Los cátaros y la Iglesia Católica

Desde siempre, estuve en la creencia de que la Inquisición la creó el Vaticano con el fin de luchar contra la herejía y efectivamente, así es si nos atenemos a la definición de hereje: Persona que niega alguno de los dogmas establecidos en una religión, heterodoxo, renegado, heresiarca, apóstata, cismático o réprobo. De lo que no tuve hasta hace pocos años conocimiento más profundo, fue de los cátaros.
El catarismo fue una concepción del cristianismo que sustituía el dogma católico por el dualismo oriental, adoptado por influencia de los bogomilos (doctrina fundada en Bulgaria, a mediados del siglo X, por el pope Bogomilo), bebía en las fuentes del maniqueísmo, que todavía pervivía en Occidente, y alcanzó una gran popularidad entre los siglos XII y XIII, en especial en el norte de Italia y sur de Francia. Los cátaros, debido a su creciente influencia política y económica, se convirtieron en un peligro para los estados cristianos y la Iglesia romana lanzó duros ataques y calumnias contra ellos.
El historiador estadounidense Henry Charles Lea (1825-1909), en su “HISTORIA DE LA INQUISICIÓN EN LA EDAD MEDIA”, señala: .
Tras varios intentos por parte de la Santa Sede de contrarrestar el avance del catarismo, como por ejemplo en 1147, donde el papa Eugenio III envió a varios legados pontificios a los territorios cátaros con el fin de frenar su auge y expansión, con un rotundo fracaso, a partir de entonces, el catarismo pasa a ser el mayor problema de la Iglesia. En 1178, Henri de Marcy, un legado pontificio, denominó a las poblaciones cátaras “sedes Satanae o sedes de Satanás”.
Henri de Marcy se presentó en Tolosa (Francia) para combatí a los cátaros y sus habitantes le recibieron con bromas e insultos (le llamaron “apóstata”). Temiendo por su vida, escapó de la ciudad y juró venganza. Organizó una red de espías que pronto dio sus frutos al recabar los nombres de los principales dirigentes cátaros. Entre ellos estaba Peyre Maduran (los cátaros le apodaban “San Juan el Evangelista), al que los espías señalaron como el jefe de los herejes.
Dispuesto a detenerle, el legado pontificio mandó a Tolosa un contingente de doscientos soldados. Peyre Maduran fue arrestado, sometido a torturas y obligado a pasear por las calles de la ciudad desnudo y descalzo mientras le propinaban latigazos. El papa le condenó a peregrinar a Tierra Santa, donde permaneció durante tres años, y le confiscó sus bienes. Sobre este episodio Carter Scott, en Los cátaros, escribe: “A su regreso (se refiere a Peyre Maduran) le aguardaban todos los habitantes del condado de Tolosa, para recibirle como si fuera un héroe. Luego le nombraron alcalde mayor”. El catarismo, pese a las acciones y amenazas de la Iglesia, se mantuvo vivo, y el papado no estaba dispuesto a permitirlo.
FUENTES: “Atlas ilustrativo de LA INQUISICIÓN EN ESPAÑA” e “HISTORIA NATIONAL GEOGRAPHIC”
Capítulo II
El catarismo se desarrolló en Francia en el siglo XII. Los predicadores hicieron una profunda reivindicación del cristianismo y se llamaron a sí mismos los únicos verdaderos discípulos de los apóstoles, practicando como ellos la pobreza absoluta y el trabajo de sus manos para vivir. Los cátaros, creían en la reencarnación y se negaban a comer carne y otros productos animales. Eran estrictos en los mandamientos bíblicos y en particular los que trataban de vivir en la pobreza, no decir mentiras, no matar ni hacer juramentos (por eso no hay ningún político cátaro).
Criticaron a la Iglesia en gran medida por la hipocresía, la codicia y la lascivia de su clero, y la adquisición de tierra y riqueza por parte de la Iglesia.
Los cátaros se oponían a los católicos por su dualismo: según ellos, el mundo carnal era obra del diablo. Vivían según sus propias reglas y solo reconocían un sacramento, el «consolamentum», que tenía lugar durante el matrimonio, la extremaunción, el bautizo, etc.
No creían que Jesús fuese hijo de Dios. No era sino un mensajero que de modo aparente asumió un cuerpo humano y murió aparentemente en la cruz, ya que un espíritu puro, como aquel de Jesús, era inmune al sufrimiento y a la muerte.
Los cátaros creían que los seres humanos eran almas inmortales atrapadas en un cuerpo físico por el demonio y que el objetivo de la vida era liberarse del apego a este cuerpo y al mundo físico para poder regresar a Dios. La reencarnación era un aspecto de esta creencia.

