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SERVICIOS SOCIALES
Mónica Raya (48 años, Barcelona) y Tayeb El Ouabari (44 años, Tetuán) no tienen nada para comer hoy. Desde hace 13 días, se llevan a la boca lo poco que le ofrecen los bañistas de la Ribera que empatizan con su situación. El matrimonio lleva dos semanas durmiendo sobre unas mantas recostadas en la arena, bajo una sombrilla blanca de cuadros azules que los resguarda del viento y les confiere algo de discreción. Llegaron a la ciudad hace un mes, con el dinero justo para subsistir unos días antes de cruzar a Marruecos, donde vive la familia de él. No esperaban que un trámite burocrático retrasara la entrada en el país donde sí tienen casa. Al agotar los ahorros con los que pagaban el hostal no les quedó más remedio que la calle. Piden “un empujón” en forma de techo y trabajo.
Las noches son frías en el rincón de la céntrica playa donde están instalados, en el estrechamiento formado bajo el Club de Natación Caballa. Casi no duermen y temen cada madrugada la llegada de los “borrachos”, que hasta el momento han sido “respetuosos” con ellos. Mientras el sol alumbra, al menos, se sienten seguros. Desde el ‘campamento’ dispuesto a ras de una pared rocosa, este lunes conversaron con El Pueblo de Ceuta para solicitar algo de ayuda que les permita reiniciar sus vidas y abandonar una situación de calle que nunca antes habían vivido.
Mónica y Tayeb vivían en Barcelona, donde ella trabajaba como limpiadora y él se dedicaba a lo que salía -desde la cocina hasta la pintura pasando por la obra-. Son pareja de hecho desde hace cinco años y se casaron hace seis meses. Decidieron mudarse a Tetuán, donde él sí tiene una casa, la de su familia, que ella siente como la suya propia. Partieron hace un mes hasta Ceuta, donde inicialmente estarían de paso. Ella se hospedó en un hostal junto al Puerto y él cruzaba diariamente la frontera hasta Marruecos, donde pernoctaba en su casa de la infancia. Sabían que tendrían que esperar unos días para arreglar un asunto burocrático que impide a Mónica entrar en el país vecino, pero no imaginaban que se demoraría tanto.
Tuvo un “problema”, sobre el que no ha ofrecido detalles, hace 13 años en Marruecos, y ahora necesita un permiso para poder acceder. “El abogado lleva 15 días trabajando en ello y aún no se sabe nada. Hoy en el consulado me han dado el número de expediente, pero estos trámites tardan. En Marruecos es más lento”, cuenta. Unos amigos de su marido les dejaron dinero prestado para costear el alojamiento de ella en la ciudad autónoma, que debía ser temporal. Una vez agotado el presupuesto, Mónica tuvo que abandonar el hostal y su marido dejó de cruzar a su país, para no dejarla sola en las noches al descubierto.
A la intemperie
La Policía Nacional conoce su situación. Varios agentes se acercaron a ellos el primer día y les comunicaron que elaborarían un informe que después trasladarían a la Ciudad Autónoma, para que tomara cartas en el asunto, pero nadie les ha llevado noticias nuevas desde entonces. El área de Servicios Sociales solo les ofrece la opción de enviarla a ella a una casa de acogida para mujeres maltratadas en Algeciras. “Pero es que yo no soy una mujer maltratada. Yo estoy con mi marido, estoy felizmente casada”, comenta Mónica sentada sobre una toalla, en un reducido espacio sin sol creado por la sombrilla, con su cuerpo orientado hacia el mar, donde grupos de niños juegan, gritan y se zambullen en el agua, como cualquier mañana estival en la Ribera.
En una bolsa reutilizable de supermercado guardan las pocas provisiones que quedan: un tarro de yogur de frutas y un paquete de oreos. “Las galletas nos las dieron unos niños que estaban ayer jugando por aquí. Antes de irse nos trajeron el paquete”, relata ella con ojos cansados, con su cabello recogido en un moño bajo cuyas puntas sí conservan el rubio ya desaparecido en sus raíces. Aunque con dificultad, la pareja logra preservar su higiene personal. Primero se dan un chapuzón en el mar y después se lavan en las duchas. Usan los baños públicos mientras permanecen abiertos, y cuando cierran -en la noche- se buscan la vida.
