Degenerando

Nunca me han gustado los toros, pero tampoco me encontrarán ustedes en la linea de los antitaurinos. Más que nada porque la democracia consiste no en votar cada cuatro años, que también, sino en respetar a quien no comulgue con uno mismo mientras ese alguien no nos toque el Panathinaikos más de lo debido.

Del mundo de la tauromaquia hay anécdotas impagables. Cuentan que en la plaza de toros de Linares los familiares de Manolete se aglutinaron a las puertas de la Enfermería como si de un grupo de legionarios romanos se tratase. El objetivo era que Guadalupe Bronchal , Lupe Sino, entrase con un cura y un notario y se casase con el doliente y se quedase, así, con la herencia.

Impagable me resulta igualmente que en aquel Madrid en el que Perico Chicote y Millán Astray inventaron la leche de pantera en homenaje a los felinos rasgos de aquella camarera, Luis Miguel Domínguín tuviera una noche de pasión con Ava Gardner, el animal mas bello del mundo. “¿A donde va, maestro?”, le preguntó el mozo de espadas. “A contarlo”, respondió el torero. Frank Sinatra, pareja entonces de la Gardner y que andaba el hombre más mosqueado que un perro en una lancha, llegó cinco minutos después con una pistola. No encontró a Domínguín y Ava dando la vuelta al ruedo, pero La Voz siempre odió, desde ese momento, profundamente a España.

El toreo ha dado autenticos personajazos. No cabe definir de otro modo, por ejemplo, a Ignacio Sánchez Mejías: a la par mecenas de la Generación del 27, rapsoda de Quevedo, cuñado de Joselito El Gallo, amante de Encarnación López “La Argentina”, presidente de Cruz Roja y del Real Betis Balompié. Todo eso, al mismo tiempo. Aunque es conocido más que nada por la desgarradora elegía que si íntimo García Lorca le dedicó.

Pero sin duda alguna mi torero favorito es don Juan Belmonte. Autor de la celebre “hay gente pa tó”, cuando le explicaron que ese tal Unamuno al que le acababan de presentar en el Café Gijón cobraba por pensar , tuvo un mozo de espadas al que ayudó a salir de la miseria que era crónica en España. Se llamaba Joaquín Miranda.

Años después de la Guerra Civil del siglo XX (las carlistas del XIX o la de Sucesión del XVII no eran capítulos de los Teletubbies) concluyese, Miranda fue progresando en la escala del régimen franquista al que había ayudado a ganar el conflicto. Pasaron los años y un Belmonte ya en retirada recibió un contrato para torear en Huelva, donde el gobernador civil se volcó en parabienes. Era, en efecto, su viejo maestro.

Un periodista le preguntó al diestro sobre como se pasa en la vida de ser mozo de espadas a Gobernador civil de Huelva. La respuesta: “Mire usted, pues como todo en la vida:degenerando.

No sé por qué, pero tengo muy presente en los últimos días la respuesta de Don Juan Belmonte....

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