El triunfo de la razón

Esta columna no la relleno de vez en cuando para hacerle la ola a nadie, ni tampoco para poner de vuelta y media a alguien. Lo cierto es que desde que recuerdo, siempre me ha gustado escribir, porque la palabra escrita atesora más sosiego que la hablada, sobre todo cuando se habla como erupciona un volcán. Tengo que confesar haber pecado alguna vez de ligereza en mi hablar, por eso prefiero la escritura, pero ¿a quién no se la soltado la lengua en ocasiones y casi al momento se ha arrepentido? Lo que pasa es que ahora todo queda grabado y cualquier mal momento puede ser resucitado cuando menos se espera.
La vida así es francamente injusta, pero es lo que hay y los políticos deben vivir con ello a sus espaldas. Se les conmina a que hablen y opinen de todo y, claro, el que mucho habla mucho yerra.
Pensemos en Pablo Casado, que lleva casi desde que nació sin parar de hablar. Pero todas las contradicciones en las que ha incurrido, han sido seguramente vueltas en círculo hasta encontrar su camino, porque por fin parece haberse dado cuenta de que creció y se educó como un “conservador moderno”, que cree en la libertad del individuo y en que las diferencias no son muros, más bien puentes para pasar a explorar nuevos paisajes.
Los políticos tienen derecho a equivocarse, a no acertar a la primera, pero no a estar sumidos en la confusión perpetua. Deben por ello saber disculparse y mostrar así su lado más humano, porque sólo desde la razón, desde la lógica y la inteligencia, se puede llegar a distinguir entre lo correcto y la impostura. Decía no hace mucho Alberto Núñez Feijoo, el presidente gallego, que las modas son pasajeras y tenía razón. Y desde la razón se puede también luchar contra los conceptos de moda, como que la izquierda es más solidaria que la derecha, cuando con un simple vistazo a la historia reciente, se desplomará esa mentira frente al análisis racional. Cuba, Venezuela y Corea del Norte son ejemplos de hoy, a través de los cuales se ve de modo diáfano que la izquierda pretende siempre acabar con la libertad de los individuos, mientras el humanismo de derechas, junto al liberalismo, construyen refugios de libertad para todos. Pero luchar contra las soflamas y dogmas de la izquierda no puede hacerse al estilo de ellos, es decir, al asalto, como ha pretendido alguno, porque la lucha por la libertad debe ser sobria pero constante, eficaz e inteligente y no puede basarse en asustar a nadie, sino en generar confianza.
Ya no vale decirle a la gente aquello de “¡que vienen los rojos!” o “¡que llegan los fachas!” Ahora toca gestionar la extraordinaria pluralidad de nuestra sociedad y dar salida a tanto potencial, sin etiquetar a nadie, sin despreciar al otro, sin miedo al diferente. Esta es España, la patria de todos los españoles, no de la mitad o de la cuarta parte y es preciso que todos se sientan representados. Y lo mismo debe ocurrir en Ceuta, patria chica de todos los ceutíes, desde el Hacho hasta el Príncipe, en la que todos deben sentir amparo, seguridad y también sentirse representados, porque la razón nos conduce sólo e inequívocamente a ese lugar de encuentro y, ahora, más que nunca.