Ricardo Teresa, el Totó ceutí que atesora en Benítez su ‘Cinema Paradiso’

SOCIEDAD

El funcionario jubilado recibe a El Pueblo en la casa donde guarda centenares de películas en varios soportes y piezas de colección de un arte que aprendió como ayudante del proyeccionista del antiguo cine de Castillejos

Ricardo Teresa posa sosteniendo uno de los carretes de su colección de películas antiguas en la "sala del cine" de su casa.
Ricardo Teresa posa sosteniendo uno de los carretes de su colección de películas antiguas en la "sala del cine" de su casa. | Gabriela Sardá

Ceuta/ Una ventana con vistas a Playa Benítez ilumina el “cuarto del cine” de Ricardo Teresa (82 años, Ceuta) y Myriam Zarzuelo (72, Madrid). Así lo conocen sus amigos, su hijo y también Anisa, que prepara un té en la cocina mientras el matrimonio muestra la colección de carteles dispuestos para la ocasión sobre las estanterías que lucen atestadas de películas en diversos soportes. Las coloridas carátulas de los Super 8, las 16 milímetros o los DVD’s se encuentran colocadas en las decenas de baldas que decoran cada lado de la estancia reducida y cuadrada. Sentado sobre el escúter que sustituye a sus piernas desde hace años, Teresa toma un carrete y busca con cuidado el extremo del celuloide. Una vez hallado, tira de él hasta tener frente a sus ojos una tira de fotogramas, que mira fijamente esperando que suene el obturador de la cámara de fotos que debe captar la escena. Una que el ceutí diseña para recrear la cinta que, cree, cuenta la historia de su infancia, ‘Cinema Paradiso’.

Totó era para Alfredo lo que Ricardo para Antonio Sevilla. Los dos primeros permanecen en el imaginario colectivo de la humanidad gracias a la galardonada película italiana estrenada en 1989 y embellecida por la mítica banda sonora de Ennio Morricone. La historia del niño al que cambió la vida enamorarse del Séptimo Arte mientras ayudaba al operario del cine de su pequeño y enclaustrado pueblo se le antojó al cinéfilo caballa una calca de sus recuerdos con el proyeccionista del antiguo cine de Castillejos. Una historia que puede contar señalando las carátulas que atesora en su "cuarto del cine", que abrió a El Pueblo de Ceuta para tratar de explicar con palabras lo que para él significa el cine.

Ricardo era adolescente cuando su padre, funcionario del Estado, fue destinado a Ceuta tras años viviendo en Santa Isabel -la actual Malabo, capital de Guinea Ecuatorial-. Fue en la antigua colonia española donde comenzó a visitar las salas para ver películas. Pero la conexión con la técnica llegaría más tarde, en el norte de África. Rondaban los años cincuenta y su familia no logró hallar casa en la ciudad autónoma, por lo que cruzaron la frontera para hospedarse en Castillejos -actual Fnideq-.

Ricardo Teresa muestra un cortometraje en Super 8. / FOTO G.S.
Ricardo Teresa muestra un cortometraje en Super 8. / FOTO G.S.
Cortometrajes en Super 8. / FOTO G.S.
Cortometrajes en Super 8. / FOTO G.S.

En la isla africana solía disfrutar de ver películas, por lo que, al saber sobre el cine Misión Católica, buscó al sacerdote que lo gestionaba para preguntarle si podía aprender el oficio y, de paso, echar una mano. Fue así como comenzó a dar vueltas a los rollos de los enormes carretes de cine a cargo de Antonio Sevilla. Así estuvo unos tres años, hasta que tuvo que enfrentarse solo al cargo. Al proyeccionista le salió trabajo en una fundición recién abierta en el muelle y el cura le pidió que asumiera la responsabilidad.

“Estuve todo el día encerrado en la cabina como un loco, asustado”, rememora. Tuvo que rematar su aprendizaje de inmediato, tratando de arreglárselas para averiguar algunos procesos que nadie le había enseñado, como colocar los bucles de película arriba y abajo. Pero fue capaz de resolver la coyuntura y se quedó como operario del cine varios años hasta que decidió marcharse a Ceuta. Entonces fue él quien dejó a cargo de las proyecciones al que había sido su aprendiz, un chico marroquí. El cine cerró hace dos años y fue convertido en el cafetín ‘El Príncipe’.

Antes de asentarse en su ciudad natal, Ricardo se trasladó a Sevilla y a Madrid para examinarse con el fin de hacerse con la titulación de proyeccionista. Superó la prueba en la capital española, que le confirió la acreditación necesaria para lograr el puesto de operario del nuevo Cine Avenida, que iba a inaugurarse en la barriada del Morro. No olvida la primera película que proyectó allí: El mayor espectáculo del mundo (1952). Recuerda la cola “gigantesca”, llena de curiosos que querían ser testigos de la novedad.

Teresa muestra fotografías de cuando trabajaba como proyeccionista en cines. / FOTO G.S.
Teresa muestra fotografías de cuando trabajaba como proyeccionista en cines. / FOTO G.S.

