Vol. IV – La caza del hereje moderno: el liberalismo bajo fuego cruzado
CARTAS DESDE LA TRINCHERA LIBERAL
Jesús María González Barceló (Think Tank Hispania 1188)
Vivimos una época en la que no se queman libros, pero sí se anulan voces. No se exilian personas, pero se acorrala a disidentes. No se prohíben ideas por decreto, pero se persiguen por medio del linchamiento mediático y el lawfare. Bienvenidos a la nueva Inquisición del siglo XXI: la caza del liberal.
En este contexto, Isabel Díaz Ayuso representa mucho más que una dirigente política.
Es un símbolo incómodo de resistencia a la narrativa oficial, una anomalía que demuestra que se puede gobernar sin servirse del BOE como garrote ni del CIS como báculo. Y eso, en la España del clientelismo y de la obediencia a palacio, se paga caro.
Cada intervención suya, cada acto público, cada decisión económica es desmenuzada con lupa inquisitorial por un ecosistema mediático y judicial alimentado por el gobierno central. Se le exige a Ayuso una pureza moral imposible, mientras se pasa por alto el lodazal que rodea a la Moncloa, donde los conflictos de interés, los aforamientos exprés, los negocios familiares y las presiones a fiscales se han convertido en moneda corriente.
La diferencia es clara: la izquierda no se vigila a sí misma, pero exige a los demás vivir bajo reflector permanente. Se trata de una doble vara de medir tan grosera como habitual: si Ayuso tiene un familiar con un contrato —legal, fiscalizado y transparente— es un escándalo nacional; si Sánchez tiene a su entorno directo operando con recursos públicos o beneficiándose de tratos opacos, se llama “ataque a la familia”.
Pero la verdadera herejía no es la corrupción (real o inventada). La verdadera herejía es la libertad.
La libertad de elegir colegio, de emprender sin tener que pedir permiso, de pagar menos impuestos, de decir lo que se piensa sin que un ejército de portavoces oficiales te llame facha. La libertad de vivir sin miedo a discrepar. Y esa libertad es anatema para quienes necesitan un Estado omnipresente que premie la obediencia y castigue la autonomía.
Por eso la persecución al liberalismo es sistémica: no se ataca a Ayuso como persona, sino a lo que representa. Y se busca asfixiar cualquier espacio donde florezca la iniciativa individual, porque una ciudadanía libre es una ciudadanía incontrolable, y eso les aterra.
Pero cada vez que lanzan un nuevo ataque, más gente despierta. Ya no cuela el discurso de que la libertad es un eslogan vacío. Ya no cuela el relato de que la alternativa al intervencionismo es el caos. Cada autónomo que sobrevive, cada padre que escoge escuela, cada madrileño que respira sin el dogal del sanchismo, se convierte en un testimonio viviente de que otra forma de gobernar es posible.
Desde la trinchera liberal, no pedimos privilegios. Pedimos algo más revolucionario: que nos dejen vivir sin que el poder nos empuje al redil. Y mientras quede una voz en pie, una idea que no se arrodille y un ciudadano que no se rinda, el liberalismo seguirá siendo el gran hereje del sistema. Y con orgullo.