El naufragio de los navíos de guerra franceses en ceuta “Le Sage” y “Assuré” 18 de abril de 1692
Él Le Sage era un barco denominado de tercer rango en la armada francesa, había sido votado en 1.669 en Rochefort. Rochefort fue el primer nombre del barco, siendo rebautizado como Le Sage en junio de 1.671, tenía una potencia de fuego de 56 cañones. Naufragado y hundido en las costas de Ceuta
El 29 de diciembre de 1.751 tras la pérdida del primero fue votado otro de su mismo nombre de 64 cañones que participó en la batalla de Menorca.
L´Assure, también de tercer rango, había sido votado en diciembre de 1.690 en Dunkerque, tenía una potencia de fuego de 60 cañones. Naufragado y hundido en las costas de Ceuta.
Tras el naufragio en 1.692 se construyó un nuevo Assuré votado en 1.697, tenía una potencia de fuego de 64 cañones. Este barco fue capturado por los ingleses en la bahía de Vigo en octubre de 1.702 y rebautizado por los ingleses como HMS Assurance.
El 21 de marzo de 1.692 la escuadra francesa al mando de Victor María D´Estrée zarpó de Toulon con destino a Brest. D´Estrée iba a bordo del navío Le Sceptre con otros diez y seis barcos más, se dirigían para luchar contra Inglaterra y devolver el trono a Jacobo II que había sido derrocado.
El 18 de abril llegaron frente a las costas de Ceuta donde fueron sorprendidos por una horrible tempestad con fuerte lluvia y granizos poniendo en peligro a toda la escuadra. La tripulación y marinería de La Sage y L´Assuré trataron por todos los medios imaginables evitar la tragedia, esto les resultó imposible hundiéndose los dos barcos.
Se dio una cifra de 317 muertos entre los dos barcos.
A continuación transcribimos un documento de fecha 20 de abril de 1.692 (dos días después del naufragio), no lo adjuntamos literalmente debido a su complicada lectura, por lo que trataremos de acercarnos lo más posible al original.
Según la relación que han hecho los prisioneros franceses que se han recogido con las barcas de Ceuta, salieron de Tolon el 1º de abril diez y seis bajeles de guerra, los tres de a tres cubiertas de a ochenta y seis cañones, cinco de sesenta y seis y los ocho de cincuenta y cuatro hasta sesenta y dos, Barlotes (brulotes) de fuego seis, tres pontones, para las carcasas, con seis morteros que los llevaban los navíos para más seguridad con que en todas veinticinco velas, estuvieron en la isla de Jers donde hicieron dos arrimadas , y el tiempo los echo a la Formentera de a donde salieron el día 15 y apresaron dos navíos ingleses cargados de aceite y vino, y habiendo entrado viento fresco se descubrieron desde esta plaza el día 18 a las tres de la tarde, enderechando a la costa de Málaga y a las seis estaban en la de Estepona y al anochecer algunos de la vanguardia en derechura del monte de Gibraltar y habiendo anochecido echaron faroles todos, y se reconoció que por ellos viraran desde el caño de León a cerca de las doce que los aviso con piezas la capitana en el que viene Monsieur de Stre, y a las dos empezaron algunos marinos a disparar, y unas patrullas de caballería de la Almina avisaron habían embestido con los isleos del caño de la Almina dos navíos, y habiendo la caballería toda cincuenta mosqueteros y treinta escopetas y avanzado y amanecido se hallaron más de los navíos delante de la plaza, habiendo dado fondo, con que empezó a pujar la artillería y se alargaron y con tres barquillas y barcazas, y en todo no pudieron por el temporal salir más a donde había otras, y empezaron a conducir al desembarco de San Amaro los naufragantes, sin que los navíos franceses se resolviesen a echar sus lanchas, recelándose o del temporal, o de ver la artillería: los navíos que embistieron en tierra se llama uno el Asure, de 58 cañones, su capitán el Cmte, Setene, el otro el Sache de 54 cañones, su capitán Monsinland, con 680 hombres los dos, de los cuales se han salvado 454 personas y muerto 226 y entre ellas el capitán del navío Sache, y dicen era en su viaje al norte para incorporarse a su armada, y que había que pasar de noche el Estrecho.
La armada francesa anduvo bordeando por tres zonas, viendo esas operaciones, y sobreviniendo una neblina no se ha visto alguno hasta el día 20 y al amanecer se han descubierto cuatro navíos de parte de la costa de Estepona= Ceuta y abril 20 de 1.692= D. Francisco Bernardo Varona.
