"Tranquilo, no se veía triste"
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PARQUE MARÍTIMO
Gracia López aún recuerda su primer día de trabajo en el Parque Marítimo del Mediterráneo. A cargo de una taquilla que permanecía a rebosar todo el fin de semana. Eran miles las personas que hacían fila para hacerse con la entrada al entonces recién inaugurado complejo recreativo con piscinas naturales creado por el arquitecto César Manrique en 1995. Treinta años después de la apertura de sus puertas -de la mano del nacimiento de la Ceuta turística que hoy suple a la antigua ciudad comercial-, una de sus primeras taquilleras se congratula al afirmar que el espacio de lagos y palmeras “conserva la esencia” del principio.
Hace años que Gracia dejó la agitada garita de tickets para adentrarse en la oficina, donde asume tareas administrativas y este viernes atendió a El Pueblo de Ceuta para repasar las tres décadas de las instalaciones a las que ha dedicado gran parte de su vida. Este 2025, el Parque Marítimo cumple tantos años como los que Gracia, Juan Eugenio o Luis, entre los otros tantos veteranos que entraron en el 95, llevan considerándolo su “segunda casa”. Todos ellos comparten la sensación de que nada ha cambiado en demasía -ni creen que sea necesario- y los deseos de jubilarse entre sus muros y de que el Parque permanezca vivo para seguir siendo el “pulmón de Ceuta”, su principal atractivo turístico y el lugar de encuentro de los ceutíes.
Los más de 12.000 metros cuadrados de jardines, que atesoran más de mil especies de los cinco continentes, son la joya de la corona para el director del complejo. Luis Andrés Márquez comenzó a trabajar en el Parque hace 30 años, y lo dirige desde principios de los 2000. Cree que, si César Manrique -ya fallecido- viera la evolución de su obra comprobaría que “lo que tenía en su cabeza inicialmente se ha hecho realidad”. “En el 95 no había césped ni vegetación, ni los árboles estaban tan frondosos. Esto ahora es un paraíso, y él -Manrique- lo visualizaba en su momento. Los demás lo fuimos viendo poco a poco”, comenta el ceutí tras salir de las oficinas de las instalaciones, frente a un cartel cuyas letras azules, a juego con la camisa y las gafas de pasta del director, anunciaban el 30 aniversario del Parque.
Por la zona entran y salen hombres uniformados con polos oscuros y el logo de la empresa pegado al pecho. Son los responsables de que el variado circuito botánico se mantenga siempre perfecto: los seis jardineros del Parque del Mediterráneo. Juan Eugenio Ros tenía 22 años en 1995, cuando logró hacerse un hueco como albañil en la plantilla de la novedosa construcción. No pasaron más de cinco años cuando se hizo con la plaza vacante en Jardinería. Desde entonces, ha cuidado de su flora, ha visto crecer sus palmeras hasta convertirse en prominentes plantas y ha disfrutado de él con sus hijos y su mujer al finalizar la jornada laboral.
“Es mi segunda casa, si no es la primera”, dice, sonriente, a este diario, al que reconoce que “son muchas horas” de trabajo, aunque se hacen amenas de la mano de sus compañeros, que ya son “hermanos”. “Somos una piña. Y espero que sigamos así. Por lo menos hasta que me jubile”, bromea lanzando una mirada a otro de los jardineros, Álvaro de Miguel, que llegó al Parque como socorrista, en 2001, cuando no superaba los 21 años. Compaginaba el salvamento en las piscinas con la preparación para las oposiciones de la Policía Local, objetivo que fue reemplazado por la Jardinería cuando le surgió la posibilidad de entrar en la bolsa, hace 11 años.
“Intentamos tener el parque lo mejor posible. Lo que diferencia el de Ceuta de otros parques así, como los lagos Martíanez -en Tenerife- es la diversidad de vegetación. El otro es más secano, son rocas, este es todo verde”, presume el jardinero, que compara el Parque Marítimo con el también afamado complejo turístico canario. Al mismo se refiere también Luis Márquez cuando informa de que el parque que dirige fue escogido como la mejor piscina pública de España en la revista El Mundo Viajes del año 2019, por encima del espacio tinerfeño.
