Yawad Sbihi, el ingeniero biomédico ceutí becado para un año de estancia en Harvard
SOCIEDAD
El joven, ex alumno del Severo Ochoa, rematará su Máster en Neuroingeniería y Rehabilitación con unas prácticas de un año en el Hospital General de Massachussetts, afiliado a la prestigiosa universidad
Ceuta/ A Yawad Sbihi (2002, Ceuta) se le da bien adaptarse. Tuvo que hacerlo sin pensarlo demasiado cuando tomó el primer avión de su vida, con 16 años, rumbo a Estados Unidos, tras recibir la primera beca académica de muchas, esa que concede la Fundación Amancio Ortega y para la que competía con otros 10.000 españoles. En Oklahoma se mimetizó con el sistema educativo americano -uno más flexible, en el que pudo elegir un programa de asignaturas a la carta- y con su nueva familia de acogida. Un año después, el ex alumno del Colegio Severo Ochoa tuvo que rehacerse a las formas de su país en el Instituto Siete Colinas. Más tarde, a la vorágine madrileña durante su etapa universitaria en la Carlos III, que se detuvo durante los 12 meses que volvió a pasar en América, esta vez en Ohio. Por último, a Barcelona, donde ha estudiado un máster que culminará el próximo curso, aunque no en Cataluña, sino, una vez más, entre estadounidenses. Concretamente, en la prestigiosa Universidad de Harvard.
El ingeniero biomédico ceutí ha sido becado por la Universitat Politècnica de Catalunya y el Institut Guttmann para pasar un año de estancia en el Hospital General de Massachusetts, afiliado a Harvard. Allí dará continuación al Máster en Neuroingeniería Y Rehabilitación que estudia desde hace un año en la institución académica catalana. Con la parte teórica ya concluida, la nueva experiencia de Sbihi en el continente americano se centrará en la práctica investigadora, que desarrollará en el centro hospitalario ubicado en Boston. “Espero aprender mucho, hacer cosas relevantes, útiles para la gente, para los estudios, para la vida. Que lo que hagamos salga bien”, pide el joven caballa de cabello rizado y sonrisa inmutable mientras se toca la cadena dorada que rodea su cuello y que sobresale del polo de rayas con el que el pasado jueves conversó con El Pueblo de Ceuta.
Aquel día no había pasado ni una semana desde que supo con certeza que su viaje de un año estaba confirmado. Fue el lunes 18 cuando recibió el pasaporte que simbolizaba el ‘ok’ de la embajada, el último trámite que le quedaba. Antes de eso, superó la aprobación del hospital estadounidense y, en primer lugar, la elección de su universidad de entre la treintena de compañeros que componen su máster -aunque desconoce si todos aplicaron-. Su nota de entre el ocho y medio y el nueve y medio en el máster hizo a la Politècnica de Catalunya decantarse por el ceutí. También fue un número el que le hizo merecedor de una plaza en la universidad con la que soñaba tras superar los exámenes de selectividad, en los que sumó un 13´6. Lo tuvo claro: la Carlos III de Madrid.
Una corta trayectoria de éxitos académicos en la que mantiene los pies en la tierra con una rutina de desfogue basada en sus amigos. “Siempre he tenido la suerte de hacer muy buenos amigos allá donde he estado. Tener una comunidad en el sitio donde estás para mí ya es un respiro”, comenta Sbihi, amante de la escalada, el deporte, la música y la tranquilidad de una noche de “cena y peli”.
El niño del Severo Ochoa
Yawad estudió hasta Cuarto de la ESO en el Colegio Concertado Severo Ochoa de Ceuta. Durante su último año en aquellos pasillos aplicó por primera vez a una beca. Aquella con la que la Fundación Amancio Ortega costea íntegramente los estudios en universidades de EE.UU y Canadá a los -alrededor de- 500 estudiantes más brillantes del país. A él le tocó en Oklahoma, donde convivió con una familia de acogida asignada por la entidad que financia la estancia. Era la primera vez que salía de su zona de confort. Y casi de España. Había viajado a Marruecos con su familia, pero nunca había tomado, si quiera, un avión. “Yo tenía 16 años. Fue una experiencia muy chula, una sensación de independencia, unas ganas de aprender, de conocer otras culturas, el idioma… Te abre la mente”.
Se matriculó en el Southmore High School y cumplió el sueño de muchos de los de su generación: estudiar en un instituto estadounidense. El choque entre el sistema educativo al que acostumbraba y al que debía acostumbrarse no se hizo esperar. Se percató entonces de la “rigidez” del modelo español, de programas educativos encorsetados con poca posibilidad de elección. “Aquí eliges Ciencias, Humanidades o Sociales. Allí puedes elegir las asignaturas y construirte el currículum prácticamente como quieras. Tienes unos requisitos que cumplir, pero puedes decantarte por Ciencias y hacer también un curso de cocina, otro de tenis, de fotografía o de arte”, explica.
