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ENTREVISTA
Saida Boulbars sobrellevaba una tarde más de trabajo entre máquinas de café y expositores llenos de pasteles cuando uno de los clientes habituales de ‘Cafetería La Avenida’ (antiguo ‘Café Isidro’) reprodujo una broma ya tradicional entre ellos. “¿Qué pasa, empleada?”, le dijo entre risas, a lo que la trabajadora de rubia y rizada melena respondió contundente: “Algún día voy a ser como tú”. Cuando, un año después, la rifeña de acento ceutí se hizo con las llaves del local, comunicárselo a su amigo fue una de las primeras y más reconfortantes tareas.
“Mi sueño siempre ha sido abrir una cafetería y ponerle el nombre que siempre tuve en mente”, confiesa la empresaria hispano-marroquí, responsable de la recién inaugurada ‘Cafetería Bars Ceuta’. Tras una vida dedicada a la hostelería por cuenta ajena, Saida obvió las recomendaciones de aquellos que le pedían cautela y tomó la decisión de seguir madrugando para levantar persianas, pero que, esta vez, las persianas fueran suyas. Siendo solo una niña dejó atrás su infancia para comenzar a criarse a sí misma en un país extraño, que 41 años más tarde, siente como suyo y le ha permitido cumplir su deseo de tener su propio negocio.
Al mediodía de este sábado, el establecimiento ubicado en plena Avenida de África se encontraba en calma. Los fines de semana son tranquilos comparados con los días lectivos, cuando el claustro y alumnado del IES Siete Colinas acude en masa a la casa de Saida en busca de energía. La que les da el café, pero también la actitud inquieta de la camarera. “No paro de dar conversación, no paro. Hablo con ellos, me cuentan sus cosas, nos reímos…”, comenta con una sonrisa que no pierde en toda la charla que mantiene con El Pueblo de Ceuta.
Aquel día, Saida tomó asiento en una de las impolutas mesas de su local para contar parte de su historia. En la barra, su socia, Laila, continuaba bregando con el quehacer de la cafetería que lleva por nombre el apellido de Saida y la ciudad que la acogió siendo una niña y es hoy su hogar y el de su hijo, de 18 años. De piel morena y tersa, la empresaria y trabajadora portaba, como de costumbre, una camiseta negra con el logo de su negocio serigrafiado en el lado izquierdo de su escote. Inaugurado el 28 de febrero de este año, ‘Bars Ceuta’ conserva la clientela de sus predecesores y, por el momento, las dos socias se mantienen a flote con optimismo.
La niña criada a sí misma
De pequeña, Saida soñaba con ser profesora. Cuando mira atrás se ve a sí misma “siempre jugando”, con espíritu “activo”, “enérgico”, y con “una infancia muy bonita”. La vivió en Castillejos, aunque no fue el lugar donde nació y, al igual que le ocurriría más tarde en España, sus comienzos allí fueron “duros”. La hostelera nació en el Rif, donde vivió hasta los 7 años, cuando tuvo que mudarse a Castillejos junto con su familia, de más de cinco hermanos.
Su padre estaba a caballo entre España, Bélgica y Marruecos, por motivos laborales, por lo que decidieron acercarse a la frontera del Tarajal para facilitar los reencuentros familiares. Fue entonces cuando se enfrentó, por vez primera, a una barrera idiomática. Ella hablaba rifeño, no árabe. El primero es una variedad del amazigh -bereber-, que ni siquiera comparte alfabeto con el dariya marroquí. Siempre fue una persona “echaba para adelante”, por lo que, lejos de encerrarse en la comodidad de su numeroso hogar, decidió salir a la calle y jugar con los niños de Fnideq.
“Fue muy duro venir aquí sin conocer a nadie con 14 años"
“En una semana o dos ya soltaba palabras en dariya”, recuerda sonriente. Por aquel entonces soñaba con ser profesora, enseñar a los demás. Hoy en día, se dedica a facilitar que los docentes del instituto frente al que trabaja sean un poco más felices siempre que pisan su casa. Era menor de edad cuando cruzó la frontera terrestre que une Marruecos con Ceuta la primera vez. Le tocó adaptarse a marchas forzadas a un nuevo idioma. “No hablaba nada de nada de español. Ni para pedir un vaso de agua. Y con el tiempo, poquito a poquito, fui mejorando. La verdad es que siempre me ha interesado el idioma de donde estoy, para comunicarme con la gente”, reflexiona con sus manos apoyadas sobre un vaso con restos de café con leche.
“Fue muy duro venir aquí sin conocer a nadie, siendo una niña. Y yo, gracias a Dios… Es que me he criado a mí misma, como yo digo”, cuenta. Eran los años ochenta cuando Saida llegó a España. No solo carecía de la posibilidad de regresar de forma temporal a su tierra para besar a su madre y abrazar a sus hermanos, sino que tampoco tenía teléfono con el que contactarles, ni posibilidad de hacerlo por carta. Tampoco veía a su padre, aunque se encontrara residiendo en Europa, debido a su trabajo.
Al cumplir los 18, decidió cruzar el Tarajal de vuelta. Aún recuerda la “alegría” que sintió cuando volvió a ver a los suyos. La felicidad de Masuda, su madre -fallecida desde hace dos años-, al ver de nuevo a su pequeña. Saida continuó en su país natal hasta que pudo conseguir que le expidieran su pasaporte, cuando ya tenía 21. Durante su estancia en Marruecos siempre supo que volvería. Se había “acomodado” a la vida en España, había logrado hacer amigas con las que “salía, iba a la playa, a pasear, al cine” y compartía un presente que le gustaba.
Desde su regreso fue encadenando trabajos de todo tipo. Cualquiera que le ayudara a sobrevivir y, de paso, a crecer. Cuidando de menores de edad y, sobre todo, en la hostelería. Su primera experiencia en el sector de la restauración lo vivió cuando tenía ya 31 años. Ante de eso recuerda haber trabajado cuidando a la hija de un matrimonio que poseía una cafetería. La madre solía decirle: “Saida, ¿por qué no te pones conmigo, que tú vales para esto y yo te puedo enseñar?”. Pero ella no se atrevía. Creía que no sería capaz de “poner un café”, así que siguió preparando biberones.
Su primer contrato en la hostelería fue en el Casino Militar, como cocinera. “No sabía servir, coger bandejas, hacer café, poner copas… Nada. Así que empecé como cocinera. En un mes ya estaba llevándolo yo todo sola”, resume. Reconoce que es de esas que “aprenden rápido”, aunque solo aquello que le genera “interés”. “Por ejemplo, como no me gusta el dulce, no sé hacer una tarta de chocolate. Pero para las cosas que me interesan soy rápida”, explica. En el Casino conoció al que después se convirtió en su marido y padre de su hijo.
Trabajó también en la Tertulia Flamenca. Hace poco más de un año, se unió a la plantilla de la Cafetería La Avenida, frente al Siete Colinas. Allí, un cliente y buen amigo la llamó empleada, y ella le aseguró que algún día se convertiría en alguien como él. Como terminó sucediendo. Abre las puertas de su Bars Ceuta a las 6:45h cada día, hasta las 13:00h. Vuelve a las 16:30 y concluye la jornada entre las 21:00 y las 22:00h. Ofrece desayunos y meriendas, aunque también tiene cervezas y planea incluir montaditos. “Para los vecinos. No voy a dejarlos, pobrecitos míos, sin nada”, comenta entre risas. “Soy muy feliz, es lo mejor que me ha pasado”.
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