EDITORIAL
Día histórico en Ceuta
Ayer Ceuta volvió a mostrar su cara más cruda de la migración. Dos niños, “muy jóvenes” según los agentes que los sacaron del mar, aparecieron muertos en la zona del Sarchal. Iban vestidos con ropa de calle, sin aletas ni traje de neopreno, con la única intención de tocar suelo español y soñar con un futuro mejor. Dos vidas que se apagan en un mar que no perdona la desesperación, dos historias truncadas por la combinación letal de necesidad, ilusión y riesgo extremo.
No se trata de casos aislados. Los menores de edad que cada noche intentan huir hacia Europa lo hacen siguiendo lo que ven en redes sociales: TikTok se ha convertido en un manual de rutas, de indumentaria y de estrategias para burlar fronteras. Algunos logran llegar, otros son devueltos, y unos lamentablemente no sobreviven. En lo que va de 2025, 26 cuerpos han sido recuperados en Ceuta. Solo en septiembre, tres menores han perdido la vida en esta carrera desesperada hacia un futuro que sus países les niegan.
La situación no deja de ser dramática y humana. Los recursos de acogida están al límite: el CETI atiende a más de 800 personas pese a tener capacidad para 512, y el área de Menores de la Ciudad Autónoma acoge a 500 niños cuando su capacidad máxima es de 132. La presión migratoria es constante, las fronteras son vigiladas, pero la necesidad de escapar de la pobreza y la falta de oportunidades no conoce límites.
Mientras tanto, muchos de los que intentan emigrar legalmente chocan con la burocracia y la exigencia de solvencia económica que les impide conseguir un visado Schengen. La desesperación empuja a los más jóvenes a lanzarse al mar en condiciones mortales, porque la esperanza de una vida digna no espera a la tramitación de papeles.
Estos dos niños hallados muertos no son solo estadísticas. Son el símbolo de un drama que se repite cada noche, de vidas que se apagan antes de tiempo y de la urgencia de abordar la migración desde la humanidad, la cooperación y la justicia social. Ceuta, y Europa, deben mirar este drama sin apartar la mirada: cada vida perdida es un fracaso colectivo que no podemos permitirnos ignorar.
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