700 Leguas sin avistar tierra (XIX)
El día 1 de Octubre, con aguaceros, hierbas y alcatraces al amanecer y al mediodía, los barcos hicieron 25 leguas que Colón convirtió en 20 con un íntimo e ingenuo regodeo. Y todavía más contento se puso dos días más tarde con el cotejo que los tres pilotos hicieron de lo recorrido. Pedro Alonso Niño, piloto de la nao capitana, el primer día de Octubre comunicó haber navegado desde la isla canariense de Hierro 578 leguas. En la cuenta que Colón tenía por auténtica figuraban 707 (129 leguas de diferencia), y en la simulada que hacía pública, 584. Es decir, el falso cómputo colombino discurría más de acorde con el de los pilotos, los cuales andaban más en lo cierto que Colón, pues habían recorrido a partir de Hierro 575 leguas. El marino genovés, ajeno a lo equivocado de su cálculo, se alegra viendo que las cifras de los pilotos eran menores y se aproximaban a los adulterados resultados que él comunicaba a diario. Se alegró que todos fallaran- era lo que él creía- porque si llegaban a saber que estaban a 700 leguas y pico de Hierro “ más temieran y mucho más difícil le fuera llevarlos adelante “ (Las Casas).
La verdad es que este hombre, a punto de convertirse en un Virrey, Gobernador y Almirante, protagonizó una serie de momentos estelares en los cuales el error constituyó un ingrediente decisivo. Su Historia en ocasiones semeja la historia de unos errores.
El 1º de Octubre está creído que ha hecho 707 leguas; por tanto, sólo le quedan 43 para toparse con su objetivo fijado a las 750 leguas. Debía estar muy intranquilo. Todo era cuestión de horas; “disimulaba y transigía con el error cometido, para que la gente no desmayase viéndose tan lejos” (Hernando Colón). La gente no tenía sino que preguntar a sus compañeros, los pilotos, para saber a cuántas leguas estaban del archipiélago canario. Al abandonar estas islas el ilustre marino ligur les repartió unas instrucciones en las cuales comunicaba “ que después de haber navegado por Poniente 700 leguas sin haber encontrado tierra, no caminasen desde la media noche hasta ser de día” (Hernando Colón). Sin embargo, he aquí que ya habían recorrido, según su medida secreta, las 700 leguas. Lo lógico era detenerse al llegar a la media noche, pues andaban por ese paraje, advertido quizá por peligroso, que él anunció en Canarias. ¿Qué hacer, pues, al comprobar que no hay tierra?
A juzgar por los acontecimientos , el Almirante debió de inclinarse por la evaluación de sus pilotos (578 leguas recorridas) y pensar que todavía le quedaban aproximadamente 129 leguas para darse de bruces con la tierra más que presentida.
La preocupación no sólo anidaba en el ánimo de la marinería, también él comenzaba a inquietarse. Por lo demás, la flotilla impulsada por los vientos y por los ánimos algo desfallecidos de las tripulaciones, aquejadas de la obsesión de tierra, mantenía su imperturbable avance. Al principio soñaron con el premio de 10.000 maravedíes vitalicios prometidos por los reyes y el jubón de seda ofrecido por Colón al primero que viera la tierra. El acicate ya no era tan intenso como en los primeros días. Estaban cansados de la soledad del mar y de aquellas aves y peces que más que venturosos vestigios parecían una burla o algo irreal.
Ni un solo hombre dejaba de soñar con tierra. Con la tierra dejada atrás y con la prometida. Colón les había marcado un límite de tiempo que ellos intuían o sabían que se había sobrepasado. A medida que el mar ampliaba su extensión hacia el Oeste menos les iba interesando las recompensas. Cuando al alba y al crepúsculo los barcos se reunían para cambiar impresiones, cada uno veía en el rostro del otro reflejada la frustración.
La tensión acumulada, los falsos descubrimientos anunciados, los extraños fenómenos naturales, los engañosos mensajes de las hierbas y de las aves iban cuajando en una contricción capaz de devenir en cólera y rebelión. Ya estaban cansados de darle vueltas a las ampolletas, de mirar el horizonte, y de quedarse solos en la inmensidad de la noche, que era cuando la angustia crecía y la imaginación desatada galopaba de una a otra duda ¿Volveremos alguna vez? ¿Descubriremos lo que el capitán augura?¿Caeremos al abismo al final del océano? Capitanes, maestres, contramaestres y pilotos dotados de una mayor entereza de ánimo, mantenían vivo el fuego de la resistencia. Resistir, resistir y resistir, debía ser la consigna.
El Almirante, tan obstinado como las naves, aunque algo desmayado también, tomaba la pluma cada noche para repetir la cantinela “Caminamos al oeste noche y día e hicimos 39 leguas, pero sólo conté a la gente obra de 30 leguas. La mar sigue llana y buena, y muchas gracias hemos de dar a Dios por ello”.