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MIGRACIONES
En Luna Blanca suelen leer el periódico a diario para hacer sus “cuentas” con antelación. Si la prensa local informa de que en la noche anterior se produjeron entradas de migrantes desde Marruecos, saben que ese día “hay que poner media olla más, o una entera”. “Porque sabemos que van a venir, ¿a dónde van a ir si no? Se corre la voz: ‘Vamos a comer a Luna Blanca’”, explica la educadora social y coordinadora de la ONG ceutí, Halima Ahmed, en el interior de su despacho. En las oficinas de la entidad, junto a tres compañeras más, hace “encaje de bolillos” con el presupuesto para dar de comer a los extranjeros recién llegados sin que ello perjudique a los beneficiarios de sus programas, ceutíes principalmente. Desde hace dos semanas, la tarea se les ha complicado.
El equipo administrativo de la organización trata de estirar los fondos para que no les falte de nada al personal de la cocina, donde deben preparar menús para casi un centenar de comensales más de lo habitual desde que el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) no admite nuevos ingresos por su sobreocupación. También alimentan a muchos residentes, además de a las personas de origen magrebí y subsahariano que acaban de cruzar a la ciudad autónoma y aún no son acogidos en ningún centro.
Todos ellos comen en el comedor social instalado en el exterior de la sede, junto a la mezquita de Sidi Embarek, bajo carpas plastificadas que los resguarda del sol. Este jueves, el calor apretaba cuando los primeros jóvenes comenzaron a tomar asiento, pasadas las 12:00h. En torno a 80 personas degustaron los macarrones con carne picada y tomate de Luna Blanca, y los plátanos frescos que llegaron ese mismo día de la merma de un supermercado. “Antes venían unas veces diez personas, otras 15, incluso dos solamente. Ahora, damos prácticamente a unas 100, depende del día”, relata Ahmed.
Tanto los residentes del CETI como las más de 200 personas que acampan a sus puertas reciben las tres comidas diarias por parte de la institución gubernamental, además de aseo diario y ropa. Sin embargo, son muchos los que optan por desplazarse hasta Sidi Embarek. Además de los menús que ofrecen en su comedor, Luna Blanca colabora con entidades sociales como Cardjin o No Name Kitchen, que reciben entre ocho y veinte -a veces más- comidas diarias que reparten entre personas migrantes. Otra asociación local les ha contactado para pedirles que donen mantas y ropa para los extranjeros en situación de calle fuera del CETI, material que ya tienen preparado para su entrega.
Todos los recursos que Luna Blanca destina al colectivo migrante salen de fondos propios de la ONG; no reciben ninguna financiación específica para ello. “Tiramos mucho de las donaciones, pero son pocas. Tememos que los recursos se agoten”, confiesa la educadora social, quien añade que, a menudo, también sufragan billetes de barco o medicación. Llegaron a abrir una cuenta en una farmacia local que iban liquidando poco a poco. Muchos de los migrantes llegan a Ceuta con heridas y problemas de salud que requieren de tratamientos farmacológicos. Este jueves, Halima se apresuró a comprobar si Zakaria, uno de los comensales al mediodía, requería de medicación al advertir la hinchazón en su ojo izquierdo, dispuesta a dispensarle unas gotas que aliviaran su escozor.
El marroquí de 23 años lleva un mes y medio en Ceuta tratando de buscarse la vida. Reside en el CETI, pero pasa gran parte de la jornada fuera. Es carpintero y ha logrado hacerse un hueco en el sector con pequeños trabajos. Lo mismo que su amigo, Isram, un chico argelino de 27 años, electricista. Ambos son residentes del centro del Jaral, pero suelen almorzar en Sidi Embarek. “Nos pilla cerca del trabajo”, explica el segundo. Las motas de pintura en su pantalón dejan entrever que pasó la jornada en la construcción.
Solicitante de asilo político, era soldado en su país, del que huyó a través de Túnez en busca de oportunidades. Cruzó a Ceuta enfundado en un traje de neopreno, tras menos de una hora nadando desde Fnideq. Con los trabajos que acepta en la ciudad autónoma pretende reunir unos ahorros para costearse el billete de barco a Algeciras y de ahí partir hacia Bilbao, donde tiene familia. Son dos de las personas que suelen acudir a la ONG a por sus comidas.
La ayuda
El aumento de comensales derivado de la situación migratoria que atraviesa la ciudad se suma a la atención de sus usuarios de siempre a través de sus diferentes programas, como el más reciente, Téctum. Con él prestan una asistencia integral a ceutíes sin hogar, a quienes proporcionan desayuno, comida, cena, ducha, lavandería y ropa. También acogen a un pequeño grupo de marroquíes de edad avanzada, atrapados en la ciudad desde el cierre de la frontera por la pandemia, a quienes atienden “por pura humanidad”.
“Todo lo que se cocina sale de nuestros fondos propios. Si antes poníamos cuatro ollas, ahora tenemos que preparar ocho. Y ese gasto no está contemplado en los programas financiados por la ciudad, sino que lo asumimos con el almacén de la asociación”, insiste Halima Ahmed. La situación les obliga a depender de donaciones de particulares, del Banco de Alimentos y de colaboraciones puntuales con comercios locales. Supermercados como Mercadona o Lidl entregan excedentes de fruta o productos próximos a caducar, y panaderías locales donan pan a diario.
“Nosotros nunca hemos hecho recogidas en supermercados ni campañas en la calle. Preferimos que las personas nos llamen directamente y donen materia prima: carne, pollo, leche, aceite, frutas o verduras. Es lo que más necesitamos y lo que más nos cuesta adquirir”, subraya Ahmed, quien lanza una petición de ayuda a la ciudadanía ceutí. “Nosotros siempre pedimos donaciones en especie, porque es la forma más directa de llenar una olla. Si conseguimos más carne, más fruta o más aceite, podremos mejorar la calidad de las comidas y repartir con más frecuencia”, remarca la coordinadora. Los interesados en donar alimentos pueden contactar con la ONG a través del número de teléfono 956 50 11 08.
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