13º Congreso del PSOE de Ceuta: el congreso maldito
José Mazzini
El hotel Puerta de África ha sido el escenario de una ceremonia que pretendía inaugurar un nuevo tiempo para los socialistas ceutíes, aunque lo único que ha inaugurado es otra temporada de desencanto. Un ciclo que, salvo sorpresa, solo puede ser breve o sombrío. Cuando creíamos que el socialismo caballa había agotado su creatividad en lo autodestructivo, nos demuestran —una vez más— que su talento para cavar trincheras internas es directamente proporcional a su incapacidad para construir una alternativa política real. Al fin y al cabo, ¿para qué ganar elecciones cuando puedes administrar, en familia, las migajas que gotean desde Madrid a través de la Delegación del Gobierno?
Se dirá, con razón, que nunca llueve a gusto de todos. Pero es responsabilidad de toda ejecutiva entrante —más aún en un partido tan dado al incendio espontáneo— aparentar, al menos, la voluntad de integrar. Aquí, ni eso. El revanchismo se sirvió al natural, sin guarnición ni protocolo. Y la vieja guardia, copa en mano junto a Juan Gutiérrez, celebraba sin pudor la extinción total de cualquier atisbo de disidencia.
Como en esas bodas a las que uno acude sabiendo que el divorcio está escrito en el brindis, lo más memorable del día fue el tentempié y el reencuentro con las amistades. Porque eso es, en esencia, lo que nos deja este 29 de marzo: un reencuentro de exalumnos, de veteranos del club de pesca y del dominó, que encuentran en el partido la excusa perfecta para socializar, salir de casa y, con un poco de suerte, repartirse algún cargo menor. Al fin y al cabo, siempre queda más elegante ser un inútil con secretaría que un inútil a secas.
Tan grotesca ha sido la función que ni Ferraz se ha molestado en enviar a alguien de peso. Si van a inmolarse, háganlo delante del conserje, que los adultos están ocupados. Porque, como bien citó el nuevo secretario general, parafraseando a Andreotti, “están los enemigos íntimos… y luego están los compañeros de partido”.
La esperanza —quizá ingenua— de que el nuevo liderazgo lograría desmarcarse del legado de Gutiérrez y alcanzar una entente con la candidatura de Sebastián Guerrero, murió al hacerse pública una ejecutiva monocorde, diseñada para agradar al espejo.
Uno podría pensar que, al menos, el congreso serviría para esbozar un modelo de partido en sintonía con la sociedad ceutí, una visión que permitiese irradiar algo más que claveles y sonrisas. Pero ni una palabra sobre organización, militancia o participación. Ni una mención al contexto local, al pulso de la ciudad. Un congreso tan
genérico que un visitante marciano no habría podido saber si estaba en Ceuta, en Murcia o en Albacete. Y eso, precisamente, revela el vacío existencial de esta tragicomedia.
Es pronto para anticipar las consecuencias de semejante despropósito, y no es este el lugar para juzgar las virtudes —o su ausencia— de los miembros de la nueva ejecutiva, ni lo pintoresco de algunos nombramientos. Porque lo cierto es que da igual. El PSOE de Ceuta ha celebrado su 13º Congreso pensando en el 14º. Que disfruten de la luna de miel, del coto cerrado, de su sede. La política, con su peso implacable, no tardará en arrastrar de nuevo a este partido —vacío de proyecto pero lleno de posados— al lugar que le corresponde: el
margen.