Ser hindú en Ceuta durante la dictadura: permisividad bajo lupa
RELIGIÓN
El régimen permitió la creación de la primera Asociación de Comerciantes Indios en España, pero no podían manifestar su fe públicamente, hablar su lengua materna o cremar a sus familiares
            Este es el primero de una serie de artículos que pretenden contar cómo era rezar a dioses diferentes en una España con el catolicismo como única religión verdadera
Los padres de Juan Carlos Ramchandani (Ceuta, 1970) se aventuraron a casarse en 1966. Ella era cristiana y él hindú en una España que aún no conocía el matrimonio civil. El Concilio Vaticano II ya había permitido la unión entre personas de diferente religión, pero el cura con el que se toparon en Ceuta se negó a aplicar lo que consideraba un indigno. Como la opción de que el futuro marido se convirtiera al cristianismo fue descartada de raíz, no les quedó más remedio que mensajearse con el Papa -Pablo VI por aquel entonces-, quien, tras un mes de espera, dio su consentimiento expreso.
Como el sacerdote, de cuyo nombre prefiere Ramchandani no acordarse, no se quedó conforme, los casó un miércoles 28 de febrero a las 8 de la mañana. Y no los casó en el altar, como habría querido la esposa, sino en la Sacristía, “escondidos, como si estuvieran cometiendo un pecado”. Escondidos en la intimidad de sus hogares debían rezar a sus dioses aquellos que profesaban la religión hindú durante la dictadura franquista. No eran perseguidos por sus creencias, pero tenían prohibido predicar, hacer manifestaciones públicas o proselitismo del hinduismo (o de cualquier otra religión que no fuera la cristiana católica) en la calle. Al menos durante los primeros años del Caudillo.
“La primera vez que asistí a un funeral tenía 15 años, era el año 85. Los hindúes nos quemábamos en el vertedero. Era dantesco"
“Con el paso de los años, ya a finales de los 50 o 60, aquellos que tenían tiendas, cuando llegaban fiestas como el Diwali, ponían unos manteles con copas y dulces en sus mostradores. Eso estaba tolerado, porque no era una manifestación religiosa como tal. Se practicaban otras religiones entonces, pero en el ámbito privado”, resume Juan Carlos Ramchandani, el primer sacerdote hindú declarado ministro de culto por el Gobierno de España. Es también presidente de la Federación Hindú de España y vicepresidente del Foro Hindú de Europa. Además de eso, ha escrito e investigado acerca de la historia de la comunidad hindú en Ceuta, desde sus inicios a finales del siglo XIX.
Por las experiencias oídas de boca de muchos, “ya fallecidos”, que vivieron entre 1936 y 1975, que usó como fuentes para sus libros, y por las vivencias que su padre, que llegó a Ceuta desde la India en 1958, le ha ido narrando, garantiza el ceutí que habla “con propiedad” cuando dice que ser hindú en Ceuta durante la dictadura estaba permitido, pero observado bajo lupa.
Los comerciantes indios
Paradójicamente, el Régimen permitió sembrar la primera “semilla de la comunidad hindú en Ceuta”, al constituirse la Asociación de Comerciantes Indios en 1948. Ni las motivaciones de su creación ni el contenido de sus primeras reuniones guardaban relación alguna con la religión, pero todos sus miembros tenían en común, además de la procedencia, la fe por los dioses hindúes. Cuenta Ramchandani que, según los datos cotejados, el primer ciudadano de la India llegó a la ciudad autónoma en 1896. Este rincón español en el norte de África estaba cerca de Gibraltar que, al igual que la India, era colonia inglesa, además de que representó para ellos una “oportunidad de negocio”.
Por si a alguno de los comerciantes indios se les ocurría usar el seno de la asociación para predicar la fe predominante en su país de origen, las reuniones se celebraban con la presencia de “dos policías secretos vestidos de paisano”. Por supuesto, “se tenía que hablar español”. No tenían permitido conversar en su lengua materna. “No podía verse como una reunión subversiva, donde pudieran conspirar. Iban tomando notas y después firmaban un acta”, relata Ramchandani a partir del testimonio de su propio padre, “que lo vivió en primera persona”.
            También encontraban obstáculos alrededor de la muerte. En el hinduismo se cree que el cuerpo puede impedir que el alma avance hacia el próximo viaje; sus creencias marcan que el cuerpo debe ser cremado, para poder así liberar el alma. Dado que la religión cristiana solo contempla el entierro del fallecido, los hindúes tenían prohibido convertir en cenizas a sus seres queridos. “En Ceuta no tenemos datos, pero consta que en Canarias hubo mucha gente hindú a la que enterraron a la fuerza”, relata el sacerdote.
