La firmeza de Casado

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El presidente del partido popular, Pablo Casado, se enfrenta al pasado reciente de la organización que dirige. Bárcenas, de la vieja guardia, cambia de versión y ataca a Rajoy y otros dirigentes, acusándoles de conocer y permitir la corrupción.

Casado, que forjó en buena medida su victoria frente a Soraya, en su propuesta de cambio no sólo de caras sino de estilo y costumbres, se ve compelido a romper con aquellos que fueron sus mentores y poner en práctica su promesa de regenerar la derecha española.

Le toca romper con el pasado reciente y, sobre todo, alejarse de modo cristalino de la tradicional connivencia con las actuaciones dudosas que suelen terminar por ser otra mancha en las siglas. Tras un tiempo de asentamiento y coincidiendo con el portazo a Vox, ha comenzado a dar señales de que va en serio contra la corrupción. Exigió y consiguió la dimisión del Consejero de Sanidad de Murcia como primera providencia, trasladando a toda la organización un mensaje inequívoco: que no iba a tolerar conductas impropias de la probidad pública.

Pero un solo movimiento puede interpretarse como un simple amago, por eso necesita permanecer alerta y con capacidad de reacción durante un tiempo indeterminado pero no corto, porque las viejas costumbres no son fáciles de erradicar. Llamar a una conducta reprobable por su nombre, no es atacar a tu partido, sino todo lo contrario. Sólo se defiende una idea si el equipo que la va a desarrollar está plenamente identificado con ella. Y cuando se dirige un partido tan grande como el PP, que además gobierna en muchos lugares, siempre se cuelan aprovechados, cuyo único fin es solucionar lo suyo. Bárcenas es un exponente, pero no un caso aislado de esa manera torcida de entender la política, que consiste en disculpar lo malo y rechazar lo bueno

Nadie debería dejar un cargo público por la presión ambiental. Ya he dicho en otras ocasiones que no vivimos en el viejo oeste, donde la gente ahorcaba a quien le parecía. Eso no es tolerable. Por un impulso popular no se debería aceptar la renuncia de nadie. Pero cuando el sentido común, la razón y la evidencia de que una norma se ha torcido, señalan a cualquier alto cargo, aunque no se trate de una conducta delictiva, el mensaje que se ha de trasladar y sus consecuencias han de ser claros, sin ambigüedades. Y tal vez, en muchas ocasiones, con una sincera disculpa podría ser suficiente. Es verdad que si nos hacemos los locos o los suecos y dejamos que corra el tiempo, las cosas suelen olvidarse, pero estaríamos entonces acumulando una suciedad que hará imposible tarde o temprano que el día a día sea respirable.

Creo que al presidente Casado le queda por delante una ingente tarea. Tengo la sensación de que quiere, pero necesita muchos más aliados para la causa. Si no da pasos constantes en esa dirección, podrá acabar viéndose rodeado y jaleado por aquellos que preferían la continuidad que pretendía Soraya y desafectado por quienes le auparon a la dirección del PP. Ahora tocan congresos. El momento es clave.

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