Cabo José Rico: un plan que pudo cambiar la historia en Ceuta

La sobrina del Cabo Rico, viajó desde Barcelona, ante la fosa común / FOTO CEDIDA
La sobrina del Cabo Rico, viajó desde Barcelona, ante la fosa común / FOTO CEDIDA
La sobrina del Cabo Rico, viajó desde Barcelona, ante la fosa común / FOTO CEDIDA
La sobrina del Cabo Rico, viajó desde Barcelona, ante la fosa común / FOTO CEDIDA

Agustina, sobrina del joven cabo José Rico, ha realizado desde Barcelona un viaje a Ceuta, buscando la Memoria de su familiar, ante la fosa común en el cementerio San Catalina, realizando preguntas sin respuestas. El 17 de abril de 1937, tras 10 meses de duros interrogatorios, concluyó un consejo de guerra sumarísimo y fusilado.

Se les acusaba de organizar un complot en Ceuta para atentar contra la vida del general Franco y detener el golpe militar. Su acción pudo haber cambiado el curso de la Guerra Civil y sólo el testimonio a última hora de un soldado permitió abortarla.

Todo comenzó al filo de la medianoche del 17 de julio de 1936, cuando las tropas del acuartelamiento legionario de Dar Riffien, al mando del teniente coronel Juan Yagüe, recibieron la orden de tomar Ceuta. Los diferentes cuerpos militares se distribuyeron para controlar la ciudad y al Regimiento de Infantería del Serrallo Nº 8 (actual Campus) se le ordenó salir a la calle.

El acuartelamiento solía ser destino de soldados de reemplazo y de veteranos peninsulares, en su mayoría jóvenes que buscaban en el Ejército un futuro mejor, sin olvidar por ello sus sentimientos republicanos. Como los cabos veteranos José Rico y Pedro Veintemillas, quienes en su ronda por las calles de Ceuta observaron cómo patrullas de falangistas detenían a civiles y asaltaban varias sedes de partidos políticos o cómo en las paredes de la ciudad se habían fijado bandos firmados por el general Franco en los que se comunicaba al pueblo el estado de guerra, la disolución de los partidos y la prohibición de reuniones.

Los cabos José Rico y Veintemillas volvieron al cuartel, en las primeras horas del 18 de julio, se reunieron en una pequeña habitación de la compañía con los también cabos veteranos Anselmo Carrasco y Pablo Frutos.

Durante varias horas estudiaron cómo frustrar la sublevación, pero no fue hasta un segundo encuentro durante el mismo día cuando el cabo Rico presentó el plan para matar a Franco. Cuando entrara en el patio central del acuartelamiento para revistar las tropas, él mismo le dispararía.

Los demás implicados, desde la primera planta del cuartel, apuntarían al resto de militares para inmovilizarlos. Acto seguido, otro grupo saldría hacia la ciudad para informar del atentado y recabar el apoyo del pueblo.

En la tarde del 18 de julio el cabo Rico, jefe del complot, pidió entrar de guardia en la puerta principal del cuartel con el fin de ser el primero en enterarse de la llegada de Franco. Compartía vigilancia con el cabo Rodríguez, quien confesó en el consejo de guerra: «José Rico me preguntó qué me parecía el movimiento. Le contesté que llevaba dos días de servicio y que no me había informado, y él respondió que este movimiento iba contra el Gobierno, y que si nosotros fuéramos hombres deberíamos ponernos a favor de ellos e ir contra nuestros oficiales y jefes. Añadió que ya había implicado a los seis centinelas de la guardia. Y en el momento en que empezaran los disparos, me tenía que poner a las órdenes de Anselmo Carrasco y Pedro Veintemillas».

Los cabos y soldados implicados en la intriga lo tenían todo planificado. Sabían que Franco aterrizaría en Tetuán y en unas horas llegaría al cuartel de Ceuta. Pero la tensión en los jóvenes soldados ante la trascendencia del atentado hizo que uno de ellos decidiera hablar con el coronel jefe del cuartel para informarle de la trama. Éste, alarmado, avisó al cuerpo de guardia y echó por tierra el complot horas antes de que Franco llegara. Las detenciones no tardaron en sucederse y, según se detalló en el consejo de guerra, el total de acusados fue de más de 50 militares y civiles.

