Esta es la historia de Gary McKinnon, el hacker que desafió al Pentágono y a la NASA desde su habitación

HACKING

Gary McKinnon pasó de ser un informático autodidacta en Escocia a convertirse en uno de los hackers más famosos del mundo. Su caso no solo reveló la fragilidad de los sistemas de seguridad del gobierno de Estados Unidos, sino que también desató un pulso político y judicial que se prolongó durante más de una década. Entre acusaciones de espionaje, teorías sobre ovnis y una batalla por los derechos humanos, su vida se transformó en una leyenda del ciberespacio

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Los primeros años de un hacker en potencia

Gary McKinnon nació en Glasgow en 1966. Desde muy joven mostró una curiosidad inusual por las máquinas y la informática. A los 14 años recibió su primer ordenador, un Sinclair ZX81, y pronto quedó fascinado por la programación y el potencial de las redes. Mientras otros adolescentes jugaban en la calle, McKinnon pasaba horas frente a la pantalla, experimentando con código y tratando de entender cómo funcionaban los sistemas informáticos.

Su interés creció en paralelo con su pasión por el misterio y lo paranormal. Leía libros sobre ovnis, teorías de conspiración y encubrimientos gubernamentales. La combinación de ambos intereses tecnología y búsqueda de vida extraterrestre sería decisiva en su historia.

La incursión en los sistemas más protegidos

A comienzos de la década de 2000, McKinnon ya trabajaba como administrador de sistemas en Londres, pero su inquietud iba más allá de su empleo. En 2001, con apenas una conexión doméstica a internet y herramientas de búsqueda de vulnerabilidades que podían descargarse de la red, comenzó a escanear ordenadores militares estadounidenses.

Lo que encontró le sorprendió: muchos equipos carecían de contraseñas de acceso o utilizaban claves muy débiles. Esto le permitió penetrar sin dificultad en redes que supuestamente estaban blindadas, incluyendo las del Pentágono, la Marina de EE. UU., el Ejército, la NASA y la Fuerza Aérea.

Durante meses, bajo el alias “Solo”, McKinnon navegó por los servidores como un visitante silencioso. Según él, buscaba pruebas de que los gobiernos ocultaban información sobre ovnis y tecnologías avanzadas. En entrevistas posteriores afirmó haber visto fotografías de supuestas naves espaciales y una lista de “oficiales no terrestres”, aunque nunca pudo mostrar pruebas concretas.

El descubrimiento y la reacción de Estados Unidos

Su presencia no pasó desapercibida por mucho tiempo. En 2002, las autoridades estadounidenses detectaron accesos no autorizados que habían afectado a más de 90 sistemas informáticos. Washington acusó a McKinnon de causar interrupciones y daños valorados en más de 700.000 dólares, y lo calificó como “el mayor hacker militar de todos los tiempos”.

El gobierno de EE. UU. exigió su extradición inmediata, lo que marcó el inicio de una batalla legal sin precedentes entre ambos lados del Atlántico.

Diez años de lucha judicial

McKinnon fue arrestado en Londres en 2002 y rápidamente puesto en libertad bajo fianza. Sin embargo, la amenaza de ser enviado a Estados Unidos lo persiguió durante diez largos años. Washington lo acusaba de delitos que podían suponer una condena de hasta 70 años de prisión.

Su defensa alegaba que Gary no era un criminal, sino un hombre obsesionado con descubrir la verdad. Durante el proceso, también se hizo público que padecía síndrome de Asperger y depresión severa, lo que avivó el debate sobre si sería humano enviarlo a una prisión estadounidense de alta seguridad.

La opinión pública en Reino Unido se dividió: algunos lo veían como un héroe que había desenmascarado la debilidad de los sistemas de seguridad más poderosos del planeta; otros, como un irresponsable que había puesto en riesgo la seguridad nacional. El caso llegó hasta el Parlamento británico, donde incluso ministros y celebridades defendieron que no debía ser extraditado.

Finalmente, en 2012, la entonces ministra del Interior, Theresa May, bloqueó la extradición por razones humanitarias, afirmando que McKinnon podría suicidarse si era enviado a Estados Unidos. La decisión fue celebrada por activistas de derechos humanos y vista como una derrota política para Washington.

La vida después del escándalo

Tras la resolución, Gary McKinnon desapareció en gran medida de la vida pública. Se refugió en su familia y en proyectos personales. En entrevistas ocasionales, declaró que su pasión por la informática seguía viva, pero que jamás volvería a poner un pie en el mundo del hacking ilegal.

Hoy, vive una vida discreta en Londres, alejado de los focos. Aunque no se ha vuelto a involucrar en grandes polémicas, su historia sigue siendo un caso de estudio en ciberseguridad y un ejemplo de cómo un individuo con recursos limitados puede desafiar a las instituciones más poderosas del planeta.

Una leyenda viva del hacking

Gary McKinnon nunca robó dinero ni datos personales. Su objetivo era distinto: buscar respuestas a lo desconocido. Lo que encontró o creyó encontrar forma parte de un misterio que él mismo alimentó con sus declaraciones.

Su historia combina la fascinación por el universo, la fragilidad de la seguridad digital y la complejidad de la justicia internacional. Dos décadas después, su nombre sigue siendo mencionado en conferencias de ciberseguridad, foros de hackers y documentales sobre ovnis.

Gary McKinnon no solo hackeó ordenadores: hackeó la percepción de lo posible, demostrando que la curiosidad, cuando se cruza con la tecnología, puede cambiar el rumbo de una vida y poner en jaque incluso al Pentágono.

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