EDITORIAL
Día histórico en Ceuta
Lo sucedido este jueves en el Puerto de Ceuta es una auténtica vergüenza. La naviera Trasmediterránea protagonizó un caos absoluto que dejó a decenas de usuarios en tierra, tirados, sin información clara, sin alternativas y sin responsables visibles dando la cara. Que en plena operación salida por la festividad de San Antonio se queden más de 50 vehículos sin embarcar por una descoordinación de manual es, sencillamente, inadmisible. ¿Hasta cuándo vamos a seguir tolerando estos episodios de ineptitud sin consecuencias?
Las excusas de la compañía resultan tan endebles como indignantes. ¿En serio se pretende justificar el desaguisado con la imposibilidad de usar un carril que comparten habitualmente con otra naviera? Eso no es un incidente, es una falta de previsión escandalosa. Y lo que es peor: la desinformación ofrecida a los medios asegurando que todo estaba restablecido cuando, en realidad, los pasajeros seguían atrapados horas después, demuestra un desprecio absoluto por los usuarios y por la verdad. Trasmediterránea no solo falló en su servicio: también mintió.
A la falta de operatividad se sumó la absoluta dejadez. Ningún responsable de la compañía se presentó en la zona de embarque para gestionar la situación. Nadie dio explicaciones a las familias afectadas. Ni una sola voz autorizada que diera la cara. Así no se gestiona un servicio público esencial, especialmente cuando se presume de experiencia y de ser una naviera de referencia. La lentitud en el canje de billetes, la desorganización del personal y la incapacidad para reaccionar a tiempo reflejan una estructura interna fallida.
Por fortuna, la Autoridad Portuaria ha abierto un expediente informativo. Es un primer paso, pero no puede quedarse ahí. Las palabras de comprensión hacia los afectados están bien, pero ahora toca actuar. Hay que depurar responsabilidades y, si procede, sancionar a la naviera con la dureza que corresponde. Porque esto no ha sido un error puntual: es la muestra de un modelo de gestión deficiente, insensible y, lo que es peor, reincidente.
La ciudadanía no puede ser rehén del desgobierno logístico de una compañía privada que opera con licencia pública. Si Trasmediterránea no está en condiciones de garantizar un embarque ágil, seguro y bien informado, que deje paso a quien sí lo esté. Lo que ocurrió este jueves no puede volver a repetirse. Ya basta de mirar para otro lado cuando el desastre lo pagan, como siempre, los usuarios.
El Puerto de Ceuta y sus pasajeros merecen un servicio a la altura. No estamos ante una simple anécdota. Estamos ante una humillación en toda regla que debe tener consecuencias. Y cuanto antes, mejor.
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