El 24 hubo una nueva carta del gobernador de Ceuta:
Señor mío por la del 20 de este di cuenta a S.M. por mano de V.S. con ocasión de haberse perdido dos navíos franceses, quedaron prisioneros 454 hombres, y habiendo aplacado la tormenta se hallaron entre los peñascos el completo hasta el número de 527 franceses que quedan prisioneros hasta que S.M. resuelva lo que se ha de hacer con ellos, y supongo que V.S. lo ponga esto en su noticia empleando mi obedci y en cuanto fuese del servicio de V.S, que cuya vida G Dios m años= Ceuta y abril 24 de 1.692 = B.L.M. de V.S. su más cierto servidor D. Francisco Bernardo Varona= Señor Marqués de Villanueba. (A.G.S. EST, LEG.3643.135)
Don Francisco Bernardo Barona fue gobernador de Ceuta (1.689-1.692).
Probablemente por los terribles momentos pasados este escrito se hizo con algunos datos erróneos, por otra parte eran testimonios de la tripulación de los buques naufragados.
Los prisioneros franceses fueron trasladados a Cataluña y allí canjeados.
FRANÇOIS-LOUIS ROUSSELET, MARQUIS DE CHÂTEAU-RENAULT, AL MANDO DEL “L´ASSURE”
En el escrito se señala como comandante del l´Assuré a Setene, (Septene era 2º oficial). este junto al porta insignia Seude y su comandante el marqués de Château-Renault abandonaron el barco durante la tempestad dejándolo a su suerte pasando a otro de mayor porte.
La imagen del capitán Château-Renault huyendo con algunos de sus oficiales de la tempestad en un bote, como se indica en la carta que más adelante detallaremos, tuvo que ser horrible para el resto de la marinería y oficiales que habían quedado a bordo.
Encontramos diversos documentos que le señalan en la escuadra de d´Estreés camino de la batalla de Hougue, a la que llegaron tarde, a bordo del l´Ássure, probablemente por la tardanza de las comunicaciones de la época, ignoraban que el l´Assuré había naufragado.
Château-Renault en esta fecha era teniente general de la armada francesa, en 1.701 sería nombrado vice-almirante.
El 4 de agosto de 1.704 la escuadra anglo-holandesa tomo Gibraltar y días más tarde el 12 intentaron la toma de Ceuta, pero la llegada por poniente de una flota francesa les hizo abandonar las aguas de nuestra ciudad y dirigirse a la costa de Málaga. Enfrentándose en la batalla conocida como la ”Batalla naval de Vélez Málaga” en ella falleció François Louis Ignace Rousselet, alférez del navío L´Oriflamme, barco que estaba al mando de su padre, era hijo de Chàtreau-Renault y de su segunda esposa.
Desde ese día, el marqués de Château-Renault no volvió a embarcarse. El 2 de febrero de 1.705, fue nombrado caballero de la orden del rey (orden del Espíritu Santo y orden de Saint Michel), murió el 15 de noviembre de 1.716.
Hay que darle una gran importancia a esta batalla naval pues en ella intervinieron un total de 130 buques, de diferentes portes, con una potencia de fuego total de 7.191 cañones. Solo superada por la de Lepanto con 500 barcos pero con menor número de cañones 4.400 entre ambos bandos.
Fue la primera batalla en que intervino Blas de Lezo con quince años, estaba como guardiamarina en la flota francesa, tras las directrices de Luis XIV, para el intercambio de oficiales de la marina entre Francia y España, en dicha batalla perdió la pierna izquierda.
Chàteau-Renault había intervenido en diversas batallas consiguiendo gran fama, posteriormente se le puso su nombre a varios barcos de la marina francesa. Una calle de Rennes lleva su nombre.
Sobre el intento de toma de Ceuta en nuestro escrito en este diario de fecha 14.01.2.019 de título. (Toma de Gibraltar por la flota anglo-holandesa, el 4 de agosto de 1.704 e intento de toma de Ceuta el 12)
Sobre el otro barco Le Sage en el documento aparece como el Sache, se indica como su capitán a Monsiland, puede que se tratase del tercer oficial, Mongmmery, el capitán de Le Sage era. Gabriel-Antoine de Guiche, señor de Chassy, murió en su barco.
