Guardias médicas: entre la realidad y la confusión

Dr. Enrique Laza*

En los últimos meses, hemos asistido a un debate creciente sobre las guardias médicas, especialmente en relación con el Estatuto que se negocia con el Ministerio de Sanidad. Muchos medios de comunicación lo presentan como si se tratase de un descubrimiento reciente: los médicos hacen guardias, estas resultan extenuantes y dificultan la conciliación familiar. Sin embargo, la forma en que se plantea la protesta me resulta, cuanto menos, desconcertante, y merece una reflexión más profunda y realista.

La guardia no es una rareza, ni un privilegio, ni una circunstancia imprevista: es un pilar histórico y estructural del sistema sanitario español. Sobre ella se sostiene la continuidad asistencial en hospitales y centros de salud. El médico que hace guardia no añade unas horas extras por voluntad propia; es el profesional que garantiza que el sistema no se interrumpa cuando concluyen los turnos de la jornada ordinaria. Sin guardias, el engranaje actual colapsaría.

Dicho esto, la reivindicación de que las horas de guardia se reconozcan como lo que son —horas efectivas de trabajo— resulta no solo legítima, sino inaplazable. Es una anomalía que esas horas se contabilicen de forma parcial, relegadas a la categoría de “complemento retributivo”, sin computar a efectos de jubilación, carrera profesional o antigüedad. Hablamos de miles de horas acumuladas a lo largo de la vida laboral de un médico, diluidas en un limbo administrativo como si no hubieran existido. Reclamar que se contabilicen es reclamar justicia laboral, no un privilegio.

Lo que sí resulta problemático es el modo en que a veces se formula la protesta: como si el problema radicase en la mera existencia de las guardias. Esa lectura es equívoca y, lo que es peor, irrealizable en la España actual. Transformar el modelo hacia un sistema de turnos —similar al de enfermería— requeriría multiplicar las plantillas médicas, reorganizar la formación MIR y asumir un gasto sanitario mucho mayor. La realidad es que hoy no hay suficientes médicos en España para sostener un sistema que elimine de raíz las guardias.

Esa disonancia entre lo que se pide y lo que puede hacerse no es un detalle menor: contribuye a que la sociedad perciba el debate como una negativa a trabajar de noche, cuando lo que realmente se reclama es el reconocimiento del tiempo trabajado. Y esa confusión es peligrosa. Si el mensaje social se deforma, se deslegitima una reivindicación justa y necesaria.

El debate sobre las guardias debería centrarse en tres ejes claros:

1. Reconocimiento pleno de las horas de guardia como tiempo de trabajo a todos los efectos.

2. Regulación adecuada de la edad y condiciones para realizarlas, ofreciendo alternativas reales a quienes no puedan seguir haciéndolas.

3. Planificación a largo plazo: si algún día se quiere transitar hacia un modelo distinto, será imprescindible reforzar plantillas, reorganizar el sistema formativo y dotar al sistema de los recursos que requiere.

Mientras tanto, indignarse por la existencia de las guardias no solo es improductivo, sino que transmite un mensaje engañoso a la ciudadanía. El verdadero problema no es que los médicos hagan guardias; el verdadero problema es que esas horas, que son trabajo con todas sus letras, siguen sin recibir el reconocimiento legal y laboral que merecen. Y esa es la batalla que conviene librar, no otra.

* Jefe de la UCI

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