En la inmensidad del océano: observando las estrellas (XVI)
La velocidad de crucero alcanzada por las naves colombinas en esta primera parte del mes de septiembre de 1492, fue la mejor durante toda la travesía oceánica. Los vientos alisios empujaban constantemente y la navegación era muy cómoda. El mar, donde Colón equivocadamente apreció corrientes extrañas, era desentrañado por aquellos nautas, cuyo capitán estaba tan atento de día al horizonte como de noche al cielo. Bartolomé de Las Casas , en su “Historia de las Indias” se hace eco del gran suceso del día 13, cuando estaban a punto de cruzar el meridiano magnético a partir del cual se inicia la tendencia a la declinación Oeste: la alteración de las agujas, que dejan de señalar al Norte.
Realmente, las agujas de las brújulas no marcaban nunca el Norte, sino que se dirigían al Polo Magnético. Esta desviación en el Atlántico es hacia el NO. Colón, escribe Las Casas, observó un tanto perplejo “ que no estaba la flor de lis, que señala el Norte, derecha hacia él, sino que se acostaba a la mano izquierda, y a la mañana nordestaban, es decir que se acostaba la flor de lis a la mano derecha del Norte, hacia donde sale el sol”.
Don Hernando Colón abunda en la anomalía y especifica que en las primeras horas de la noche las agujas nordesteaban “ por media cuarta, y al alba nordesteaban poco más de otra media, de lo que conoció que la aguja no iba derecha a la estrella que llaman del Norte o Estrella Polar, sino a otro punto fijo e invisible, cuya variación hasta entonces nadie había conocido”. De acuerdo con lo que dice don Hernando, su padre habría sido el descubridor de la declinación magnética, pero esto no es cierto. Colón perdió aquí la ocasión de realizar más de un descubrimiento.
El fenómeno era bien claro: las agujas de las brújulas no señalaban el Norte y la Estrella Polar aparecía o por el NO o por el NE. Al comenzar la noche, la Estrella Polar se había desplazado con relación a la flor de lis (aguja) de la brújula, que dio la sensación de noroestear (tendencia a girar al NO); al amanecer, la Polar estaba en el extremo opuesto y la aguja parecía nordestear (giro al NE).
Inicialmente Colón creyó que las agujas andaban mal. El asombro del Almirante debió ser mayúsculo y aumentaría cien leguas más adelante, porque Colón, atónito y curioso, decidió proseguir examinando el fenómeno en busca de una explicación. El prodigio ya era conocido en aquella época. El historiador e investigador Julio Guillén anota el testimonio de chinos y peregrinos medievales, y aclara que en 1492 el desvío en el Mediterráneo era de unos 16º NE.
Colón siguió comprobando en noches sucesivas que al oscurecer las agujas se dirigían al Oeste de la Estrella Polar, y al amanecer al Este. El marino genovés sabía que las calamitas (aguja de las brújulas) no señalaban exactamente el Norte, pero lo que le sorprendió era el cambio en tan poco tiempo. Esto le dejó desconcertado y movió su curiosidad. Vio entonces que las agujas oscilaban entre el anochecer y el amanecer, pero no inclinándose a uno y otro lado de la Estrella Polar, sino que al comenzar la noche acusaban un notorio y manifiesto desvío hacia la izquierda, y al amanecer coincidían con la Polar. Según José Luis Comellas y Julio Guillén, Colón acababa de descubrir no la declinación magnética como dice su hijo Hernando, sino la variación de esa declinación con la longitud , una de las coordenadas geográficas. Lo que no descubrió el genovés fue la auténtica causa. ¿Cambiaba la estrella o cambiaba la aguja? Colón creyó que variaba la Polar. No lo dijo para no intranquilizar a la tripulación.. Había hecho un gran hallazgo: la estrella, aparentemente inmóvil, se mueve; pero “ perdió la ocasión de descubrir que se mueven tanto la aguja como la estrella”.
El día 15 de Septiembre, los barcos se encontraban a casi 300 leguas de las islas Canarias. El tiempo, templado, con vientos bonancibles del NE al SO (alisios) no hacía presagiar nada anormal. Fue en la noche cuando , según anotación recogida en el Diario , “cayó del cielo al mar una maravillosa llama, cuatro o cinco leguas distante de los navíos con rumbo SO”, Hubo sorpresa, admiración y asombro. Nunca, por vistas repetidas, tales manifestaciones de la naturaleza dejan de maravillar y fascinar al hombre.
La erupción del Teide en días pasados, el espectáculo del aerolito en medio del Atlántico ahora y el eclipse total de Luna en febrero de 1504, durante el cuarto viaje, fueron fenómenos muy apropiados para subrayar el espíritu supersticioso y temeroso de los marinos. Ante las llamaradas del volcán canario la gente se turbó y el Almirante aprovechó para “darles a entender el fundamento y la causa del fuego”. La bola ígnea que acababa de hundirse en el océano les resultó deslumbrante a Colón y a los marineros. Bartolomé de Las Casas recuerda que la contemplación del “ramo de fuego”, alborotó y entristeció a la gente por considerar al espectáculo como una señal de no haber emprendido buen camino. El pasmo tendría su razón de ser no sólo en la visión, sino en la ignorancia de sus causas. Ni siquiera Colón, que todo lo sabía, era capaz de explicar lo visto.
El profesor José Luís Comellas en su obra “El cielo de Colón” explica que las caídas de bólidos es algo repetido desde siempre, y desde siempre, al dibujarlos o describirlos, se recurre a la imagen “ramos de fuego”, porque esa es la impresión que producen. El meteorito no es otra cosa que un fragmento de materia , rocosa o metálica, flotante en el espacio exterior, que penetra en la atmósfera volatilizándose en medio de grandes destellos y dejando tras sí una cola luminosa. Cuando el cuerpo se divide y desparrama, la imagen es similar a unos fuegos de artificio.
El mes de septiembre parece ser que es en el que más se dan estas escenas, que duran unos segundos. Así ocurrió el 15 de septiembre de 1492. “Luego, en el silencio de la noche, las dos Osas, el Boyero, el Cisne, el Águila, Sagitario, siguieron mirando con sempiterna serenidad, como si no hubiera pasado nada, a las tres carabelas”.
La señal en el cielo encerraba una advertencia fatídica con distinta interpretación. Los que navegaban hacia el Nuevo Mundo creyeron que no habían tomado el buen camino. Los que estaban en ese Nuevo Mundo (los indígenas), desconocían el significado de tan extraña novedad y procuraban averiguarlo, con adivinos, encantadores y sacrificios .