Para lavar la ropa, Tayeb introduce la colada en una bolsa y se encamina desde la calle Independencia hasta la frontera del Tarajal. Una vez en el lado marroquí, toma un taxi que lo lleva a Tetuán, al hogar de los suyos, del que también toma alimentos para su mujer y para él siempre que va. Cada vez realiza el viaje con menos frecuencia, le “da miedo” dejar sola a su esposa porque teme que se repita la escena de días atrás, cuando sufrió una subida de tensión. Mónica está enferma. Con un 48% de discapacidad reconocida, la catalana es diabética, hipertensa, tiene el colesterol por las nubes y hace unos meses le dio un ictus.
Cada noche toma ocho pastillas. “Dos de la tensión, dos del colesterol, una por el ictus, una de la diabetes y el protector de estómago”, desglosa mientras la mira su marido, sentado frente a ella, bajo el sol. La esposa se gira hacia la bolsa del supermercado y extrae un pequeño neceser de cremallera, que abre para mostrar un interior atestado de blisters de medicamentos varios. Uno de ellos, el de la diabetes, lo toma a modo de prevención, para evitar subidas o bajadas de azúcar. En caso de hipoglucemias o hiperglucemias, Mónica no puede más que apañárselas con un dulce, una cocacola -en el primer caso- o beber mucha agua -en el segundo-. Su botiquín no cuenta con insulina, ya que no tienen cómo mantenerla refrigerada. Además, el malestar de llevar 13 días sobre un suelo de arena y el miedo de dormir en la intemperie la lleva a veces a recurrir a una novena pastilla: para la ansiedad. De lo contrario, no duerme.
El hambre
“Ahora mismo me encuentro bien, como estoy con mi medicación… Estoy tranquila. Tengo bajones porque la situación no es agradable. Y no queremos nada por la cara. Queremos algo estable. Él puede trabajar en lo que sea. Y un techo”, expresa ella, quien lamenta no poder incorporarse al mundo laboral debido a su estado de salud. Tayeb ha ejercido como mecánico, albañil, cocinero o pintor. También pesca. Prueba de ello, una de las piezas de su reducido mobiliario: una caña de pescar que usa para tratar de conseguir por sí mismo algo que llevarse a la boca. En alguna ocasión ha llegado a capturar una pieza, que ha cocinado sobre una pastilla de carbón regalada por el restaurante del que ahora son vecinos.
Un señor acude de vez en cuando a su rincón de la playa y les lleva alimentos. Hace unos días, una chica les encargó un pollo asado. Y así, el matrimonio logra matar el hambre gracias a la caridad de algunos de los que se topan con ellos. Cuando acudieron a Servicios Sociales, a sus trabajadores se les pasó hablarles del programa Téctum, que la Consejería de Nabila Benzina mantiene desde este año con la ONG Luna Blanca y que consiste en la atención integral a las personas sin hogar en Ceuta.
Este diario se puso en contacto con Luna Blanca, que desconocía el caso de Mónica y Tayeb y de inmediato se ofreció a prestar asistencia al matrimonio. Desde el miércoles les proporcionarán desayunos, almuerzos y cenas, además de garantizar su higiene personal gracias a las duchas que tienen instaladas en su sede. También les darán ropa limpia, y serán atendidos por sanitarios. Mónica podrá hacer uso de la insulina ya que ellos mismos la conservarán en sus neveras.
La Ciudad está trabajando también en la construcción de un albergue que permita que nadie vuelva a dormir en las calles de Ceuta. Está por ver cuándo se materializa, aunque Benzina se comprometió el año pasado a ponerlo en marcha antes de que finalice 2025. Gracias al proyecto de Luna Blanca y la administración local, el matrimonio dejará de pasar hambre y lavarse en las duchas de la playa a partir del miércoles, pero les queda aún alcanzar sus dos objetivos a corto plazo: el techo y el trabajo.
“Nosotros no queremos dinero de nadie, solo un empujón para encontrar un trabajo y un techo en el que dormir mientras podemos pagarlo nosotros”, expresa ella. Los dolores de cabeza son cada vez más frecuentes en Mónica. Tanto ella como su marido están preocupados por la posibilidad de que vuelva a sufrir un nuevo ictus. “Pero es que no descanso. Hace frío. Llevamos casi 15 días durmiendo en el suelo”.
Los interesados en prestar alguna ayuda a Mónica y Tayeb pueden contactar con ellos a través del número +34 612 47 50 44
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