Desorden

La ciencia y la democracia tienen un punto en común: ambas aspiran a poner orden en medio del caos. Otro génesis, como aquel en el que la palabra puso orden cuando todo estaba desordenado y vacío.
Por eso es tan importante que la ciencia coloque en su lugar al covid-19, lejos de nosotros, y que los gobiernos democráticos achiquen el espacio a los radicales intolerantes, que van sumando números como la pandemia y contra los que no hay mejor vacuna que el imperio de la ley.
Pero no una aplicación de la ley ambigua, tímida y avergonzada, sino firme, segura de si misma, porque estemos convencidos de que tenemos mayor altura intelectual y moral que esos energúmenos que sólo muestran un afán: destruir sin construir nada alternativo.
No es nuevo el debate intergeneracional. Ya el gran Turgueniev, en su novela Padres e Hijos, publicada en 1862, imaginaba a un joven líder cuyo único programa era arrasar la forma de convivencia existente, eliminar cualquier vestigio de aquella cultura “decadente”. Pero cuando fue interpelado por un hombre maduro sobre cómo reconstruiría la nueva sociedad, cuál sería el modelo del nuevo orden social, su respuesta fue un vacuo silencio. En realidad su único objetivo era la destrucción. No veía más allá, carecía de proyecto común y alternativo.
Da la sensación de que ese modelo de joven se impone, liderado por pseudoartistas como Valtonic o Hasél y por pseudopolíticos como Iglesias o Echenique, tan compresivos ellos con quienes arruinan salvajemente a un pequeño comerciante, como jaleadores de una libertad que no existe y que se han inventado ellos, que es la de creerse por encima de la ley. Por eso entienden a los condenados por sedición y a los prófugos de la justicia, los comprenden y los elevan a la categoría de luchadores por la libertad, a esos y al etarra Otegui. Buscan el desorden, promueven el caos y alientan todo tipo de conductas que puedan allanar su camino de finiquitar España, su constitución y sus instituciones.
Lo que pasa en Ceuta todas las noches, con quemas de coches y destrucción de mobiliario urbano y amenazas a quienes prestan servicios públicos, como limpieza, transporte o seguridad, es una réplica de lo que sale en la tele a diario.
Es verdad que los poderes públicos deben garantizar la educación y la igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos, pero también la seguridad y el respeto de las normas de convivencia.
Me temo que en Ceuta no se garantizan ni lo uno ni lo otro, y si no se toman medidas de carácter estructural y no para salir del paso, podemos acabar como Barcelona, que desde que surgieron los políticos radicales, ha pasado de ser una de las referencias de Europa a un lugar inhabitable. España no anda a la zaga y Ceuta ya está dando señales de estar en zona de riesgo. Si las actuales autoridades, más allá de enzarzarse en debates estériles, se muestran incapaces de abordar causas y soluciones para este gran problema, mejor podrían dedicarse a escribir sus memorias.