El parque ceutí, con más de 50.000 metros cuadrados de piscinas, cascadas, vegetación y espacios de ocio, ha acumulado seis millones de visitas en estos treinta años. Sus trabajadores han abordado la tercera semana de julio con un entusiasmo especial, tratando de ponerlo todo a punto de cara a los conciertos que tendrán lugar los próximos lunes y jueves, de Pignoise y Café Quijano, y al acto institucional conmemorativo del 30 aniversario que se celebrará el martes. El evento contará con la presencia de los representantes de la Fundación César Manrique y de uno de los ingenieros a cargo de la obra del espacio, José Luis Orcina.
“Creo que el parque mantiene la esencia de los principios. La diferencia es que la palmerita que hace 20 años medía 2 metros ahora mide 6"
Si le piden a Márquez que improvise una breve valoración de la trayectoria del espacio turístico, lo resume afirmando que su nacimiento supuso “un cambio en la ciudad”, de la Ceuta “antigua” a la “moderna”, un “salto cualitativo y cuantitativo”. “Ha habido muchas más obras que han ido convirtiendo a Ceuta en un atractivo turístico, pero creo que el Parque supuso esa guinda dentro del desarrollo a nivel de infraestructura”, expone el director. Insiste en que, a su forma de ver, el complejo ubicado en La Marina fue la “palanca” que activó un proceso de cambio de “la ciudad comercial a la que la gente venía para comprar determinados productos”. Supuso el inicio de la construcción de una idea de ciudad “que hoy impresiona a todo el que llega, por su entorno, su gente, su limpieza, su comodidad”.
La esencia
Cristóbal Sánchez no pertenece a esa primera generación de trabajadores que se incorporó al personal de los lagos el año de su inauguración, pero casi. Entró poco después, cree que un año. Tras ir y venir entre contratos temporales logró quedarse fijo como jardinero. Ahora tiene 54 años, pero era un veinteañero cuando empezó. Recuerda que el trabajo era “una locura”. Lo dice cuando rondan las 13:00 horas de la antesala del fin de semana y sin que ruidos externos perturben su relato. El Parque Marítimo se encuentra en calma pese a ser viernes. Un caluroso viernes de julio. Son pocas las hamacas ocupadas. Las zonas próximas a la Isla -tan cotizada los sábados y domingos- gozan de algo más de popularidad, con grupos de amigas risueñas, ya de vacaciones, o una pareja de ancianos. El complejo sigue siendo uno de los planes prioritarios en el calendario estival ceutí, pero el ritmo en el Parque es diferente del de hace 30 años.
“Era exagerado, muchísima gente”, comenta Cristóbal, cuyo compañero, Juan Eugenio, garantiza que el aforo ha llegado a rondar las 4.000 personas en un día. “La gente se tiraba en el césped, en el suelo”, comenta. Las medidas restrictivas que se derivaron de la COVID-19 provocaron que la capacidad se redujera a unas mil personas. Ahora, opinan los empleados, hay mayor control y bienestar para los clientes. También un mayor cuidado de las instalaciones, lo que provoca que el mantenimiento no sea tan dificultoso. Muchas cosas han cambiado: las barquitas que paseaban a los ceutíes por los lagos desaparecieron, como lamenta Gracia, y han tenido que adaptar los espacios a las normativas de accesibilidad vigentes. Pero todos concuerdan en que se mantiene “la esencia”.
“Creo que el parque mantiene la esencia de los principios. La diferencia es que la palmerita que hace 20 años medía 2 metros ahora mide 6, pero intentamos conservar la esencia”, cuenta Álvaro, con 24 años de vida laboral dedicada al Parque. Cristóbal puede comprobar la evolución de la vegetación del Parque mirando sus fotos de boda. Como otros muchos, acudió al complejo para realizar las fotografías de matrimonio con su mujer. Sonríe al decir que, cuando vuelve a revisarlas, confirma que palmeras o árboles que en la instantánea son diminutos, ahora son gigantes.
Gracia coincide en que “prácticamente no ha cambiado”, aunque recuerda que ha tenido que adaptarse e irse modernizando. Como con el sistema de tornos, o de compra de tickets, lo cual no solo libera a las taquilleras, sino que mejora la experiencia del usuario. Luis Márquez reconoce que, antes de la digitalización del alquiler de hamacas, el Parque “estaba muy saturado”. Ahora, con poco más de mil plazas, cree el servicio que se da “es mejor”.
