María Poveda: la sobrina de González Tablas “en el mayor horror imaginable”

HISTORIA

La enfermera madrileña recuerda lo que vivió hace tres décadas en mitad del continente africano, participando como cooperante con las víctimas del Genocidio ruandés

María Poveda, con un pequeño recién nacido en el campo de refugiados de Goma (Zaire) /Cedida
María Poveda, con un pequeño recién nacido en el campo de refugiados de Goma (Zaire) /Cedida

Hay apellidos por los que la historia parece sentir una especial predilección. El de González-Tablas, sin duda, es uno de ellos. En efecto, hablamos del héroe de Regulares, muerto en Tazarut en 1922, y cuya figura se recuerda con una estatua junto a la Iglesia de África. Una sobrina nieta suya fue la encargada de presentar, cien años después, “Ni Tazarut ni cien Tazarut”. Aquello hacía referencia a una frase que dijo el hermano de Santiago, y abuelo de María, cuando se enteró de la muerte del héroe regular: nada valía tanto como una vida humana.

Cuando María presentó esa obra coral, muchos desconocíamos que ella perfectamente podía dar fe de las palabras de su abuelo. Entronca esto con un aniversario que estamos a punto de celebrar: los treinta años de los sucesos de El Ángulo.

Recapitulemos, brevísimamente. En la mañana del 11 de octubre de 1995, un grupo de inmigrantes subsaharianos que se había ido agrupando en la antigua discoteca de la Unión África Ceutí comienzan a lanzar piedras indiscriminadamente a la población, y a quemar contenedrores. Se viven momentos de tensión, especialmente cuando un agente de la Policía Nacional sufre un disparo en el pecho, que está a punto de costarle la vida. Nunca se supo, oficialmente -teorías, a montones- quien había disparado. Ese hombre salvó su vida gracias a la intervención médica, y no fue hasta última hora de la tarde cuando la rebelión es sofocada por completo. Las Murallas Reales eran un auténtico campo de batalla, y no solo Ceuta sino España y el resto de Europa descubren por primera vez lo que puede ocurrir con la inmigración descontrolada. Ahora vamos con la pista clave que conecta a González Tablas con María y los sucesos de El Ángulo: la mayoría de los ahí alojados eran ruandeses o zaireños. Algunos habían llegado un año, o año y medio antes a Ceuta huyendo de un conflicto del que apenas habiamos oido hablar.

“Yo trabajaba como enfermera en trabajaba en el centro de salud del Barrio del Pilar. Vi un anuncio de Médicos del Mundo pidiendo enfermeras para atender los campos de refugiados, y uno de los requisitos era hablar francés, algo que hago con fluidez. Yo cumplía con el perfil. Descubro que en mi cenro de salud estaba uno de los fundadores de Médicos del Mundo en España. Decidí irme con el grupo español en vez de con el francés. Fuimos el primer operativo que salió de España a los campos de refugiados de Goma (Zaire). Salimos el 27 de julio del 94 desde Cuatro Vientos (Getafe), con destino a San Javier (Murcia), y llegamos a las cuatro de la madrugada a una localidad argelina, Tamanrasset”. Ahí reciben la primera señal de lo que le esperaría miles de kilómetros al sur: “pedimos ir al lavabo, y nos escoltó a una letrina inmunda un tío con unas chanclas de playa y un kalashnikov”.

“Hicimos escala en Yaoundé (capital de Camerún) y ahí nos recibió el embajador español con cierto boato. Luego marchamos hasta Goma (Zaire) y nos cruzamos con un convoy francés,perteneciente al Ejército. Cuando les dijimos donde íbamos, nos respondieron preguntando que si estábamos locos”.

Tal vez, no les faltara razón. “Cuando llegamos a Goma, lo primero que me llamó la atención era la cantidad de tráfico aéreo. No he visto más aviones en mi vida, y mira que he viajado ¿eh?”, nos dice. “Ahí aterrizaban aviones de todo el mundo, los niños jugaban en mitad de la pista de aterrizaje, los periodistas hacían entrevistas en la escalinata del avión... Y todo ello, mientras sonaban los disparos”. María Poveda no puso nunca pie en Ruanda. Pero daba igual. “Te cuento mi primera noche. Médicos del Mundo en Francia alquila una casa, y nos dejan a nosotros acampar en el jardín. Las mujeres en un lado, y los hombres en otro. Todos dormíamos en un saco, y lo primero que nos dijeron fue cual era la postura ideal para dormir y esquivar las balas al mismo tiempo. Ahí había dos o tres perros guardianes, de estos fieros. Esos animales ladraban con miedo”.

