EDITORIAL
Día histórico en Ceuta
Otro cadáver más enredado en las redes de una almadrabeta en Ceuta. Un joven, probablemente con toda la vida por delante, se suma a una lista cada vez más larga y dolorosa: seis muertes solo en agosto, veintitrés en lo que llevamos de año. No es una estadística cualquiera, son vidas truncadas por la desesperación y el mar, que tantas veces se convierte en tumba de quienes sueñan con un futuro mejor.
Lo más inquietante es la rutina con la que recibimos estas noticias. Cada hallazgo parece integrado en un ciclo macabro de titulares que apenas conmueven ya a la sociedad. Nos hemos acostumbrado a la tragedia, como si fuese inevitable, cuando en realidad no lo es. Detrás de cada cuerpo recuperado hay una historia, una familia y un motivo que empujó a alguien a lanzarse al agua con lo puesto.
La frontera sur de Europa lleva demasiado tiempo actuando como un espejo de nuestras contradicciones: pedimos humanidad, pero aplicamos frialdad; hablamos de derechos humanos, pero vemos morir a personas casi a diario en nuestras aguas. Ceuta, por su ubicación, es testigo directo de este drama, pero también víctima del abandono de unas políticas migratorias que no ofrecen soluciones reales.
Quizás haya que recordarlo una vez más: ninguna valla, ninguna patrullera y ninguna red de almadraba va a detener la desesperación. Mientras existan desigualdades tan profundas entre orillas, el mar seguirá cobrando su tributo de vidas. Lo que se necesita no son más partes de sucesos, sino respuestas valientes y coordinadas que aborden el problema desde su raíz.
Y en este contexto, no podemos pasar por alto el papel de las instituciones, que parecen limitarse a gestionar cadáveres en lugar de prevenir que aparezcan. Las estadísticas oficiales se suman mes tras mes, pero falta una estrategia que combine seguridad y cooperación internacional. La ausencia de una visión común convierte cada tragedia en una anécdota aislada, cuando en realidad forman parte de un mismo drama colectivo.
Porque cada vez que un cuerpo aparece en la costa, no solo muere un inmigrante anónimo: también se hunde un poco más nuestra capacidad de mirar de frente esta tragedia y actuar en consecuencia. Y ese, quizá, sea el naufragio más imperdonable.
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