Recuerda que la fórmula anterior a la pandemia era “estresante”. “La gente hacía cola para coger el mejor sitio. Todo era estrés. No tenía mucho sentido que vinieran a disfrutar de un día de baño ya estresados desde primera hora por tener que coger sitio”, rememora. El COVID les obligó a controlar el aforo y a evitar la formación de colas y el correspondiente contacto físico. El portal de venta que actualmente está activo en la web para comprar la hamaca numerada ha permitido, destaca, que los clientes acudan “con más tranquilidad, porque sabes que tienes tu sitio reservado, como cuando vas a un teatro o a un partido de fútbol”.
Luis, que arrancó en el proyecto “como todos al principio, sin saber qué aceptación iba a tener, sin imaginar que iba a suponer un cambio radical en la ciudad”, observa ahora con orgullo eso en lo que se ha convertido su otro hogar. Tenía 25 años cuando entró, a cargo de la jefatura de taquillas. Agradece que estén pudiendo conservar la obra original de César Manrique pese a las adaptaciones que han debido realizar. Como la sustitución de un bordillo por “una especie de playita para que los niños puedan acceder más fácilmente”. O la adquisición de sillas de acceso para personas con movilidad reducida.
Continúan acogiendo espectáculos en las instalaciones. El último, el Festival Flamenco de Ceuta, con la participación de José Mercé. Cristóbal recuerda que ya lo hacían hace casi 30 años. “Organizábamos conciertos. Terminábamos de recoger a las 4 de la mañana, y al día siguiente había que montar el otro”, comenta. Al igual que su compañero Juan Eugenio, para sobrellevar mejor el trabajo cree fundamental el “buen ambiente” que se respira entre el personal. “Hemos trabajado mucho, pero hemos tenido momentos de reírnos mucho. Son muchas anécdotas”, reflexiona, para después mencionar a un excompañero ya jubilado, tocayo suyo, otro Cristóbal. Es el marido de Gracia, de la administración, y suele nombrarlo a menudo, especialmente ante los nuevos.
“Me gusta que la gente entre en la oficina y me pregunte cuánto cuesta la entrada, qué día cierra el parque. Me gusta ver que disfrutan”
“A los jardineros nuevos siempre les digo que me habría gustado que echaran los ratos buenos que hemos echado con Cristóbal”, expresa el otro Cristóbal, que aspira a alcanzar la jubilación en el Parque. También Juan Eugenio, quien rememora un suceso en el que tuvieron que hacer más piña que nunca: a principios de los 2000, una ola destruyó el Parque poco antes de la apertura del verano. Tuvieron que volver a empezar, buscar fuerzas de donde no quedaba nada, y comenzar a limpiar de nuevo las piscinas, limitar los lagos o arreglar el sistema eléctrico. Todo “a contrarreloj”.
Para Luis Márquez, trabajar en ese espacio ha sido “una suerte”. Cree poder afirmar que los esfuerzos de todos, “las horas y horas” invertidas “para que funcionara”, ha tenido “sus resultados”. “No en todos los ámbitos profesionales las horas que echas tienen después su premio. Creo que mi mayor satisfacción, y creo que la de todos mis compañeros, es que el trabajo realizado ha merecido la pena”, asegura el director de un complejo con 33 trabajadores fijos, que ascienden a casi 80 en temporada de verano. Aspira también a jubilarse entre las piscinas -aunque no le guste llamarlas como tal-, al igual que Gracia, a quien le quedan poco menos de 5 años, pero que sigue disfrutando de su trabajo. Sigue afirmando que su trabajo le gusta “mucho”.
“Me gusta que la gente entre en la oficina y me pregunte cuánto cuesta la entrada, qué día cierra el parque. Me gusta ver que disfrutan”, manifiesta con expresión alegre. Asegura que durante su etapa como taquillera le encantaba que los clientes la saludaran, le preguntaran. Es de las que necesita el “contacto con la gente”, por eso le gusta “verlos pasarlo bien”. Desde hace años debe permanecer en la oficina, pero todos los días intenta hacer sus breves escapadas fuera cuando es necesario acudir a la taquilla por alguna tarea. Suele tardar el doble de lo normal en llegar a su destino, porque en el camino es interrumpida por compañeros de trabajo o por usuarios del parque que conocen a la antigua responsable de las taquillas. “Ese momento me da el chute de alegría”.
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