GABRIEL-ANTOINE DE LA GUICHE, SEÑOR DE CHASSY, CAPITÁN DEL “LE SAGE”
Gabriel-Antoine de La Guiche era hijo de Henri-François de la Guiche, conde de Sivignon, capitán de caballería y de Claude-Elizabeth de Damas, Dama de Montmor.
Tenía como hermanos a Nicolas-Marie; Henri; otro Henri; François Leono y Henriette.
De su genealogía copiamos lo siguiente: capitán del buque, fallecido en 1.692, en el Estrecho de Gibraltar, en el buque de nombre Le Sage, que estaba a su mando, barco al que no quiso abandonar aunque estaba abierto (roto) por todos los lados por una horrible tempestad. (Dictionaire de la noblese, contenant les Généalogies de L´Histoire=Tomo X).
Carta del teniente de navío Assuré naufragado en Ceuta Guillaume Roland Deugeudon, a su esposa. (Guillaume Roland era el tercer oficial del Ássuré)
En Ceuta, el 4 de junio de 1692. En la Casa del Gobernador.
Amor mío:
Como puedes ver estoy vivo. No puedo imaginar tu sufrimiento durante tantos y tantos días al no conocer mi destino. Te pido disculpas con toda la fuerza de mi corazón, pero solo quiero que sepas que tu pesar no habrá estado demasiado lejos del mío propio por no haber podido escribirte antes y paliar así tu pena.
No sé qué información exacta tendrás allá en nuestra queridísima Colliure sobre el paradero de los navíos perdidos en el Estrecho de Gibraltar, pero como he sido testigo directo de tales acontecimientos, permite que sea yo el que te informe de lo que ocurrió en la horrible noche del 18 de abril cuando me encontraba a bordo del Assuré.
Como bien sabes, pues me honraste con tu bendita presencia en nuestra despedida en el puerto de Toulon (cuando cierro los ojos aún puedo verte agitando el pañuelo entre la multitud, una rosa en el centro de un interminable prado de hojas secas), nuestra flota, formada por 16 navíos al mando del duque d’Estrées (¡que el Señor no lo haya llamado aún a su lado!), ponía proa a Brest.
Nuestro glorioso cometido no era el otro que el apoyar el desembarco de treinta mil franceses en Torbay y así comenzar con la conquista de la isla del pérfido inglés, por lo que con todo el trapo en la jarcia y nuestros mejores deseos, comenzamos a soñar con que nos convertiríamos en la punta de lanza de Su Majestad, Luis XIV, a que el Todopoderoso bendiga durante muchos años.
Después de días de travesía, en perfecta formación, con multitud de fiestas a bordo y brindando una y otra vez en nuestras cabinas y camaretas por la victoria, el 14 de abril, con la costa española a estribor, el Ardent avistó velas en el horizonte, y los gritos de entusiasmo se sucedieron a lo largo de toda nuestra línea al reconocer el pabellón inglés.
El conde, desde su insignia, el Sceptre, ordenó caza general, y nuestros navíos más veloces, el Precieux y el Fortune, dieron alcance a las dos embarcaciones enemigas apenas finalizada la noche, dando tiempo al resto de la escuadra a batirlos muy dignamente.
Una de las presas quedó tan dañada que nos vimos obligados a quemarla, pero nuestro líder, d’Estrées, envió un mensaje a todos los navíos con la frase “ya habéis probado la sangre inglesa. Paladeadla y sabed que nos espera más en las aguas del Canal”. Nuestros gritos de júbilo fueron la respuesta.
Pero conforme llegábamos a las aguas del Estrecho de Gibraltar, el fuerte viento del oeste y una bajada considerable de la presión en el barómetro, hizo que el conde mandara a los capitanes a bordo del buque insignia para tomar una decisión sobre el peligro que podía suponer el pasar al Atlántico en tales condiciones.
Nuestro capitán, Chaurenaute, a la vuelta al Assuré, nos informó que finalmente la decisión había sido la de seguir adelante, a pesar de que los capitanes Misand, del Invencible, y Pallieres, del Bon, marinos de reconocido prestigio, se habían opuesto con educación pero firmeza, avisando de la peligrosa acción del viento en estas aguas.
La lluvia y un imponente oleaje nos recibió en la mañana del 18, y los navíos más adelantados se perdían tras montañas azules rotas por la espuma, lo que provocaba miradas poco reconfortantes entre los más veteranos a bordo.
