Después de la Política. El valor de recuperar la paz

Juan A. Gutiérrez

Cuando dejé de ser diputado, muchos me preguntaron si lo extrañaría, la verdad es que no. No porque no haya sido una experiencia valiosa, lo fue, sino porque entendí con el tiempo, que el poder, las agendas y los aplausos no llenan lo que realmente importa: la tranquilidad de vivir en coherencia con uno mismo.

Ser parte de los 25 diputados/as que forman la asamblea de Ceuta, fue un privilegio, pero también una carga. La exposición pública constante, las tensiones internas, las decisiones que siempre implican algún sacrificio, el juicio implacable, muchas veces sin fundamentos y la sensación de que nunca haces lo suficiente. Dormía poco, comía a deshoras y casi siempre estaba en alerta. ¿Eran señales de éxito? Tal vez en el papel, pero mi cuerpo y mi mente no opinaban lo mismo.

Al salir, vino el silencio. Al principio incómodo, después liberador. Aprendí a caminar sin prisas, a desayunar sin leer titulares, a estar con mi familia sin sentirme culpable por no estar en una reunión y el tiempo que antes era una carrera, hoy es un espacio. Y en ese espacio he redescubierto cosas que dejé atrás: amigos de verdad, pasatiempos simples, la lectura por placer, las conversaciones sin agenda y por supuesto el deporte.

Y sí, también llegó la claridad. Esa que te muestra con crudeza cuánta gente estuvo cerca de ti por conveniencia y no por afecto. Es sorprendente, pero no duele tanto como uno creería, duele más darse cuenta tarde, personas que antes te buscaban a diario, que te sonreían en cada pasillo, desaparecen cuando ya no les representas un beneficio. Al principio uno se molesta, se decepciona, después lo agradece y se agradece porque se van solos, sin que tengas que decir una palabra. El cargo se va… y con él se van los que nunca estuvieron de verdad, solo por interés personal.

No se trata de renegar de la política. Sigo creyendo que es una herramienta necesaria y poderosa para transformar realidades, pero también creo que uno debe saber cuándo retirarse, cuándo ya no estás ahí por vocación sino por inercia, salirse a tiempo también es un acto de dignidad y a diferencias de otros/as, para mí la política no era mi sustento para vivir.

Hoy duermo mejor. Sonrío más, escucho más que hablo, me siento más útil en lo pequeño, en lo cotidiano, en lo humano, pero sobre todo estoy en paz. Una paz que no se negocia ni se legisla. Una paz que al final del día, vale más que cualquier cargo.

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