Rumbo suroeste: la parada en Las Canarias (XIII)

En su primer viaje Colón practicará una navegación de altura, despegándose de la costa , cosa que en aquella época resultaba bastante difícil porque no se sabía calcular la longitud, una de las coordenadas geográficas que junto con la latitud permitía fijar la posición de un barco.

El marino genovés se consideraba todo un experto y presumía de ello. Sin embargo, Colón no usará la denominada técnica de altura, sencillamente porque la desconocía, sino que navegará a la “estima”, técnica que consistía en anotar el rumbo que le proporcionaba la brújula y las distancias estimadas en una carta o mapa. Tiempo, velocidad y distancia. Para ello contaba con un instrumental representado por la ampolleta o reloj de arena, cuadrante, mapa, brújula, sondaleza, regla, compás y la “Ephemérides”, en su caso, de Regiomontano ( insigne astrónomo y matemático del siglo XV), más sus cualidades innatas, a las que habría que añadir ese oler el mar propio de los hábiles marineros.

Colón encamina su navegación, relacionándola con los vientos expresados en la llamada rosa de los vientos, donde el horizonte quedaba dividido en 32 partes iguales con 16 líneas de rumbos. La línea que unía al naciente (Este) con el poniente ( Oeste) era la llamada línea Este- Oeste, mientras que se denominaba Norte- Sur a la línea que corta a aquella en cruz. De este modo aparecían cuatro partes y porciones que, divididas en dos, facilitaban los ocho vientos principales: Norte, Noreste, Este, Sureste, Sur, Suroeste, Oeste y Noroeste. Los “medios vientos” o rumbos intermedios eran: NNE, ENE, ESE, SSE, SSO, OSO, ONO Y NNO.

El dia de la partida desde la barra de Saltés y hasta la puesta del sol, la flotilla colombina recorrió 60 millas. Colón empleaba la milla italiana, equivalente a 177,5 metros o a cuatro leguas. Ya veremos, más adelante, como el futuro Almirante falsea sus cómputos, errando al contar las leguas navegadas, como había errado al calcular el valor de una legua y el de un grado terrestre. Todo fue un cúmulo de errores.

Para el marino ligur los mares hacia el Norte de Europa, Azores, Madeira, Canarias y más al Sur –Guinea- no eran extraños. Por eso puso rumbo , sin dudarlo, hacia el archipiélago canario consciente de su valor geográfico como trampolín, y sabedor de que era la única posesión castellana en el Atlántico hasta la cual los portugueses le iban a permitir navegar.

En el camino a Canarias los barcos sufren los embates de un fuerte temporal que provocaría por dos veces la rotura del timón de “La Pinta”. El propio Colón apuntó en el Diario que tal vez se debía a un sabotaje o bien ser causada (la rotura) por un fallo de consideración del gobernalle (timón) recompuesto un tanto provisionalmente en medio de un océano bravío. . El desbarate producido planteó la necesidad de navegar hacia la isla de Lanzarote. Forzosamente Colón hubiera recalado en el archipiélago para realizar el postrero abastecimiento de la flotilla antes de adentrarse en el Atlántico, pero se imponía de forma prioritaria abordar cuanto antes la primera de las islas Canarias. Y esta era Lanzarote.

Los barcos avistaron la isla al alba del 9 de agosto, seis días después de la partida y, durante tres días más, no les fue posible acercarse a ningún fondeadero por las calmas y vientos contrarios. Ante tales circunstancias y el defectuoso estado de “La Pinta” que hacía agua, Colón decidió, por un lado, que Martin Alonso Pinzón con la carabela averiada se dirigiera a Gran Canaria, en tanto que él con la “Santa María” y la otra carabela navegaba hacia La Gomera.

La pretensión del genovés no era la de abordar las islas para arreglar los desperfectos de “La Pinta”, sino para encontrar una nave que la sustituyese. Por eso su decisión es de una lógica irrebatible: interesa llegar hasta Las Palmas en Gran Canaria, frente a cuyas costas se encontraba y que era el núcleo poblacional más importante del archipiélago y sede del gobernador representante de la Corona; y acercarse a San Sebastián de la Gomera lugar de los señores de las islas no realengas. Dejó, pues, a Pinzón frente a Gran Canaria y él se dirigió a La Gomera, entrando en la misma el 12 de agosto. Allí no encontró barco idóneo y menos a la señora del lugar, doña Beatriz de Bobadilla, que se encontraba en Las Palmas.

Colón, pensando que Pinzón ya ha tomado tierra, decide entonces remitir un emisario a Las Palmas en un carabelón que se dirigía a tal lugar. Como pasaban los días, y no tenía noticias de Pinzón, él mismo determina marchar el día 24 a Gran Canaria. Adelantó al carabelón, recogió de él al mensajero y pasó junto a Tenerife divisando al Teide en plena erupción volcánica. Colón lo comparó al Etna siciliano al explicarles a sus gentes la razón del fenómeno.

El sábado 25 de agosto arribaron a Gran Canaria y encontraron que Pinzón, con mucha dificultad, había fondeado el día anterior y que doña Beatriz se había ido llevándose el navío con el que pensaba sustituir a “La Pinta”. Visto lo cual, Colón decide arreglar en Gran Canaria la nave averiada construyéndose un nuevo timón y cambiándole las velas latinas por otras cuadradas, aunque Hernando Colón, su hijo, indica erróneamente que este cambio se le hizo a “La Niña”.

El sábado 1 de septiembre toda la flotilla se dirigió desde Gran Canaria a La Gomera, en cuyo puerto entraron el día 2. Allí cargaron carne, agua y leña, y zarparon el 6 de septiembre, fecha “ que se puede contar como principio de la empresa y del viaje por el océano”, como bien apuntara Hernando Colón. Aquel jueves, día de la partida desde La Gomera, Colón dejaba atrás lo conocido y se adentraba en un mundo desconocido aunque presentido.

Curiosamente el Diario colombino no hace ninguna mención de lo sucedido en el mes de parada en el archipiélago canario. Probablemente Colón haría algunas anotaciones durante su estancia en las islas. O tal vez no. Bartolomé de Las Casas, en su transcripción del Diario, obvió todo detalle sobre lo acontecido durante esos días. Tal vez consideró que no tenía ninguna relevancia.

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