Además, el viento, que llegaba del noroeste, nos empujaba hacia la costa africana, y por mucho que lo intentábamos no podíamos evitar que la amenazadora tierra, por sotavento, fuera cada vez más visible. Para colmo llegó la noche, y con ella, una poderosa granizada que dificultaba aun más nuestras maniobras.
Nuestra preocupación se multiplicaba, ya que, además de evitar que nuestra nave encallara, teníamos que estar pendientes de no chocar con alguno de nuestros propios navíos.
De hecho, pasada las nueve de la noche, y cuando me encontraba con mi guardia del trinquete recogiendo vela para que el palo no se rompiera por la fuerza del viento, surgió entre la oscuridad y las olas que inundaban buena parte del castillo la figura del espejo de popa del Superbe.
Aún no sé cómo pudieron oírnos desde el alcázar, ya que el silbar del viento con la jarcia nos convertía en sordos por una noche, pero aún así el segundo teniente De Vincelles, que en ese momento gobernaba el timón con la ayuda de dos fuertes marineros, reaccionó para que nuestro buque evitara la colisión.
Pero fue peor el remedio que la enfermedad, ya que perdimos la posición y nuestro bauprés señalaba hacia tierra firme mientras oíamos a popa el estampido de los cañones de nuestros buques para señalar su posición.
Pudimos distinguir las murallas de una ciudad, y bien definidas la figura de los cañones que la protegían. Pero en vez de recibir sus balas sobre nosotros, parecía que los habitantes hacían todo lo posible para evitar que nos estrelláramos, con numerosas luminarias para guiarnos en la medida de lo posible e impedir el desastre.
Pero era imposible. No había nada que hacer, el viento seguía acercándonos a nuestro macabro destino, y pude ver a nuestro capitán, paralizado mientras se agarraba a un obenque, con la mirada perdida hacia la muerte que nos aguardaba.
Un horrible crujir de madera, como si cientos de troncos de un bosque entero se partieran a la vez, se oyó solo unos segundos antes de que todos a bordo rodáramos por cubierta al detenerse en seco el Assuré. Habíamos encallado.
Nuestro navío se escoró peligrosamente, y reaccioné justo a tiempo para evitar que un cañón de hierro de 18 libras, que se había soltado de su atadura en la cureña, terminara enviándome a las profundidades del mar.
Una vez logré ponerme a gatas, pues era casi imposible mantenerse en pie, estudié la situación y era dramática, ya que la fuerza del choque había hecho caer sobre nosotros el palo mayor y el trinquete (el mesana, milagrosamente, continuaba en su sitio), y nuestro navío estaba a merced de las olas, a la deriva tras liberarse de las rocas que habían destrozado a buen seguro la quilla.
Como pude bajé a la entrecubierta, y allí el espectáculo era sencillamente horrible. Los cañones de bronce de 24 libras estaban sueltos y rodaban con estruendosos quejidos, como demonios, destrozando todo lo que encontraban en su camino. Prefiero no darte detalles sobre lo que pude ver ahí abajo, mi amor, pero nadie había quedado con vida después de que toneladas de metal hubieran arrasado madera y carne sin distinción.
Di gracias a Dios porque buena parte de los marineros se encontraran en ese momento en cubierta para tratar de gobernar el buque, pero aun así el destrozo había sido considerable, y alguno de esos monstruos de bronce había destrozado una porta por la que entraba cantidades enormes de agua, lo que terminaba de sentenciar al Assuré.
Había que pensar en la evacuación. Al menos tres cuartas partes de los hombres no sabían nadar. Pero cuando volví de nuevo al exterior, con el granizo azotándome la cara y tratando de mantener la estabilidad comprobé, con horror, que la proa estaba prácticamente hundida, y que muchos de nuestros marineros, a la desesperada, se lanzaban al agua como si Dios fuera a salvarles milagrosamente de una muerte segura.
Con la vista traté de buscar a otro oficial, pero solo pude ver a De Guidy, alférez de navío, improvisando un vendaje para un soldado al que le sangraba la cabeza.
Sin apartar las manos de la cabeza de aquel desdichado, De Guidy, que evitaba mirarme a los ojos, me dijo que tanto el capitán como casi todos los oficiales habían embarcado en un bote y puesto rumbo a alta mar en busca de un navío de nuestra escuadra, dejándonos por tanto al resto definitivamente condenados.
