Marruecos marca el paso y Albares aplaude

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El ministro José Manuel Albares volvió este jueves a hacer lo que mejor se le da: aplaudir a Marruecos aunque le dé la espalda a España. En su declaración tras reunirse con su homólogo marroquí, Nasser Bourita, en Madrid, se deshizo en elogios hacia unas relaciones bilaterales que, según él, marchan viento en popa. Y claro, no faltó la mención a la apertura de las aduanas de Ceuta y Melilla, que ya se ha convertido en su comodín para disfrazar una realidad que dista mucho del idilio diplomático que intenta vender.

Porque una cosa es la propaganda institucional y otra muy distinta los hechos. Marruecos sigue jugando sus cartas con maestría y con ventaja: controla los tiempos, marca los ritmos y utiliza la inmigración como un termómetro para presionar cuando quiere más concesiones. Mientras tanto, España asume el papel de socio obediente, siempre dispuesto a ceder terreno a cambio de un titular bonito o de un comunicado conjunto lleno de frases vacías. No se puede hablar de cumplimiento de hoja de ruta “a buen ritmo” cuando la aduana comercial ha tardado años en abrirse y aún lo hace a medio gas, cargada de restricciones y promesas incumplidas.

Lo grave no es solo la subordinación diplomática, sino la falta de dignidad política. Que un ministro de Exteriores mire hacia otro lado mientras Marruecos maniobra con la cuestión del Sáhara, bloquea mercancías, y condiciona la frontera sur a su antojo, es más que preocupante. Y que encima lo haga con entusiasmo, como si el juego estuviera siendo justo, resulta ya insultante.

España necesita una política exterior firme, no una rendida. Necesita ministros que no confundan cordialidad con servilismo, ni acuerdos con sumisión. Marruecos ha demostrado que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Lo preocupante es que, mientras tanto, Albares sigue sin enterarse de que lo están toreando.

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