El hoy y el ayer

José María Fortes Castillo

Estoy cotejando la Ceuta pretérita, la de mi juventud, con la actual, más moderna, con calles más amplias adaptadas al tráfico rodado, uno de los grandes problemas que en la actualidad se le presenta a todos los ayuntamientos de este maltratado planeta que llamamos Tierra

Observo la foto que acompaño al escrito, y como siempre, la casa de Trujillo, sigue tal cual, presidiendo como siempre la V que conforman el paseo del Revellín y la avenida de la Marina Española. Lo qué hasta no hace muchos años, se conocía como barrio del Borne. Al fondo a la izquierda la imagen que todo ceutí lleva grabada en lo más profundo de su corazón, especialmente si reside en otro lugar (como es mi caso), el monte Hacho.

Hoy es una ciudad moderna, donde en los terrenos ganados al mar, podemos ver la gran avenida de la Compañía de Mar (el cuerpo donde serví y al que amo con toda mi alma), unas murallas entre las aguas azules de las piletas del Parque del Mediterráneo, lugar paradisiaco, obra maestra y póstuma del gran artista Jorge Manrique.

En la foto, compruebo el añorado puente Almina, el varadero y la Marina. La pleamar es completa (aquí estábamos más acostumbrados a decir: “la marea está llena”). No era buen momento para ir en busca de las cangrejas reales, con mi trozo de alambre y media sardina atada a un extremo. Ese era uno de mis “hobby” de mi niñez perdida, como diría ese gran poeta ceutí llamado Manuel Castillo Sempere.

Viendo la fotografía me hace pensar ¿Qué haría yo ahora si tuviera catorce o quince años, en la Ceuta actual?, mariscar cangrejas reales o peludas, resulta imposible tras la desaparición de las piedras de los bajos de la calle de la Muralla o de la Marina, dado que ambos lugares están ocupados por el puerto deportivo y el anteriormente mencionado Parque del Mediterráneo. Coger corrucos o conchas finas en el foso Real, también resulta imposible porque han desaparecido. Los mejillones y lapas de las piedras de San Amaro también quedaron para el recuerdo. Ya no te dejan ir a la escollera del que fue muelle del Comercio, con los salabares a pescar camarones. En los meses de verano, cuando caía la tarde y el ocaso avisaba de su llegada, con el “chambel” y la lata de muñecón, que previamente había cogido en los bajos del kiosco de Rosita, en el paseo de las Palmeras o en Fuente Caballos, dirigía mis pasos a la cara de levante del muelle de Pescadores, lo más cerca posible del viejo Hogar del Pescador y lanzar el volantín en busca de los “roncaores”. Tan abundante eran, que no había noche que no llevara un gran rancho a casa.

¿Qué haría ahora sin todo aquello? En definitiva, me alegro de ser tan viejo, al menos he tenido la suerte de conocer una Ceuta casi virgen, que me ofreció tanto, y tanto me hizo disfrutar.

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