Esta evolución suscitó el descontento de una parte del clero católico, que seguía defendiendo la práctica de la pureza y del modelo de vida evangélico como única vía de perfección. Las críticas contra la jerarquía de Roma, acusada de traicionar la tradición de la Iglesia de los tiempos apostólicos, surgieron por parte de ciertos miembros del clero, que a su vez se vieron acusados de herejía por las autoridades eclesiásticas. Los cátaros procedían de estos sectores descontentos de la Iglesia. Se caracterizaron por su crítica radical contra el papado y la jerarquía romana y por pretender ser los únicos herederos de los apóstoles, conservando el poder espiritual de salvar a los hombres que Jesús les había confiado al volver en Pentecostés. Aunque se conocen focos cátaros en lugares como el obispado de Colonia, fue en las regiones meridionales de la cristiandad, principalmente en el sur de Francia, en los condados catalanes de los Pirineos y en Italia, donde al final arraigaron. Allí, una serie de príncipes y señores feudales –los condes de Toulouse y de Foix, los vizcondes de Trencavel (señores de Albi, Carcasona, Beziers, Limoux y Agde)– favorecieron la acogida e implantación de la herejía. En general, los cátaros se instalaron en los llamados castros o burgos cástrales, pequeños pueblos fortificados que surgieron desde el año Mil al abrigo de los castillos feudales.
Capítulo III y final de Los Cátaros
Inocencio III, el pontífice supremo de la otra Iglesia (la que para los cátaros era la Iglesia usurpadora, la Iglesia de los lobos, la Iglesia malvada que se había apartado del recto camino), se había propuesto acabar de una vez por todas con aquella perniciosa “peste herética que había plantado sus raíces en el corazón mismo de la Cristiandad. Y dispuso sucesivamente todos los instrumentos necesarios, primero pacíficos y después violentos, para lograr su pura y simple desaparición de la faz de la tierra”.
Descartadas, por ineficaces o demasiado lentas, vías de carácter pacífico tales como el envío de legados del papa, la celebración de debates con los cátaros o la predicación de los dominicos (la nueva orden mendicante fundada por Domingo de Guzmán), el pontífice hizo un llamamiento a los príncipes fieles a la Iglesia de Roma para que formaran un ejército que invadiera las tierras infestadas por el catarismo, al estilo de las cruzadas que se desarrollaban en Oriente. Semejante método contrastaba con el quinto mandamiento («no matarás»), pero la Iglesia de Roma destilaba desde hacía varias décadas una doctrina que justificaba el recurso a la violencia cuando se trataba de luchar contra los infieles, ya fuera en Tierra Santa o en tierra cristiana.

En 1208 el papa decretó una cruzada contra los cátaros de Occitania en la que participaron nobles y obispos franceses. La Iglesia católica continuó actuando con la Inquisición, provocando que los cátaros pasasen a la clandestinidad y desapareciesen a mediados del siglo XIV.
Sus miembros tuvieron que ocultarse, cortarse las barbas y cambiar sus hábitos, y adoptaron la práctica de pronunciar sus sermones y celebrar sus ritos en los claros de los bosques o en las eras de las casas de labranza; de esta forma evitaban a sus huéspedes que las autoridades demolieran hasta los cimientos sus hogares y los convirtieran en un depósito de basura por haber sido «receptáculo de perfidia». Desde luego, los últimos cátaros pagaron con sus vidas su contumacia en la fe que predicaban y su fidelidad al principio de no mentir jamás.
Así finalizó la Iglesia de los cátaros su paso por la historia: en la década de 1320 en el Languedoc, algo más tarde en Italia y a mediados del siglo XV en Bosnia. Una Iglesia cristiana disidente que, en definitiva, no tenía otro objetivo que volver a las fuentes del cristianismo originario, a la autenticidad del mensaje evangélico que un día predicó, en las tierras de Galilea y de Judea, Jesús de Nazaret.
FUENTE: Antoni Dalmau en EL OCASO DE LOS CÁTAROS. LA RENDICIÓN DE UNA IDEOLOGÍA FRENTE A LA INEXORABLE INQUISICIÓN