Mascarillas

Pasear por Ceuta es un placer que, en ocasiones, puede parecer que conlleva algún riesgo. En cualquier lugar acabas topándote con personas de diferentes edades que llevan (si la llevan) la mascarilla colocada a modo de babero, dejando a la intemperie boca y nariz. Y no se trata de uno o dos despistados, no. Son decenas y cuando te cruzas con ellos te entran ganas de decirles algo, pero…
El tópico se está volviendo atópico. Este tópico que se resume en que “la inmensa mayoría de la gente respeta las recomendaciones de las autoridades y bla,bla,bla”, ya no sirve y la realidad lo ha superado.
Las cifras de crecimiento de la pandemia no son fruto del azar o de un error en la predicción del tiempo. Jóvenes y menos jóvenes no terminamos de mentalizarnos de que el covid-19 viaja con nosotros y no tiene ningún interés en dejarnos a nuestro aire. Su mayor peligro de extinción o de incapacitación reside en nuestra inteligencia y en nuestra capacidad para protegernos frente a la suya para burlar nuestras defensas biológicas.
La inteligencia, esa facultad que tenemos para aprender, nos va a permitir disponer pronto de un antídoto, una vacuna que nos permita asegurar mejor esas rendijas por las que se cuela, pero también esa misma inteligencia nos debe servir para interiorizar nuevas formas de comportamiento social que, por incómodas que resulten, suponen el noventa por ciento de la derrota sobre tan potente enemigo.
Desde luego, la inteligencia, como la riqueza, no están repartidas entre todos de la misma forma y, justo en estos momentos de peligro e incertidumbre, este axioma se presenta real con toda su fuerza. Sí, son claramente visibles conductas propias de seres irracionales, con la inteligencia de un mosquito, que desprecian el potencial dañino del virus y sus efectos en todos los órdenes de la vida. De estas mentes invadidas por la neblina el desinterés por conocer, se alimenta el virus maligno para seguir sembrando destrucción.
¿Cuáles son los límites a la libertad individual? No sabría decirlo con certeza y, en un estado de derecho, garantista hasta el punto de que un juez de instrucción puede anular un decreto de un gobierno autonómico promulgado para garantizar la salud, es muy defícil definir el alcance del ejercicio de derechos tan fundamentales, pero parece evidente que las autoridades deben disponer de mejores herramientas jurídicas, para corregir o evitar conductas atentatorias contra la salud de la población.
Me cuesta entender con la que está cayendo, que las cortes generales estén tan pasivas al respecto. A lo mejor siguen pensando sus señorías, de aquí y de allá, que la pugna por el poder sigue siendo más interesante que la tarea de salvar al país de esta tragedia.