Una pesada compañía

Antes, al menos, tenía la decencia de llamarme unos días antes de su llegada para preguntarme si queríamos vernos. Pero desde hace algunos años, ni siquiera eso. Llama a mi casa, se mete en el salón, abre el mueble bar y se sirve lo que le da la real gana. A veces, me pregunta cómo van la familia, el Betis y el trabajo. En otras ocasiones, directamente se tumba en el sofá sin ningún conato de vergüenza.
Mucha gente me ha preguntado si no soy capaz de ponerle freno. Yo mismo me lo he preguntado muchas veces, “¿por qué coño tengo que aguantar a este, si no me toca nada ni le debo dinero?”. Pero, por esas extrañas decisiones que tiene el destino, no soy capaz de decirle que no pase de la puerta. No sólo eso: además de ser incapaz de decirle nada, en mi fuero íntimo reconozco que me agrada tenerle ahí, de nuevo.
Su presencia significa desorden, trasnoche; me marca tanto que no soy capaz de ir a trabajar, a recoger a mi hija al colegio o a comprar el pan sin pensar en cosas que me dice. Llega un momento en qué mis más allegados, esos que están también cuando el se va, me dejan por imposible. “Te íbamos a llamar porque queríamos tomarnos una cerveza contigo, pero sabemos que tienes compañía en casa. Si eso, cuando se vaya”. Yo arrugo la barbilla, asiento con la cabeza y miro el calendario. “Si ha venido hoy, no creo que tarde mucho más de tal fecha en irse”.

Hace algunos años, se iba un tiempo y luego volvía. Pero desde que internet y sus derivados -Youtube, WhatsApp, Facebook- se han instalado en nuestra vida, lo mismo me da una sorpresita en verano, Semana Santa o pleno mes de noviembre. No me pregunten por qué. El es así.
El caso es que junto a el, por mucho que cada vez el cuerpo aguante peor las resacas y las noches sin dormir, he vivido algunos de los mejores momentos de mi vida. Es pícaro y pendenciero, pero también sabe ser generoso y dar un abrazo cuando la ocasión lo requiere. En mi listado de frases de esas que soltar cuando uno no sabe si cortar el cable naranja o mandarlo todo a tomar viento, siempre me aparece alguna de las suyas. Si, mi vida es un desorden cada vez que entra por la puerta. Pero, por otra vez, cuando lo veo venir me siento rejuvenecer. Le pido que me hable de la muerte, la vida, el amor, los mares, el viento, la familia, la droga, el trabajo, los inmigrantes, la vejez, el tiempo, los políticos, el fútbol o la Monarquía. A veces me enfado con el, porque todavía tiene los santos bemoles de reprocharme que muchos de mis amigos pasan más tiempo en su compañía que yo…
Yo ya les ha advertido. Seguramente, se acerque a ustedes y trate de engatusarles. Don Carnal está de vuelta. Que le dejen entrar por la puerta o le manden a paseo ya depende de ustedes. En mi caso no hay vuelta atrás: como cantaban ‘Yo Claudio’, ese ladrón ya me ha robado una vida entera.