La diversidad cultural no se negocia en Ceuta

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Ha hecho mucho ruido —y con razón— la decisión del Ayuntamiento de Jumilla (Murcia) de prohibir las celebraciones islámicas propias del fin del Ramadán o la conocida Fiesta del Cordero en el polideportivo del municipio, como se venía haciendo desde hace años. Vox y unos presupuestos de por medio han sido suficientes para sacar adelante la nueva normativa.

Con una España cada vez más polarizada, y en la que los discursos de odio llegan con más fuerza a la juventud, el punto álgido se vivió hace unos meses en Torre Pacheco, donde se destiló odio hacia un grupo concreto tras la agresión de un joven magrebí a un anciano.

En este contexto, tanto el presidente Vivas como Ceuta en general han sido siempre un verso libre en comparación con otros territorios. Este tipo de normativas xenófobas y discriminatorias jamás se aplicarían en esta ciudad, donde la convivencia y las cuatro culturas son pilares básicos e incuestionables. Y se valora poco.

Muchos sonríen cuando el presidente parece entrar en bucle en sus discursos y comparecencias con frases como “se llamen como se llamen o recen como recen”. Pero basta con que se aprueben medidas como la de Jumilla para que el ciudadano de a pie tome conciencia de los años de ventaja que le lleva Ceuta a muchas ciudades de muchos países. Aquí hay cosas que no se negocian.

Es comprensible que desde el Gobierno local no se quiera entrar en confrontación con otros ayuntamientos. Aun así, el simple hecho de que la Ciudad -y partidos políticos, excepto Vox- se haya pronunciado ya representa un gesto valiente. “Nuestra realidad multicultural forma parte esencial de nuestra identidad colectiva, y es deber de todos —como sociedad y como instituciones— comprenderla, protegerla y celebrarla”, argumentaban. Así es. Y esperemos que lo siga siendo durante mucho tiempo.

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