La importancia de visibilizar el TDAH
Una madre ceutí
Soy madre de un niño con TDAH. Y esta semana, como tantas otras, me he sentido impotente. Me he sentido sola. Y me he sentido juzgada por un sistema que sigue sin entender lo que significa vivir con una condición que no se ve, pero que lo afecta todo.
A unos días de terminar el curso, han expulsado a mi hijo del instituto. Fue por un conflicto con otro alumno, fuera del centro. ¿Es grave? Lo que es grave es la respuesta: tres días de expulsión. Ninguna mediación, ningún intento de comprender, ningún adulto que se detuviera a pensar qué hay detrás de su comportamiento. Solo castigo.
A veces pienso que si mi hijo tuviera una herida visible, una pierna rota o fiebre, todo sería más fácil de explicar. Pero el TDAH no se ve. Y por eso se ignora. Se confunde con mala conducta, con rebeldía, con falta de educación. Y no lo es.
Mi hijo necesita comprensión, límites con afecto, acompañamiento real. Pero lo que encuentra, una vez más, es una puerta cerrada. Y no solo en el colegio. En Ceuta, no existe una unidad de salud mental infantojuvenil. No hay un equipo que nos escuche, que nos oriente, que lo atienda como merece. Las familias seguimos remando solas, sin recursos, sin apoyo.
Y mientras tanto, ellos —nuestros hijos— cargan con etiquetas que no les pertenecen. Son niños, adolescentes, con una forma distinta de sentir, de aprender, de reaccionar. No están rotos. No están perdidos. Lo que está roto es el sistema que no los ve.
No escribo esto por rabia. Lo escribo por amor. Porque ya no sé cómo hacer que escuchen. Porque cada vez que mi hijo es rechazado, yo también me rompo un poco por dentro.
Solo pido algo muy simple: que se mire a estos niños con otros ojos. Con paciencia. Con humanidad. Con la certeza de que lo que necesitan no es castigo, sino ayuda.