El trabajo “consistía en hacer todo lo que se podía. De entrada, el ejército zaireño fusilaba a los hutus (etnia a la que pertenecían la mayoría de los que perpetraron el genocidio contra la población tutsi) que trataban de huir del país hacia Zaire. Pero disparaban indiscriminadamente. Estábamos ahí viendo todo esto, tratando al mismo tiempo de hacer lo que podíamos, porque había epidemias de todo tipo: meningitis, cólera, tratando de vacunar a la gente de sarampión. Incluso, hidratando a personas que no podían más. La sensación era tal que no venían ellos a por agua; íbamos nosotros a hidratarlos. Es que encima estábamos cerca del volcán Nyiragongo, y la temperatura era extrema”, explica.

Admite que aquella experiencia le cambió la vida. “Cuando vuelves a España, que para regresar fue otra odisea, y recuerdas de donde veníamos, fue una catársis. Aquí la gente estaba a sus cosas -regresan un mes después, a finales de agosto-, y yo venía del peor horror imaginable”.Un detalle: “en mi mesita de noche tengo una botella de agua azul, de estas pequeñitas, y un grano de arroz. ¿El motivo?. Esas botellas eran el bien más codiciado en aquel lugar, y veíamos como la gente se tiraba de cabeza por coger unos granos de arroz que pudieran encontrar en el suelo”.

Nacida en Larache, en la época del protectorado, María Poveda fue testigo, pues, al igual que su ilustre antepasado de la realidad del continente africano. Algo que deberíamos tener siempre presente a la hora de entender, por ejemplo, el origen de la inmigración irregular.

María Poveda, con un pequeño recién nacido en el campo de refugiados de Goma (Zaire) /Cedida
María Poveda, con un pequeño recién nacido en el campo de refugiados de Goma (Zaire) /Cedida

La famosa niña del abrigo naranja y el niño del anorak azul

María Poveda no ha visto ‘La lista de Schlinder’. “Ya tuve bastante con lo que vi ahí”, confiesa. Quienes hayan visto la película de Steven Spielberg recordarán la imagen de una niña con un abrigo naranja andando por un campo de concentración, camino a la cámara de gas. Era la única nota de color en una película rodada en blanco y negro.

Poveda vivió algo parecido. “Recuerdo que íbamos por una carretera y nos encontramos un bulto azul. Nos paramos a ver lo que había dentro, pero no nos hubiéramos imaginado nunca lo que había dentro”.

Ni lo imaginaron “ni lo olvidaré. Cuando abrimos aquello, vimos el cadáver seco de un niño de pocos añitos. El envoltorio azul era un anorak”.

“Otra imagen icónica de aquel horror fue, sin duda, ver los ríos llenos de cadáveres, las esterillas en las que ellos envuelven a los muertos en las carreteras. O como una de las cosas que nos llevamos desde España era cal viva, para enterrar los cadáveres y evitar infecciones”.

Una de las mayores vergüenzas de la historia del periodismo

Los medios occidentales llegaron algo tarde a informar de aquello. Pero nunca se nos podrá olvidar, para explicar el titular que leen sobre estas líneas, el nombre de un belga: Georges Ruggiu. Desde la Radio de las Mil Colinas incitaba a diario a “matar a las cucarachas negras y a talar las copas de los árboles”. Eran las palabras en clave para preparar el genocidio. Ruggiu es, posiblemente, el periodista más lamentable de la historia.

Claro que también hubo periodistas con ética. “Javier Espinosa -buen conocedor y asiduo visitante de Ceuta, por cierto- y Fernando Quintela “iban y venían de Zaire a Ruanda como querían. Incluso, teníamos cierta curiosidad por ver una de las hachas con las que se perpetraban los asesinatos. Nunca las trajeron”.

Javier “se ponía con un pequeño ordenador a escribir sobre una mesa, mientras sonaban los tiros, e hizo crónicas muy buenas”. Algo que se da por hecho en el caso de uno de los últimos reporteros del periodismo español.

Y si: la actitud de tipos como Ruggiu es de verguenza. “Fernando y Javier, dos tipos bragados, sin embargo, se negaron a publicar determinadas fotos”. La cruz, y la cara.

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