Un fracaso

Las últimas decisiones del gobierno de España suponen la visualización de un fracaso. El tratamiento contra la pandemia ha resultado ser una especie de ensayo-error constante, como un bucle interminable, igual que el día de la marmota. El doctor Simón contando las cosas que ya han pasado, dejando constancia su incapacidad para hacer previsiones consistentes, pero ahí sigue, contándonos cómo vamos, ejerciendo de periodista y de fallido comentarista y muy lejos de lo que se espera de un experto.
El fracaso de la estrategia se constata con los resultados, porque las restricciones que ahora hay que imponer, son el resultado de no hacer nada o de hacerlo mal.
Cero esfuerzo en hacer como los chinos, que por cada contagio nuevo hacen cuatro millones de test. Que tienen más rastreadores que el ejército de Caballo Loco, que arrasó a un enemigo muy poderoso, el séptimo de caballería de Custer. Que construyen hospitales nuevos en una semana y completamente equipados, de personal y de instrumental, medicación y protección para los sanitarios. Que restringieron la movilidad lo justo, pero fueron luego capaces de conminar a la población de respetar y asumir una serie de hábitos sociales nuevos. Que han invertido en una vacuna ingentes cantidades de dinero y ya la tienen casi lista. Que controlan las entradas al país para evitar nuevos contagios importados. Y que gracias a todo esto, en poco más de dos meses pudieron reiniciar su capacidad de producción para evitar el desplome de su economía.
Frente a esta estrategia, la del gobierno español ha sido incrementar el gasto social, que en la práctica es como querer parar una vía de agua en un barco con la mano.
Ceuta es un caso paradigmático: pocos test, escasez de medios humanos y materiales en la red sanitaria, número de rastreadores desconocido y ninguna preocupación por la cantidad de personas que o no se enteran o pasan de las normas de protección. ¿Soluciones propuestas? Las fáciles: mucho estado de alarma. Pero gobernar es dar respuesta a los problemas y endeudarse para lo importante y por lo importante y hacer respetar las normas le gusten o no a quien sea. Es tomar decisiones prácticas, eficaces y que el gasto de sus frutos. El gasto público, además de que debe ser pulcro e impecable, debe orientarse siempre al interés general y no al particular, y da la sensación a veces, que el gasto se dirige y se decide desde los negociados y no desde las decisiones de gobierno meditadas y basadas en un programa claro y definido.
La laxitud y la indolencia e incluso la autocomplacencia con la que el gobierno de España ha afrontado la evolución de la pandemia, han derivado en el caos y el resultado último es la final imposición de medidas injustas aunque necesarias, o más bien convertidas en necesarias por no haber adoptado antes las que procedían y por las que los auténticos expertos venían clamando desde hace meses. En resumen, un fracaso.