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SERVICIOS SOCIALES
Fátima y su hija María acabarán durmiendo a la intemperie si nadie hace nada al respecto en los próximos días. La primera tiene 49 años, la segunda cumplirá los 6 en unos meses. Ambas nacieron en Ceuta, es por ello que la progenitora se pregunta por qué su Ciudad Autónoma no evita que, al menos, su niña pase la noche en la calle. Desde que hace cuatro meses tuviera que abandonar su vivienda -de alquiler-, la ceutí se ha dedicado a buscar trabajo y un hogar propio mientras varios amigos las acogen en sus casas. La caridad de sus conocidos se ha agotado, y ahora debe hallar con urgencia un espacio donde cuidar a su hija.
“No quiero llorar por mi niña”, pronuncia con esfuerzo, tratando de mantenerse firme y disimular que su voz comienza a entrecortarse por las lágrimas. “No quiero que mi hija viva esto. Estoy sufriendo, hija mía. Te juro que no duermo. No duermo. Me quedo llorando, sufriendo. Dime qué hago”, continúa mientras saca de una bolsa de plástico una chocolatina que acaban de regalarle en una tienda cercana a la redacción de este periódico, donde se presentó este lunes para tratar de encontrar algo que busca desde hace cuatro meses: ayuda.
Ni Fátima ni María son sus nombres reales, pero la adulta prefiere mantener el anonimato por evitarle a la menor el estigma. La madre se detuvo para dar la golosina a la pequeña, que correteaba sin descanso por los alrededores. “Es muy hiperactiva”, comenta la adulta, quien matiza que continúa sin diagnosticar. Cree que es parte del motivo por el que sus amigos le han puesto fecha límite a su acogida. En unos días estará en la calle, situación que ya ha trasladado a los Servicios Sociales, donde, según cuenta, le ofrecen solo dos opciones, y ninguna de ellas puede aceptarlas.
“Muchas veces, a las seis ya estoy despierta pensando: “Dios mío, ayúdame, ¿cómo salgo de esto?”
El 7 de agosto estuvo en la sede ubicada en Hadú. Allí le hicieron dos preguntas: si es mujer maltratada y si tiene contrato de alquiler. En el primero de los casos, habrían podido ofrecerle un alojamiento; en el segundo, una prestación para pagar la mensualidad. Pero ni su pareja y padre de su hija -que lleva más de un año cumpliendo condena en la cárcel- la maltrata ni es inquilina. “Lo siento. Aquí no podemos hacer nada más. Ve a buscar un contrato”, asegura ella que le dijeron en el área. “¿Cómo voy a buscar un alquiler si estoy a cero en la cuenta?”, se pregunta. Ha contactado con varios caseros, pero ninguno de ellos está dispuesto a darle las llaves de sus viviendas con la promesa de un alquiler social.
Es por ello que también se encuentra en búsqueda activa de trabajo. Pero no cuenta con el apoyo de familiares, por lo que, durante este tiempo de vacaciones, no tiene donde dejar a su hija. Ha trabajado como limpiadora del hogar, como camarera o como cocinera. Y está dispuesta a adaptarse a cualquier oportunidad que le surja, pero debe resolver antes el problema más inminente: el techo, para que su hija no tenga que dormir en “la playa”. O para que pueda hacerle de comer. Desde Servicios Sociales la derivaron al Banco de Alimentos, adonde acudió para recoger las cestas con comida. Cuando las vio pensó: “¿toda esta comida dónde la cocino?”. Pudo acudir a casa de una amiga, donde limpiaba para ganarse “10 o 20 euros”. “Aunque fuera para comprarle agua a mi hija”, comenta.
Logran comer caliente gracias a la ONG Luna Blanca, de la que son beneficiarias. Aún así, la vida que llevan no les permite seguir una dieta óptima y aconsejable para una niña y para una mujer que, además, es diabética. También les es difícil mantener una higiene adecuada, ya que pasan la mayor parte del día deambulando por la calle. Las amigas que le prestan alojamiento nocturno trabajan toda la jornada, por lo que las dos ceutíes deben abandonar los domicilios en la mañana temprano y volver cuando sus propietarios han terminado sus labores, ya por la noche. Para no abusar de su confianza, Fatima pide prestado un bote de champú y de gel y se dirige a la playa para lavar el pelo de su hija. “¿Ves? Está limpio”, soltó ella mientras acariciaba el cabello moreno de la niña.
“Por lo menos, tener una habitación donde nos echemos mi hija y yo. Y cuando ella vuelva al colegio lucharé como sea para encontrar trabajo”
Madre e hija sobreviven en un ir y venir entre casas ‘prestadas’. Caminan, después retornan donde sus amigas para intentar descansar y después vuelven a caminar. Fatima pasa “todo el día cansada”. Ni siquiera logra conciliar el sueño en la madrugada. “Muchas veces, a las seis ya estoy despierta pensando: “Dios mío, ayúdame, ¿cómo salgo de esto?”.
La ceutí no percibe ninguna prestación por parte del Estado. Cobró el subsidio por desempleo unos meses en 2019, tras finalizar el último Plan de Empleo del que se benefició. Antes de aquel había trabajado en los de 2017 y 2010. Solía llevar una vida más normalizada cuando convivía con el padre de su hija. Lo hizo hasta la primavera de 2024, cuando el hombre entró en prisión. Desde entonces tenía su hogar en una barriada de la ciudad, de donde tuvo que marcharse hace cuatro meses, cuando el dueño del inmueble le recriminó que tenía varias facturas de la luz y el agua sin pagar.
“Por lo menos, tener una habitación donde nos echemos mi hija y yo. Y cuando ella vuelva al colegio lucharé como sea para encontrar trabajo”, insiste mientras busca con la mirada a su hija, que, de rodillas y apoyada en una mesa baja, juega con un pequeño helado hecho de un material viscoso, ajena al esfuerzo que hace su madre para tragarse las lágrimas.
Los interesados en prestar algún tipo de ayuda a la familia puede contactar con ellas a través del número de contacto 632354533.
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