La Guardia Civil se hizo cargo de los detenidos, quienes, custodiados por la legión, fueron trasladados a unos viejos barracones para tomarles declaración. Así lo recuerda uno de los supervivientes, el anarquista Sánchez Téllez: «Entré en un pequeño despacho sin ventanas y un brigada me tomó la filiación y comenzó a interrogarme. Aún no había terminado la primera pregunta cuando sobre mi espalda sentí un golpe de vergajo. Para que me recuperara me echaban agua de un botijo, pero yo lo negaba todo».

Hasta las tres de la madrugada del 20 de julio los acusados estuvieron en los barracones declarando. Más tarde los hicieron subir a un camión, los colocaron de rodillas y los trasladaron a la fortaleza-prisión militar del Monte Hacho, también en Ceuta.

El 26 de julio empezaron los autos de procesamiento. El juez teniente coronel Ramón Buesa fue tajante en su exposición: «Según se desprende de lo actuado entre algunos cabos y soldados del Regimiento de Infantería, existía complicidad para la organización de un movimiento sedicioso con el fin de atentar contra la vida del excelentísimo señor jefe de las Fuerzas Militares Francisco Franco Bahamonde».

En la madrugada del 21 de enero de 1937, cuando aún no se había celebrado el consejo de guerra, una patrulla de falangistas llegó a la fortaleza del Hacho. Con total impunidad, sacó de sus celdas a los cabos Veintemillas y Marcos. Horas después sus cuerpos yacían, en el depósito de cadáveres del cementerio, donde fueron enterrados en la fosa común en el cementerio Santa Catalina.

Juicio sin testigos

368_no-2
368_no-2

Dos meses más tarde, todos los detenidos fueron trasladados al Cuartel de Sanidad, donde tuvo lugar el consejo de guerra. Lo presidió el teniente coronel Ricardo Seco. El juez permanente teniente coronel Buesa dictaminó el veredicto de culpabilidad. «Fue un juicio aparente, sin testigos ni nada», cuenta Téllez. Lo que más me quedó de la sentencia fue que el juez se levantó de su asiento y, con voz ronca y odio, nos dijo: “No sois españoles, sois todos unos cobardes traidores a la patria”, a lo que el cabo Rico replicó: “Juré defender una España democrática y la defiendo porque soy español; los traidores a la patria sois vosotros”». El epílogo de esta inédita conjura lo pone la muerte de un grupo de militares fiel a la República y que esperaba que con la muerte de Franco en su acuartelamiento se detendría la sublevación de sus mandos. Podría haber cambiado la Historia de España, pero lo único cierto es que, en la madrugada del 17 de abril de 1937, fueron fusilados el sargento Garea, los cabos Rico, Carrasco y Lombau y el soldado Navas. La ejecución fue obra de un piquete del Grupo de Regulares de Ceuta en el exterior de la fortaleza del Monte Hacho, situada en la Puerta Málaga.

Trama del atentado a Franco

4018_n-o3
4018_n-o3

El cabo José Rico proyecta matar a Franco. La traición de uno de sus compañeros hizo fracasar un plan que habría cambiado la historia... “Aquel atentado hubiera podido cambiar el curso de la historia de España”.

La maniobra la llevarían a cabo cuatro cabos y varios soldados el mismo 18 de julio de 1936 siendo uno de sus cabecillas el cabo republicano José Rico. Tras ser delatados en Ceuta por un chivatazo, fueron finalmente ejecutados en un Consejo de Guerra Sumarísimo un año más tarde.

Todo comenzó en la medianoche del 17 de julio de 1936. Aquella madrugada los militares golpistas comenzaron a tomar Ceuta. La represión sería terrible: 268 asesinatos entre 1936 y 1944 en la ciudad. El objetivo “salvar a España” de la República. El Regimiento de Infantería número ocho saldría en armas, junto al teniente coronel Juan Yagüe y las tropas de legionarios de Dar Riffien.

