Solidaridad con más fuerza

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El Banco de Alimentos de Ceuta ha estrenado su nueva nave con un respaldo de excepción: la visita de la Reina Emérita Doña Sofía. Más allá del gesto institucional, lo importante de este acto es poner en valor a quienes cada día sostienen la labor de esta asociación: los voluntarios y las entidades que trabajan a pie de calle para que ninguna familia se quede sin lo más básico, la comida. La Reina ha venido a respaldar una causa que no entiende de ideologías, sino de humanidad, y eso ya es un mensaje poderoso en sí mismo.

En una ciudad con tantas dificultades como la nuestra, donde la pobreza y la exclusión social golpean a miles de personas, el Banco de Alimentos no es solo un almacén lleno de víveres, es una red de esperanza. Sus instalaciones recién inauguradas no representan ladrillos ni estanterías, representan la posibilidad de atender mejor a quienes más lo necesitan, de ampliar la capacidad de almacenamiento, de diversificar los productos y de llegar a más hogares con más eficacia.

No es casual que en 2024 se hayan repartido más de 635.000 kilos de alimentos. Detrás de esa cifra hay historias humanas, hay madres, niños y mayores que dependen de esta ayuda para salir adelante. Y también hay un ejército silencioso de voluntarios que, sin pedir nada a cambio, organizan, cargan y distribuyen lo que para otros puede significar la diferencia entre pasar hambre o tener un plato en la mesa. Su labor es discreta, pero absolutamente imprescindible.

Que la Reina Sofía se haya desplazado hasta Ceuta es un espaldarazo, sin duda, pero la verdadera grandeza está en la constancia diaria de una asociación que ha sabido adaptarse y crecer pese a las dificultades. Su nueva nave no es un punto final, es un punto de partida para seguir ampliando su capacidad solidaria. Es también un recordatorio de que la lucha contra el hambre no puede darse por ganada nunca, porque el hambre —como bien señalaba su presidente— no siempre se ve, pero existe.

Ceuta debe sentirse orgullosa de su Banco de Alimentos. No solo porque reparte víveres, sino porque simboliza lo mejor de nuestra sociedad: la solidaridad, la empatía y la voluntad de no dejar a nadie atrás. En tiempos de incertidumbre, esa es la auténtica riqueza de una ciudad. Y conviene no olvidarlo: detrás de cada bolsa de comida hay un compromiso colectivo de dignidad y humanidad que nos recuerda quiénes somos y hacia dónde queremos caminar como comunidad.

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