De aquellos polvos… … Vienen estos lodos

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Parece que hay una coincidencia generalizada respecto de las provocaciones que Verdejo, el de Vox, exhala pleno tras pleno. Y parece que la tiene tomada con Rontomé, al que pone de vuelta y media cada vez que abre la boca. Tanto chinchorreo ha acabado con la paciencia del portavoz popular que ha reaccionado con un pronto incierto, pero que ha controlado inmediatamente. No es pecado desesperarse y reaccionar así. Es humano y a todos nos pasa de vez en cuando, aunque a los políticos se les exige que sean como los ángeles, puros y transparentes.

A mi Verdejo no me sorprende. Es una persona radical y desmedida. No acepta una crítica y acaba llamando traidor a cualquiera que se acerque a él. Entiende la política con una máxima estrechez, incapaz de pensar que otra manera de pensar pueda aportar algo positivo. Es más extremo que el partido al que representa y le gusta más levantar muros que puentes. Pero dicho todo esto, hay que reconocerle que no es oscuro y que se muestra tal y como es. No esconde lo que piensa y lo dice sin disimulo. Es decir: con él sabes de antemano a qué atenerte. La verdad es que siempre he preferido adversarios o compañeros de ese jaez, porque los que le dan mucho valor a las formas, son los que en algún escondido refajo guardan la daga que te clavarán cuando menos te lo esperes, porque nada en ellos anuncia que son capaces de matarte sin inmutarse.

No pretendo compartir nada con Verdejo, aunque respeto cualquier forma de pensar, incluso a los comunistas, porque como decía el Presidente Suárez, uno puede estar en las antípodas de ese pensamiento, pero por encima de todo es ser demócrata. Sólo suelto todo este rollo para destacar el perfil del portavoz de Vox en la Asamblea de Ceuta: tan claro como inaccesible.

Y si con alguien así tienes confidencias e intereses comunes, e incluso eres capaz de caminar con él por la senda del compañerismo de gobierno, nunca podrás decir que no sabías cómo era ni cómo pensaba. Lo que hoy te vomita a ti, antes se lo vomitaba a otros. Ya despuntó en la campaña electoral por hablar “maravillosamente” de Vivas, de mi y de otras perdonas públicas. Su colega Juan Sergio se hartó de llamar traidor a Vivas y a mi sinvergüenza. Seguramente lo dijo por comparación consigo mismo: él tan gallardo ante su público y con más miedo que vergüenza ante un juez, incapaz de reconocerse autor de esas cosas que se oían de su boca.

No creo que eso sea Vox. Porque Vox es mucha gente que quiere algo de orden en medio del caos. Me quedo con la gente, igual que me quedo con la gente del PP, que no se merece estar tan poco representada, y no en cantidad. Me quedo con los socialistas de corazón que se desesperan ante la deriva de un partido que ha perdido el centro, e incluso me solidarizo con los votantes de Podemos, que deben andar avergonzados del matrimonio de nuevos ricos que pasan de ellos. Me cae bien Edmundo Val, tal vez por su sencilla coherencia y también me gusta Diaz Ayuso, inasequible al desaliento y liberal desacomplejada.

En fin, que en política es difícil esconderse de las mentiras. Ese que hoy te pone verde, es la prueba evidente de que tuviste malas compañías y es difícil de creer que pudieras planear junto a él el futuro de Ceuta en algún momento. Y lo que es imposible, por lo clarito que es, es que no supieras quien era ni lo que pensaba.

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