La situación se complicaba a medida que pasaban las horas. “Patrullas de falangistas detenían a civiles y asaltaban varias sedes de partidos políticos, comunicando al pueblo el estado de guerra, la disolución de partidos y la prohibición de realizar reuniones”, recuerda el investigador.

Los cabos José Rico y Pedro Veintemillas hacían la ronda aquella noche como otra jornada más. Solo en pocas horas, la ciudad había sido tomada por los militares sin tener que disparar un solo tiro. Pocos opusieron resistencia, sin saber lo que se avecinaba. El profundo republicanismo de Rico lo alentó a oponerse al golpe que ya se estaba gestando. Las primeras horas del día siguiente, ya 18 de julio, urdiría plan de resistencia. Una pequeña habitación del cuartel sirvió de reunión clandestina para el encuentro. Le acompañaron Anselmo Carrasco y Pablo Frutos. Rico tenía solo 21 años cuando se alistó voluntario en el Ejército desde Salamanca, su tierra natal, cuando marchó al Norte de África.

El cabo tramaría, como cabecilla, el complot para atentar contra la vida de Franco, que en aquellos decisivos momentos se encontraba en las Islas Canarias. “La idea se concretó en la segunda reunión en el cuartel”. Se trataba de frenar el golpe de Estado y una guerra civil que parecía ya irrevocable.

La magia del plan radicaba en su sencillez. La tarde del 18 de julio, Rico pidió estar de guardia en la entrada principal del cuartel con la intención de ser el primero en enterarse de la llegada de Franco. Cuando entrada en el patio central, le dispararían una ráfaga de fuego. El resto de militares serían detenidos. Sin embargo, la mayor complicación era buscar apoyo en el pueblo. Esa era una baza necesaria para el éxito del atentado. Sin el beneplácito –que no lograron– de los ciudadanos de Ceuta, Melilla y el protectorado, el golpe continuaría su curso.

Agustina Rico, sobrina del militar republicano, aludiría muchos años más tarde, en una entrevista, a la traición final que desbarató la operación. “En la tarde del 18 de julio, mi tío pidió entrar de guardia en la puerta principal del cuartel para ser el primero en enterarse de la llegada de Franco. Lo consiguió. Compartió vigilancia con el cabo Rodríguez, quien confesó después en el consejo de guerra que mi tío le había preguntado qué le parecía el movimiento, la revuelta fascista”.

Tiempo de Memoria

799_no-4-ok
799_no-4-ok

El periodista Carlos Fonseca (Madrid, 1959) presenta su novela histórica ‘Tiempo de memoria’, caso de que el atentado de Ceuta a cargo del cabo José Rico de 21 años y de Pedro Veintemillas hubiese tenido éxito contra el general Francisco Franco. Una ficción construida con una detalladísima documentación, encontrada en el Archivo Militar en Ceuta, lo que convierte el libro en una sugerente narración por una parte, pero sobre todo, en el descubrimiento... Ernesto, catedrático de Historia, encuentra en el archivo del Tribunal Militar, una carta enviada en el año 37, en la que un alto cargo comunica a los padres del cabo José Rico que su hijo ha sido fusilado. El documento despierta el interés del historiador que se va adentrando en la biografía de este joven destinado en Ceuta el año del levantamiento militar. En un arranque de valentía, compromiso con la República e inocencia, cuando José Rico se entera de que el jefe del Estado Mayor, Francisco Franco, va a recalar en Ceuta antes de iniciar su marcha hacia la península, propone a sus compañeros disparar contra él durante el encuentro que tiene previsto realizar con los soldados.

Franco nunca departirá con ellos, sin embargo, alguien delatará las intenciones de los insurrectos. Antes de que el jefe del Estado Mayor parta hacia la península, todos estos son encarcelados y más tarde fusilados. Durante los días que permanece en prisión, José Rico escribe un diario. En él cuenta su desesperación, la angustia que siente por el dolor de su familia y el horror ante lo que está sucediendo.

También te puede interesar

Lo último

stats