Las calmas de los caballos (XVIII)

El 19 de septiembre, Colón continuaba descontando leguas del cómputo diario para que los compañeros no desmayaran. Desmayar es el verbo que usa por flaquear o desanimar. Ingenua triquiñuela, pues bien sabían los pilotos lo que habían navegado. El mismo Hernando Colón silencia las cuentas y descuentos de su padre, posiblemente para que no se conociera que el progenitor- el que siempre acertaba y tenía razón- se estaba equivocando.

Cuando deciden cotejar sus puntos o, lo que es lo mismo, averiguar dónde se encontraban, el piloto de la “Santa María”- Pero Alonso Niño- anunció haber hecho 400 leguas; el de la “Niña”-Sancho Ruíz- leyó 440, y el de la “Pinta” – Cristóbal García Sarmiento- anunció que habían navegado 420 leguas. La verdadera distancia era de 398 leguas; lo que significaba que el piloto de la “Santa María” andaba más en lo cierto.

Todavía les quedaban unas 300 leguas, según los cálculos de Colón. Normal que a medida que se alejaban creciera el clima de turbación en la marinería. Estaban muy atentos a las señales de tierra y cada indicio les insuflaba esperanzas, aunque al comprobar que todo se reducía a falacias, equívocos y engaños de la naturaleza, iban creyendo menos. Estaban convencidos que navegaban por ”otro nuevo mundo de donde jamás volverían” (Las Casas).

El falso descubrimiento del día 18, cuando Martin Alonso Pinzón creyó divisar tierras por estribor, desanimó a la gente. El Almirante, en cambio, no transparentaba desencanto. Todo lo contrario. Seguía impertérrito, sin hacer caso de las sugerencias de desviarse en demanda de islas presentidas. Ladran , luego cabalgamos. No cabía detenerse ante aquellos ladridos o cantos de sirenas que le distraían de su principal objetivo. Había surgido por vez primera y a los catorce días de navegación, la posibilidad de cambiar de ruta, a lo que el genovés no había accedido, “porque su voluntad era de seguir adelante”. En días próximos, el 25 de septiembre y el 6 de octubre, nuevas trazas de tierra volverán a plantear la conveniencia de variar el rumbo, como ya comentaremos en otro capítulo.

La flotilla, gracias al viento de popa que le empujaba, venía haciendo un promedio de 35 leguas diarias. Era inminente el final de tal bonanza. A punto de cruzar el meridiano 40º Oeste, los barcos se salían del límite de los alisios y entraban en la conocida como “latitud de los caballos”, variable, pues lo mismo se encuentra a los 25º que a los 30º, según épocas y longitud. En el Atlántico coincide, según J.L. Comellas , con el eje central del mar de los Sargazos. Caer en esta” latitud de los caballos” era peor que entrar en las calmas ecuatoriales, ya que por semanas podían quedarse sin vientos. Para sobrevivir en tales calmas, las tripulaciones sacrificaban los caballos que había a bordo de las embarcaciones que se dirigían a las tierras recién descubiertas. Simplemente para alimentarse, pues los víveres escaseaban.

La rápida navegación cesó como por ensalmo. Horas de vientos flojos, calmas y nubarrones habían sustituido a las horas claras, luminosas, en que un aire constante impulsaba a los navíos. La anotación del Diario, aparentemente anodina, y que no dice nada del estado anímico de los marineros, ofrece, más de una lectura.

Hernando Colón amplía el contenido del apunte al igual que Las Casas. El hijo de Colón incorpora a lo que ya se ha narrado, que dos alcatraces aparecieron dos horas antes del mediodía, que los hombres mataron un pez y que el garjao era negro con un penacho blanco en la cabeza y los pies como los del ánade.

Las Casas señala que el Almirante “anduvo algo fuera de su camino”. Según el dominico, la presencia de los alcatraces y garjaos “pusieron algún consuelo en los navíos”. La creencia de Colón y su gente de que los pájaros iban a la tierra y que ésta, por ende, se encontraba cercana carecía de fundamento o, mejor dicho, se basaba en la ignorancia de las costumbres de las aves. En aquel momento, las tierras más próximas eran las islas Azores, hacia el NE, a 900 millas. Colón, sobre todo, estaba creído que los barcos se deslizaban entre un rosario de islas avanzadas de Asia.

La verdad era que los barcos corrían el peligro de caer en las “calmas de los caballos” y quedar inmovilizados días y días. Lo más correcto, dada la posición en que se encontraban, consistía en tomar rumbo Sur o Suroeste para situarse sobre el paralelo 20º y seguir beneficiándose del viento favorable a sus propósitos. Hizo Colón todo lo contrario y enrumbó hacia el NO y no hacia el SO, metiéndose así en” la latitud de los caballos”.

La anotación del Diario confiesa que el día 20 únicamente anduvieron siete u ocho leguas. A esa velocidad, el viaje no acabaría nunca; sin olvidar que cuanto más subiera al Norte mayores serían las calmas. Textualmente podemos leer en el Diario que” vinieron a la nao dos alcatraces y después ocho; que fue señal de estar cerca de tierra; y vieron mucha hierba, aunque el día pasado no habían visto de ella. Tomaron un pájaro con la mano, que era como garjao; era pájaro de río y no de mar; los pies tenía como gaviota. Vinieron al navío, en amaneciendo, dos o tres pajaritos de tierra cantando, y después antes del sol salido desaparecieron. Después vino un alcatraz; venía del O-NO ; iba al SE, que era señal que dejaba la tierra al oesnoroeste, porque estas aves duermen en tierra y por la mañana, van a la mar a buscar su vida, y no se alejan 20 leguas”

También te puede interesar

Lo último

stats