Gaza: el holocausto que los humanos eligimos permitir

En Gaza ya no se habla de guerra. Se debe de hablar de un holocausto. La población civil, atrapada entre ruinas, hambre y muerte, ha sido condenada no sólo por las bombas, sino también por la indiferencia del mundo. Lo más desgarrador no es el estruendo de los misiles, sino el silencio de una humanidad que hemos decidido mirar hacia otro lado mientras se pulveriza el derecho más básico: vivir.

La ONU nacida precisamente para evitar que la historia repitiera sus horrores más atroces, se consume en declaraciones tibias y resoluciones que jamás se cumplen. La Unión Europea adalid autoproclamada de los valores democráticos y de los derechos humanos, permanece atrapada en su propia parálisis y contradicciones condenando con palabras lo que legítima con inacción. La burocracia de los salones diplomáticos no alcanza a silenciar el ruido de los aviones de combate sobre Gaza.

Se les llena la boca de hablar sobre el derecho internacional, de protección de civiles, de infancia como prioridad. Pero la realidad muestra lo contrario: niños enterrados bajo escombros, familias borradas por completo, generaciones enteras condenadas a sobrevivir entre ruinas. Y aún más terrible: los niños que siguen con vida juegan en lo que queda de las calles, rodeados de cadáveres, jugando la vida a unos pasos a penas del olor de la muerte. Sus risas se mezclan con el humo y los gritos, como último acto de resistencia infantil. Y a la pregunta que nos devuelven, silenciosa pero devastadora, es, ¿Qué esperamos que sean en el futuro esos pequeños, si llegan hacer adultos?¿De verdad pensamos que quienes han jugado entre muertos podrán crecer algún día en la paz, en la fraternidad, en la humanidad que nosotros mismos hemos perdido?

Los políticos del mundo observan la masacre con la deshumanización fría de quien convierte la tragedia en estadística, en número de muertos que desaparece en la pantalla de un informe técnico. Han perdido la capacidad de sentir, y quizás también de recordar que la política debe de estar al servicio de la vida. Sus contradicciones, decir que defienden la paz mientras justifican la inercia de la violencia, son la peor forma de la hipocresía.

Pero también nosotros como humanidad, cargamos con una responsabilidad dolorosa. Porque cada día que aceptemos ver imágenes de niños famélicos jugando entre cadáveres sin exigir un alto inmediato, cada vez que dejamos que el horror sea una nota más en los telediarios, también estamos renunciando a nuestra propia humanidad. El exceso de tragedias nos anestesia, y con ello participamos en el crimen mayor de todos: acostumbrarnos al sufrimiento ajeno.

Gaza no sólo se enfrenta a la muerte de miles de inocentes, sino al vació absoluto de los principios que decimos sostener como civilización. En Gaza la humanidad no esta desapareciendo por obra de la guerra. La humanidad ya murió cuando la ONU callo, cuando Europa dudó, cuando los pueblos del mundo aceptaron que la muerte en masa era algo soportable si sucedía lejos de sus fronteras. En este holocausto político y moral, el fracaso es absoluto. Y será recordado, no tanto por los crímenes cometidos, sino por la pasividad de quienes pudieron evitarlo y no lo hicieron.

Concluir dirigiéndome a ustedes líderes mundiales que enarbolan discursos sobre derechos humanos desde tribunas seguras, que pronuncian palabras solemnes mientras enlaza los muertos se cuentan a miles. Ustedes que se aferran a resoluciones que nunca se cumplen que redactan comunicados plagados de condenas vacías mientras los niños palestinos juegan entre cadáveres¿ Que esperan de esos niños? ¿De verdad creen que quienes han aprendido a jugar con la muerte crecerán abrazando la paz que nunca conocieron?

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