A los impedimentos de la España dictatorial se sumaba la ausencia de recursos. No existían hornos crematorios entonces, por lo que la comunidad usaba, como de costumbre, la leña. Con el dictador vivo lo hacían a escondidas, pero, una vez establecido el primer Gobierno democrático español, continuaron haciéndolo en condiciones similares, aunque con el permiso del Estado. “La primera vez que asistí a un funeral tenía 15 años, era el año 85. Los hindúes nos quemábamos en el vertedero. Recuerdo que estábamos poniendo la leña y detrás veíamos los camiones tirando la basura. Las ratas, las gaviotas… Era dantesco”, narra.
En el año 2006, quien habla inauguró el crematorio hindú de Ceuta, el único donde pueden cremarse los cuerpos siguiendo las normas de la religión. Sin embargo, cuenta Ramchandani que actualmente los hindúes optan por llevar los cuerpos al crematorio municipal. “Desde que se inauguró hasta la fecha tan solo se ha cremado a una persona”, afirma.
La comunidad hoy
“Las cosas han cambiado mucho, pero también hay que saber que en Ceuta vivimos en una pequeña burbuja. En Ceuta somos privilegiados, nos ponen alumbrados en las calles a cada religión, pero en otras ciudades las demás religiones pasan desapercibidas”, explica Juan Carlos Ramchandani. En la ciudad autónoma, la comunidad hindú consta de alrededor de 300 personas. En toda España son unos 75.000, de los cuales unos 55.000 son de origen asiático y 20.000 occidentales, según el sacerdote. Y sin embargo, es tratada como una religión “de segunda”.
“¿Hay libertad religiosa en España? Sí ¿Libertad de culto? Sí. Pero España ha creado religiones de primera, segunda y tercera división, aunque sea un estado laico”, opina el ceutí. Este se refiere a que no todas las confesiones tienen los mismos derechos. Por ejemplo, los enlaces matrimoniales cristiano, musulmán o judío son válidos ante la ley, pero no el hindú, ya que esta última carece del llamado “notorio arraigo”.
            “El hinduismo, la religión más antigua de la humanidad y que sigue vigente, con 1.200 millones de seguidores en el mundo, con una presencia centenaria en España”, lamenta. Según este, comunidades religiosas más minoritarias como la judía, con 20.000 fieles en el país, o el bahaísmo, con 5.000, sí tienen el arraigo. Incluso el budismo, “que nace del hinduismo”.
Este estatus, otorgado por el Gobierno, proporciona beneficios como la posibilidad de celebrar matrimonios con validez legal, acceso a la enseñanza religiosa en colegios y representación en el Consejo Religioso. Sin embargo, al no cumplir ciertos requisitos burocráticos, como registrar 100 entidades religiosas, el hinduismo se encuentra en desventaja frente a otras religiones minoritarias como el budismo o el bahaísmo.
Esta falta de reconocimiento tiene consecuencias prácticas. Por ejemplo, los matrimonios hindúes realizados por sacerdotes no tienen validez legal. Además, los sacerdotes hindúes carecen de acceso garantizado a hospitales o prisiones para atender a fieles, algo que sí se permite a ministros de otras confesiones reconocidas.
            Ramchandani también señala la falta de representación en el ámbito educativo, lo que puede generar desinformación y estigmatización. Aunque en Ceuta la relación entre la comunidad hindú y las autoridades locales es positiva, permitiendo cierta flexibilidad en la práctica religiosa, esta no es la realidad para hindúes que residen en otras regiones de España, como Galicia o el País Vasco. El hinduismo cuenta con una presencia consolidada en algunas regiones del país, como Canarias, que alberga la mayor concentración de hindúes, especialmente en Tenerife y Las Palmas.
Según Ramchandani, la falta de "notorio arraigo" no es necesariamente una cuestión de números, sino de voluntad política. A modo de ejemplo, menciona cómo en el pasado se otorgó este estatus a comunidades más pequeñas, como los mormones, por el simple hecho de que George Bush quiso que sus soldados estadounidenses, residentes en las bases que tienen en España, pudieran vivir en un país que reconoce su religión.
Sí han conseguido algún que otro avance en los últimos años, como que el Gobierno de España felicite a la comunidad a través de Twitter cuando llega el Diwali. O que la Fundación Pluralismo y Convivencia incluya algunas de sus festividades en su calendario religioso. O que declararan al propio Ramchandani como ministro de culto, lo cual le permite oficiar bodas hindúes, pese a que estas no puedan hacerse con la validez legal.
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