Debates para olvidar

Me cuesta entrar a valorar lo que se expone en los debates plenarios. Y me cuesta, porque han sido muchos años los que yo me vi en ese escenario y seguro que en algún momento no anduve muy fino. Pero los perfiles tan abruptos que se observan en los discursos de hoy, superan con creces otras torpezas del pasado reciente. Como sigamos por esos derroteros podemos acabar como los extremistas de Cataluña, que hablan de limpiar el “país” de españoles, por ser tarados y bestias.
Es poco edificante oír expresiones como “racista” o “fascista” y otras imputando al oponente la defensa de la implantación de la ley islámica o la guerra. El lío en el que se enzarzaron los diputados Fatima Hamed y Carlos Verdejo, desbordó el cauce del río parlamentario y dio una imagen de Ceuta similar a la de la Sarajevo que acabó echa trizas. Desde luego, si ambos representasen el sentir mayoritario de los ceutíes, era para echarse a temblar.
Cualquier partido político que llega con la intención de aportar frescura, limpieza y nuevas ideas, es una buena noticia, pero si nacen para hacerse notar con estos espectáculos, su servicio a la sociedad es más que cuestionable.
Me parece que la señora Hamed y el señor Verdejo son personas enérgicas, valientes y de firmes convicciones, pero ser valiente no se demuestra por la capacidad de insultar al oponente. Ese es siempre un rasgo de debilidad y de impotencia, y lo digo porque todos los que hemos estado en un debate parlamentario nos hemos deslizado alguna vez por esa pendiente. El problema surge cuando esas actitudes se repiten demasiadas veces, cuando el argumento se suplanta por la descalificación y el improperio y se hace una y otra vez, pleno tras pleno.
Provocar la polarización de una sociedad, ya sea al estilo de Trump o de Pablo Iglesias, sólo es útil para ellos y sus intereses, pero desestabiliza el cuerpo social y debilita el futuro de ese pueblo.
Para apelar a que la ley debe ser cumplida por todos, no hace falta señalar siempre a los más desfavorecidos. Hay otros ejemplos que salen de la política, la judicatura o la banca. Y para rebatir un argumentario que se considera antisocial, no es necesario llamar a nadie discípulo de Musolini o ubicarlo en el ku klux klan.
Si queremos preservar nuestro mayor bien, sus señorías deberían empezar haciendo esfuerzos por modificar sus actitudes. No deberían pensar que hablar para que te jalee la parroquia es el fin de la política. No. El fin de la política es organizar la convivencia. Por eso cuesta entender que personas inteligentes, militen en Vox o en MdyC, sean incapaces de impedir que asomen los instintos, aplastando su inequívoca formación. Mucha sensatez he visto en las palabras del Consejero de Medio Ambiente, Yamal Dris, sorprendido por la visión tan negra de los diputados contendientes, frente a la histórica normalidad de los ceutíes, sean de la religión que sean.
Espero que algunos no pretendan incendiar Ceuta, como pasa todas las noches con los contenedores o los vehículos. Esto último es preocupante, lo primero sería definitivo.