Eso, continúa, “da pie a relacionarse con gente distinta, conoces a muchas más personas de las que normalmente se conoce en España”. Asegura Sbihi que, ante el cambio brusco, emergían “dos tipos de personas”: las que preferían configurar su año académico lo más parecido al modelo español “para llegar bien preparados a Segundo de Bachiller” o las que, como él, se decantaron por “aprovechar y probar cosas nuevas”. En su caso, eligió Química, Matemáticas, Historia, Inglés, Teatro, Tenis, Fotografía y Apreciación del arte. No se arrepiente. “Es que creo que el punto de irte es probar cosas nuevas, hacer cosas que no tendrías la oportunidad de hacer en España, y ya después tendrás tiempo para ponerte al día con los estudios”, defiende.
Además de aprovechar la experiencia educativa, se rodeó de nuevos amigos que aún conserva y a los que visitó hace no mucho. Reconoce que vivió un “momento de bajón” al regresar a su país. “Pero era lo que tocaba -afirma, recompuesto-. Quería acabar el bachiller y entrar ya en la universidad”. Al volver a España cursó el año previo a la carrera en el IES Siete Colinas. De acostumbrar a las reducidas instalaciones del Severo Ochoa tuvo que adaptarse a la enormidad estadounidense y, más tarde, a un nuevo centro educativo español, aunque “más grande” que el que recordaba. “Era todo nuevo para mí, pero fue un buen año. Solo que nos pilló el Covid al final, acabamos en marzo”, narra.
Yawad fue uno de esos chicos a los que la pandemia de Covid-19 atravesó sus primeros años universitarios. Tuvo la suerte de que su universidad combinó las clases online con la presencialidad. No siempre supo que quería ser ingeniero. Pasó toda su infancia queriendo estudiar Medicina. Pero llegó al Bachiller y se sintió atraído por las asignaturas técnicas. Comenzó a indagar hasta dar con la Ingeniería Biomédica, que fusiona los “dos mundos” que le apasionaban. Tras realizar una “comparación de universidades”, optó por la Carlos III, que presentaba el programa que más le gustaba.
El ingeniero biomédico
Sus vivencias en la capital dieron comienzo con una intensa búsqueda de piso compartido. Logró vivir con personas que le aportaron y hacer “muy buenos amigos en clase”. En tercero de carrera, el ‘culo inquieto’ volvió a aplicar para una beca que lo llevaría de nuevo a Estados Unidos. Logró un año de intercambio en la Universidad Case Western Reserve en Cleveland, Ohio, una de la que obtuvo buenas referencias sobre su departamento de Ingeniería Biomédica.
Al finalizar la carrera le sobrevoló el mismo “dilema” que a todos los recién graduados: “¿Qué hago con mi vida?”. Decidió matricularse en un máster para continuar especializándose, concretamente en un área que había estudiado a fondo durante el año de intercambio en Ohio, como voluntario investigador en varios hospitales: el sistema nervioso. “El sistema nervioso es un circuito eléctrico. Y creo que incidir en el circuito eléctrico utilizando cualquier sistema de estimulación eléctrica o magnética, o cualquier técnica propiamente de Ingeniería, más allá de los enfoques celulares o biológicos que hay en Medicina, tiene mucho más potencial que en otras partes”.
En lo mismo espera seguir especializándose durante su nueva estancia en América. La buena nueva la recibió con “alegría”, aunque con “cautela”. Sabía que, aunque su universidad le asignara la plaza, el Hospital General de Massachusetts debía aceptarla. Después, la incógnita se mantuvo por los trámites del consulado, que debía conceder el visado, o toda la andadura no habría servido para nada. El joven ha esperado desde enero de 2025, cuando la Politécnica le adjudicó la plaza, hasta el 18 de agosto, cuando recibió el pasaporte.
El curso comienza el 1 de septiembre, pero le han concedido una semana de margen dadas las circunstancias. Cruzará el charco el día 8. No piensa demasiado en el futuro a largo plazo. Sabe que exprimirá al máximo el próximo año en Boston, una ciudad nueva para él, donde volverá a “comenzar de cero”, como acostumbra desde los 16. Desconoce si estando allí recibirá alguna oferta, si decidirá volver a España o partirá hacia otro país. Solo tiene claro que quiere dedicarse “a la Ingeniería Biomédica y, en particular, a incidir y utilizar la tecnología para el sistema nervioso, ya sea en un hospital o en una empresa farmacéutica”.
Yawad seguirá haciendo de la adaptación al medio un estilo de vida. Y lo hará por su profesión, que continuará compaginando con sus mañanas de escalada, sus tardes de paseo con los amigos y sus noches de cena y pizza.
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