Tan absorto me quedé que no fui consciente de que el Assuré escoraba a estribor tan rápido que antes de que nos diéramos cuenta los pocos que quedábamos en cubierta nos sumergimos en las frías aguas para compartir destino con nuestros compañeros ya ahogados.
Amor, me sentí morir. Mis ropajes y pesadas botas me impedían nadar con comodidad, y me encontré rodeado por la muerte, una muerte fría, negra, infinita, que me acogía en mi desesperado intento por alcanzar la superficie.
Querrás saber mi vida que cuando ya me faltaba el aire, cuando ya sabía que jamás volvería a ver la luz, no pensé en que ya no volvería abrazar a nuestro hijo, a pisar la hierba, a cabalgar a lomos de mi yegua Circe o a sentir el dulce viento salado sobre una embarcación a muchos nudos de velocidad. No. Con las pocas fuerzas que me quedaban me esforcé, ¡me obligué!, a pensar a ti, para que cuando la eternidad me atrapara me encontrase pensando en ti, mi amor, feliz por haberte amado hasta el último momento.
Pero a veces la fortuna es la mejor aliada de la desesperación, y cuando ya perdía el sentido noté cómo una mano me agarraba por el pelo y me alejaba de las profundidades antes de sumirme en un profundo sueño.
Para cuando desperté, y después de llegar a la conclusión tras reflexionar profundamente de que no estaba muerto y que aquel sacerdote que me observaba no era San Pedro y el caballero rubio que se encontraba a su lado no era un ángel, oí a este relatarme que me habían salvado del naufragio de mi navío, que su nombre era Abel Mesi, de profesión traductor, y que me encontraba en la ciudad española de Ceuta.
Una vez recuperado, te alegrará saber que pese a que Francia y España se encuentran en guerra, el Gobernador de la Ciudad, el señor don Francisco Bernardo, un veterano de los tercios y que pese a estar lisiado de un brazo (un mosquetazo) ofrece un aspecto imponente, nos ha recibido en su casa a mí y a los oficiales supervivientes del Sague, que también encalló, pero con más suerte que nosotros, puesto que no se fue al fondo del mar y se rescató a oficiales, marineros y buena parte de la artillería.
El Assuré no tuvo tanta fortuna, y se calculan que al menos unos trescientos hombres han podido perecer ahogados en el desastre (unos cincuenta nos hemos salvado gracias al socorro llegado desde la propia ciudad). Una desgracia que espero que acompañe al cobarde del capitán Charenaute el resto de sus días.
Por mi parte, y mientras espero que se aceleren los trámites que nos devuelvan a Francia, aprovecho, con un permiso del Gobernador, para pasear por la ciudad mientras aguardo el día que pueda volver a tus brazos.
Mato el paso del tiempo con mi misa diaria en la ermita de Santa María de África, y todos los días visito en la Casa de la Misericordia al que se ha convertido en mi amigo De Guidy (la desgracia crea los lazos más poderosos), que logró sobrevivir a costa de una pierna que aplastó uno de los cañones de bronce de nuestro barco.
Cuando puedo, camino más allá de la puerta que conduce hacia el barrio que aquí llaman Almina, y ando entre sus viñas y huertos para observar la que he podido saber es la tumba de tantos y tantos compañeros: los Isleos de Santa Catalina.
Y aquí querida mía, en tierra enemiga, tan lejos de ti y de tus labios, quiero decirte que mi corazón, tras sobrevivir a la muerte, jamás se ha sentido más cerca de ti.
Y no hay tiempo para más, querida mía. Con amor se despide, siempre tuyo:
Guillaume Roland Deugeudon, teniente de navío del Assuré. Naufragado en Ceuta. (Carta tomada de la revista de divulgación náutica Todo a Babor)
Aquí como comprobamos aparece el apellido de capitán del Assuré como Chaurenaute, en lugar de Châteurenault o Château-Renault que era el auténtico
Para una mayor información sobre este naufragio y la recuperación de sus cañones en el interesante libro “La flota que no llegó a su destino” autores Juan Bravo Pérez y Juan Antonio Bravo Soto.
Algunas fotos utilizadas en diversos escritos son tomadas de Internet, tratamos siempre de citar las fuentes y sin ánimo de lucro, solo intentamos dar a conocer destacados personajes ceutíes o hechos relacionados con nuestra ciudad