12 De octubre de 1492: ¡Tierra a la vista! (XXI)
Después del mediodía del Jueves 11 de octubre, recuerda Hernando Colón, la gente cobró ánimo y alegría porque las señales de tierra próxima resultaban evidentes; plantas flotantes, cangrejos, bandadas de pájaros… La incertidumbre estaba a punto de concluir.
Hasta la puesta del sol del día 11 la vida a bordo transcurrió con normalidad. A las 10 de la noche, Colón divisó una lucecita desde el castillo de popa de la “Santa María”. Cuatro horas más tarde, sobre las 2 de la madrugada del día 12, Juan Rodríguez Bermejo, conocido como “Rodrigo de Triana”, a bordo de la “Pinta”, que por ser la más velera iba en cabeza, lanza el grito de “tierra a la vista” que iniciaría una nueva etapa en la historia de la Humanidad.
Colón, celoso de que un marinero vulgar le arrebatara la gloria del descubrimiento, refiere en su Diario:
“El Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vido (vio) lumbre (…) Después que el Almirante lo dixo se vido una vez o dos, y era como una candelilla de cera que se alçaba y levantaba”.
Los historiadores no creen esta afirmación, pues entonces debía encontrarse la “Santa María” a unas 35 millas de tierra; el caso es que el premio de diez mil maravedíes reservado a quien avistase tierra se lo asignó Colón.
Allí estaba en medio de la oscuridad y en forma de islita lo ansiado. Los barcos , con la guardia reforzada a proa y en la cofa, aguardaron excitados el amanecer. Lo encontrado era una de las islas del archipiélago de las Lucayos “ que quiere decir cuasi morador de cayos porque cayos en esta lengua son islas “(Las Casas). En idioma taíno lo descubierto se llamaba “Guanahaní” que significa iguana y que Colón, providencialista, bautizó con el nombre de San Salvador.
Entusiasmados, fueron destapando el hallazgo a la temprana luz del trópico. Por supuesto que aquello no era Cipango. Se trataba de una ínsula de 15 leguas, llana, sin montes, de verde arboleda, con una laguna en el centro y muy poblada de aborígenes.
Colón, engalanado de grana, desembarcó acompañado del estado mayor y arrodillándose, cual gesto papal de nuestra época, besó la tierra. Inmediatamente tomó posesión de ella con banderas desplegadas y el escribano de toda la armada, Rodrigo de Escobedo, levantó el acta, donde reflejaba la toma de posesión de aquellas tierras en nombre de sus Majestades; tras ello, la tripulación reconoce al genovés como Almirante, Virrey y Capitán General de las tierras descubiertas.
Observador, como siempre, Colón hizo la primera “foto” del entorno que materializó en la prosa del Diario: Gente desnuda, pobre, joven, cabellos gruesos, de hermosos cuerpos, de buena estatura ( su hijo dice de estatura mediana), pintados , con algunas cicatrices producidas por los caribes, sin religión, por lo que deduce que fácilmente se harán cristianos… Carecen de animales, salvo de papagayos, que regalaban en unión de algodón y azagayas (flechas) a cambio de cuentas de cristal, bonetes, cascabeles… Todas las chucherías que solían llevar al África los portugueses. Tampoco poseían armas de hierro, “porque mostrándoles una espada desnuda la tomaban por el filo estúpidamente , y se cortaban” ( Hernando Colón).
Bartolomé Las Casas no cuenta esta anécdota, pese a que pudo hacerlo. Si no lo hizo fue para no calificar a los aborígenes de estúpidos y sí de simples, mansos , confiados, humildes, pacatos, que es como él los ve.
En realidad, los nativos que encontró Colón eran taínos, del grupo étnico arawak, de cultura sedentaria pero poco evolucionada, con una alimentación a base de pescado y de conuco (cruce de batata y boniato) y con una densidad de población bastante elevada.
Tras el ritual de la toma de posesión los marineros juraron obediencia a Colón y le pidieron “perdón de las ofensas que por miedo e inconstancia le habían hecho” (Hernando Colón). Los indios, asombrados, atónitos, eran testigos de tales ceremonias, fiestas y alegrías, fijándose sobre todo en aquel hombre vestido de rojo que tanto les llamaba la atención.
Inicialmente, los españoles deducen que la desnudez y la falta de armas de los nativos se explica por su lejanía de los grandes centros de civilización asiáticos. Constatan que son pacíficos, pero la comunicación resulta difícil, ya que no hablan ninguno de los idiomas orientales que sabía Luis de Torres, el judío converso que había embarcado en la expedición y que era también intérprete de árabe y de hebreo. Creen entender que les dicen que “los guerreros del Gran Khan” hacen incursiones en la isla para tomarlos como esclavos. Intentan encontrar algo de valor en la fértil isla, algo que justifique el viaje, y ese deseo llega a ser más importante que el dirigirse a la China o a la India.
El día 13 indica Colón en el Diario que “estaba atento y trabajaba de saber si avía oro”. Como algunos nativos llevaban colgantes o narigueras de ese metal, cree entender que le están diciendo que la zona del oro se encuentra hacia el sur.
De Guanahaní , y siguiendo hacia el Sur, la flotilla traza un curso vacilante, como si no acabaran de decidir el rumbo, como si sus cartas náuticas no reflejaran el enjambre de islas que salpican el Caribe. Sin saberlo, en pocos días iban a descubrir nuevas islas, (Cuba, Haití) y nuevos horizontes. Todo el universo del descubrimiento y posterior conquista, estaba plagado de una confusa mezcla de misticismo y ambición, aunque esta última, tal vez, fuese el objetivo prioritario y fundamental para la mayoría.