Por aquel entonces, el ceutí ya tenía problemas de movilidad -le diagnosticaron la polio con dos años-. Andaba gracias a dos bastones, con los que aquel primer día de trabajo entró en el cine para dirigirse hacia la cabina. Cuando ya había alcanzado el inicio de la cola, uno de los clientes se dirigió al portero para espetarle: “Este hombre se quiere colar”. La respuesta del responsable de la seguridad fue instantánea: “Pues como no se cuele no hay cine. Porque es el operador”. El remate de la anécdota añeja despierta en Ricardo una carcajada que suspende para proseguir con su relato.

“Después estuve en el cine de verano, sacaban dos funciones a la semana. Hace poco vi que ha habido un cine de verano en la playa, pero con películas nuevas, digitales. Eso no es cine para mí”, reprocha el señor de bigote blanco, a juego con su camisa de mangas cortas y bolsillo junto al corazón. Para Ricardo, el cine es el tacto. La sensación que le produce girar entre sus manos los celuloides a los que dedicó gran parte de su vida profesional. Lo hizo hasta aprobar unas oposiciones que le permitieron conseguir una plaza en la Seguridad Social, donde ha trabajado hasta su jubilación, hace 20 años. Abandonó el cine profesionalmente, pero mantuvo un vínculo que perdura hoy. “Yo es que soy un enamorado del cine”, abrevia.

FOTO G.S.
FOTO G.S.
Rincón del "cuarto del cine" con un caleidoscopio o una figura de proyeccionistas. / FOTO G.S.
Rincón del "cuarto del cine" con un caleidoscopio o una figura de proyeccionistas. / FOTO G.S.

El amor

Si le piden enumerar las historias con las que se enamoró del cine siempre asoma por su mente Casablanca. También musicales como West Side Story o El violinista en el tejado. Y cualquiera de Humphrey Bogart o Clark Gable. Además de, claro, Cinema Paradiso. Recuerda que la vio por primera vez en un cine de Madrid. Corría el año 1988 y, no hacía mucho, había conocido a una maestra madrileña de ojos azules. Con ella decidió decantarse por la película italiana aquel día, solo movidos por el “título bonito”. No sabía que estaba a punto de revivir su infancia. Tampoco imaginaba entonces que la mujer que lo acompañaba en la butaca de al lado se convertiría en su esposa dos años después.

“¿Si nos une el arte, dices? Bueno, yo creo que nos une estar juntos. Siempre se ha dicho que el amor es una llama. Y si se apaga se acabó todo”, resume Myriam Zarzuelo sentada en una silla mientras lanza una mirada a su marido, que no le quita ojo tras su escritorio del “cuarto del cine”. Marido y mujer comparten amor por el cine -aunque ella no sea de musicales-, la literatura o la música.

“Muchas parejas se separan porque no ponen de su parte. Cada uno tiene que poner un poquito. Cuando uno tiene la culpa pide perdón y ya está. Pero hay mucho divorcio ahora en Ceuta”, lamenta él. “Mira, por ejemplo, ¿ves ese atril que hay ahí? -suelta ella mientras señala con su índice un robusto libro abierto sobre un soporte de metal encima de la mesa principal de la sala- Ese es mi libro de lectura. Yo no lo leo en el salón, lo leo aquí. Y podría estar allí, pero me vengo aquí a leer. Me aíslo completamente, eh -apunta entre risas-. Porque me pongo mis cascos y escucho el audiolibro mientras leo. Pero lo hago aquí, con él. De alguna forma estamos juntos”.

Myriam Zarzuelo y Ricardo Teresa posan juntos en su "cuarto del cine". / FOTO G.S.
Myriam Zarzuelo y Ricardo Teresa posan juntos en su "cuarto del cine". / FOTO G.S.

No han contabilizado la cantidad de películas que atesora el “cuarto del cine”, pero calculan que pueden superar las 500 entre largometrajes y cortometrajes. Tampoco lleva la cuenta de la cantidad de carteleras y pósteres que ha ido coleccionando. Todo su material pudo exhibirlo ante el público ceutí hace un año, en la Biblioteca Pública Adolfo Suárez, donde permaneció colgado en las paredes entre el 4 y el 12 de marzo. Espera volver a tener alguna oportunidad similar, para que su tesoro pueda ser apreciado por todos. Un tesoro que su esposa, reconoce, ha contribuido a conservar.

“Myriam me ha apoyado mucho”, comenta Ricardo, que posa su mano derecha en un enorme proyector cinematográfico que siguen usando para ver películas antiguas. Solo tienen que desplegar la pantalla blanca que suelen dejar recogida sobre una de las estanterías de la habitación cinéfila, donde proyectan la imagen que sale del aparato de colección -uno de los muchos que tiene, además de un caleidoscopio, pequeñas figuras relacionadas con el séptimo arte o una antigua máquina de escribir, que sigue usando-. El matrimonio tiene previsto colocar una pantalla de mayores dimensiones en el salón de la casa para seguir disfrutando de su afición desde la comodidad del sofá. No les será difícil transportar el proyector, que se ubica adrede sobre una mesa con ruedas.

De entre todas las películas que le mueven, Myriam se queda con La vida es bella (1997) y con esa que cuenta la historia de su marido. “Es la historia de Ricardo”, insiste mientras sonríe y abre de par en par sus ojos claros para mirar al ceutí de 82 años que sigue sintiéndose el Totó que miraba la vida a través del celuloide.

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