamente, es esa gente — la que cada día incita al odio y al linchamiento, la que ofende e injuria, la que utiliza el espacio virtual para amenazar e insultar, la que denigra diariamente al diferente, la que no duda en manifestar su desprecio contra aquellos que son conscientes de que quienes hemos nacido aquí no tenemos más derecho a una vida digna que quienes han nacido un poco más al sur, etc.— la que pone el grito en el cielo cuando, alguna vez, alguien les dice que sus “argumentos” son propios de “estúpidos”. Entonces, los profesionales del odio y el insulto exigen respeto y educación.

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