Verano del 97

Años después, y me lo reservo para otra ocasión o la sobremesa con amigos, alguien me contó la historia del ‘Mueve tu cu cu’, canción del verano en que servidor se preparaba para afrontar su último año de instituto y entrar, también, en los veinte años que me cayeron unos meses después. Aquel verano del 97 anduvo entre alguna asignatura pendiente para septiembre, mañanas de partidos de fútbol, tardes de playa y resaca y noches de botellones y fiestas. Ciertamente, era tan fácil y tan feliz, tan plácido como acaban de leer.
El 1 de julio de 1997 recuerdo que fui a deshoras, de madrugada, al cuarto de baño. Me extrañó ver la luz de la habitación de mis padres encendida. “¿Pasa algo?”, pregunté. El, fiel oyente radiofónico, me dijo que acababan de liberar a Cosme Delclaux. “Hostias, de puta madre. Pobre hombre,¡ que alegría para la familia!”, acerté a decir antes de meterme de nuevo en la cama. Delclaux fue liberado tras el pago de 500 millones de pesetas (unos tres millones de euros actuales) a ETA por parte de unos familiares a los que comprendí y respeté, a los que comprendo y respeto por esa decisión. Lo que prácticamente nadie sabía es que la noche no había terminado…
A la mañana siguiente, una noticia copó todos los noticieros y conversaciones. España se pegó al televisor al escuchar que el funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara había sido liberado. Una investigación de película, que parte con la detención de un etarra y una anotación en un cuaderno, acaba con la Guardia Civil vigilando una abandonada nave industrial, sin actividad aparente. Un detalle llamó la atención de los agentes: no había actividad comercial alguna, pero a determinadas horas uno o dos hombres entraban con una barra de pan, dejaban el lugar y se iban a continuación sin ese alimento. A veces, incluso pernoctaban en un sitio en el que nada parecía pasar salvo el tiempo. La operación, con alto índice de probabilidades de fracaso, se activó horas antes con la autorización del entonces juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón. Tras horas registrando el lugar, tras varias detenciones en un lugar que andaba en fiestas por la época, uno de los guardias vio que uno de los tornillos de una pesada máquina industrial era algo distinto al resto. Abrieron, el suficiente espacio para que los dos guardias más bajos pudieran meterse en el interior de la máquina, y encontraron a un hombre aterrorizado, con barbas de náufrago, que pedía que le mataran “de una puta vez”. Se negó a abandonar el zulo, y solo al reconocer a Garzón se dio cuenta de que su cautiverio había terminado.
Dias después, volvía de una de mis actividades de aquel verano cuando me encontré la televisión encendida en casa. Mis padres y mi abuelo no articulaban palabra. “Han secuestrado a un concejal de Ermua, al lado de Eibar. Dicen que lo matan en 48 horas”. “No creo que ni ellos sean tan cabrones”, respondí. Alguien me mencionó entonces un precedente que desconocía, y cuya historia desde entonces me estremece: José Maria Ryan. “Son capaces, son así”, me dijeron. Cuarenta y ocho horas después, en efecto, ETA ejecutó la sentencia de muerte de Miguel Ángel Blanco Garrido: un tipo que ni siquiera tenía diez años más que yo, que era el último concejal de un pequeño y anónimo ayuntamiento, y al que mataron a sangre fría. Ese fin de semana, se acabó nuestro verano. Ni mi pandilla ni nadie decente en este país -Arnaldo Otegi Mondragón, por ejemplo, se fue a disfrutar del fin de semana en una casita de playa en Cantabria- volvió a ser igual. Se cancelaron cenas, conciertos, actividades; se organizaron vigilias, concentraciones, se escribieron cartas. No era postureo, era lo que apetecía. “Quillo ¿y si nos vamos para arriba por si hay que echar una mano, a buscar a este chaval?”, propuso alguien en serio. “Bueno, habrá que mirarlo”, respondimos el resto. No hubo tiempo.
Casi treinta años después, Henri Parot recupera parcialmente su libertad. Le ha bastado una carta que podría haber escrito un niño de Primaria para que se le concedan seis días de libranza. El triple de días que sus compañeros concedieron a ese pobre chaval, con la colaboración de Ibón Muñoa: concejal de HB en Eibar y pieza clave en el entramado del secuestro, recibido como un héroe en su pueblo natal. Este 2025 empezó con una noticia escalofriante: gentuza como Javier García Gaztelu ‘Txapote’ no descartaban que hubiera que volver a lo que llamaban lucha armada. Este fue el ‘valiente’ que secuestró a un joven que no alcanzaba los treinta años, lo amarró y le disparó en la nuca.
Casi tres décadas después, ellos parecen ser los demócratas y los que nos pintamos las manos blancas en aquel mes de julio parecemos ser los fascistas. Tengo la amarga sensación de que les han ayudado a ganar desde la perspectiva del puñetero relato, de tratar de justificar lo injustificable. Los caminos oscuros de la política han podido más que el recuerdo a las víctimas, a esas y a ochocientas y pico más. Aquel verano del 97 hubo dolor y tristeza, pero unión y dignidad. Hoy hemos descubierto, con dolor, como muchos de los que se ponían el lazo negro para ir a los entierros lo hacían con una mano mientras con la otra se llevaban hasta la tinta de los bolígrafos -y seguimos- Nicolás Redondo Terreros está expulsado de su partido, hay terroristas ejerciendo como portavoces parlamentarias, justificaciones peregrinas en X a aquella ciénaga moral y constitucionalistas tachados de antidemócratas. Juzguen ustedes…