Gestos simbólicos vs, realidades olvidadas
En los últimos días, la españolidad de Ceuta y Melilla han vuelto a ocupar titularidades en la agenda política nacional. Mientras los partidos se llenan la boca con discursos patrióticos y problemas sobre la integridad territorial, la realidad demuestra una profunda contradicción entre sus palabras y acciones. La defensa de Ceuta como ciudad española parece más un arma arrojadiza en la batalla partidista que un compromiso real con sus ciudadanos.
Recientemente, la comisión de Defensa del Congreso aprobó una proposición no de Ley presentada por Vox y respaldada por el PP, para exigir al Gobierno que proteja la soberanía nacional de Ceuta y Melilla. El diputado ceutí Javier Celaya (PP) declaro que la españolidad de estas ciudades no pude ser objeto de pugna política, pero su partido no dudó en sumarse a una iniciativa que, en la práctica, busca desgastar al ejecutivo de Pedro Sánchez.
Mientras tanto, el PSOE, que ha criticado la pasividad del Gobierno Ceutí en temas como la vivienda, evita una autocritica sobre su propia gestión en materia fronteriza y de relaciones con Marruecos. La reapertura de las aduanas comerciales, prometida tras el giro diplomático sobre el Sahara en 2022, sigue sin materializarse, dejando a Ceuta en un limbo económico.
Los partidos coinciden en gestos grandilocuentes: desde la visita de la Princesa Leonor a bordo de la fragata Blas de Lezo hasta las declaraciones del vicepresidente melillense negando especulaciones sobre la hipotética cesión a Marruecos. Sin embargo estas acciones contrastan con el abandono histórico de infraestructuras clave, como el edificio de la sirena en el monte Hacho, un símbolo ceutí que lleva décadas degradado pese a su potencial turístico.
Tampoco se están corrigiendo las asimetrías en financiación como denuncia el presidente Juan Vivas, quien reclama un modelo que contemple las singularidades de Ceuta mientras, el observatorio de Ceuta y Melilla advierte que el PIB local podría crecer un 3,7 con políticas fiscales y tecnológicas adecuadas, algo que ningún partido ha priorizado.
La hipocresía alcanza su cima en la diplomacia. Aunque todos los partidos defienden la españolidad incuestionable de Ceuta, Marruecos sigue utilizando la presión migratoria y el cierre de fronteras como moneda de cambio. Mientras Felipe VI recibe a empresarios ceutíes en Zarzuela para darles aliento, los Reyes de España llevan una década sin pisar Ceuta o Melilla, algo que a mi parecer calificaría de una anomalía democrática.
Concluiría exponiendo que la españolidad de Ceuta no debería reducirse a eslóganes en el Congreso a fotos en fragatas reales. Exige inversión, estrategias turísticas reales como la licitación de dos millones para promocionar la ciudad y una política exterior firme que no ceda a los chantajes de Rabat.
Hoy los partidos políticos usan a Ceuta como escenario de su teatro político, pero sus habitantes siguen esperando hechos que respalden tanto discurso, con esto quiero decir que hace falta un nuevo relato para estas dos ciudades, uno que no se limita a banderas, sino que incluya soluciones.