La muerte de Magallanes (27-04-1521)

Se cumplen hoy 500 años de la muerte de Magallanes en Mactán, una pequeña isla perteneciente al archipiélago de las Filipinas

Magallanes. / FOTO E.P.
Magallanes. / FOTO E.P.

Se cumplen hoy 500 años de la muerte de Magallanes en Mactán, una pequeña isla perteneciente al archipiélago de las Filipinas. El ilustre navegante portugués al servicio del rey Carlos I de España, no pudo conseguir lo que finalmente alcanzó su sucesor Elcano: completar la vuelta al mundo tras un periplo lleno de penalidades, en la única nao superviviente de las cinco que habían salido primero desde Sevilla, el 10 de agosto de 1519, y luego desde Sanlúcar de Barrameda el 20 de septiembre de ese mismo año.

El quinto centenario de la muerte de Magallanes parece una ocasión propicia, una gran oportunidad para descubrir el hombre detrás del héroe , comprender sus formas de actuar, conocer sus vínculos con el poder, evaluar la importancia de sus relaciones sociales y abordar los conflictos que tuvo que afrontar para sortear una existencia mediocre, marginal y oscura a la que parecía estar destinado de haber permanecido en su patria, donde la vida de Magallanes hubiera ido languideciendo poco a poco, tal vez en el desempeño de una magistratura menor como ocurriera con otros ilustres portugueses veteranos de mil batallas.

Hoy está generalizada la imagen del Magallanes héroe, fabricada desde el siglo XVI fundamentalmente por autores extranjeros, ya que los principales poetas y la mayoría de los escritores hispanos, salvo los cronistas de América, se olvidaron tanto de Magallanes como de Elcano.

Una de las tendencias más notorias de estos últimos años es la reivindicación de Magallanes como héroe portugués, tras siglos de ser acusado de traidor a su rey don Manuel I, a su patria y a sus raíces. De hecho quedó fuera del panteón de próceres nacionales. Hoy las cosas han cambiado, aunque prosiguen las controversias sobre su linaje y lugar de nacimiento, su formación y su relación con el soberano portugués, y la presunta ocultación castellana de sus méritos en beneficio de Elcano, lo que está empañando, salvo raras excepciones, el diálogo entre escritores lusitanos y españoles.

Como la figura de Magallanes sobrepasa con creces las dimensiones de esta modesta aportación a su figura, nos centraremos en el episodio de Mactán que a la postre fue el que condujo al insigne navegante a la muerte.

El día 7 de abril de 1521 y tras un periplo de tres días de navegación, la armada formada por las tres naves que quedaban de las cinco iniciales- la Trinidad, Concepción y Victoria- entraba en la isla de Cebú descargando artillería a modo de saludo, ante lo que los isleños reaccionarían con miedo. Pronto les convencen de que se trata de una señal de amistad y Magallanes se va ganando la confianza del reyezuelo local, Humabón, con el que intercambia regalos. Termina cristianizando a miles de indios, lo que prueba también su perfil de evangelizador en estas remotas islas. El propio Humabón adoptaría el nombre de Carlos y se declara súbdito del rey de España.

Sin embargo, Silapulapu el rey de la vecina isla de Mactán, en guerra con Humabón, desafía a los expedicionarios. Nunca se sabrá por qué Magallanes aceptó el reto de Silapulapu y desoyó los consejos del rey de Cebú que tan solo le pidió al capitán general que le ayudara con la aparición de su flota, reforzada por algunas salvas de artillería.

Lo cierto es que Magallanes, en un exceso de confianza, acude a Mactán desembarcando en la playa con 48 hombres protegidos por algunas corazas. Es sábado, 27 de abril de 1521. Con el agua hasta la cintura avanzan hacia sus adversarios. Las armas de estos últimos son piedras, flechas, lanzas de madera de extremidades endurecidas al fuego o provistas de un hueso de pescado. Los guerreros de Silapulapu se cuentan por varios centenares. Algunos cronistas dicen que eran alrededor de tres mil. Como protección llevaban tarjas, pequeños escudos de madera que manejaban con suma destreza.

Comienza el desigual combate. La superioridad numérica del enemigo hace que los lentos arcabuces resulten ineficaces, pues necesitan de dos hombres para su manejo. Sus disparos irregulares, verificados desde la orilla de la playa, no hacen el menor daño a los aborígenes que no tardan en advertir su ineficacia.

Los indígenas se mueven con una rapidez desconcertante, y lanzan flechas sobre la pequeña tropa que se detiene. La angustiosa sensación de estar cercados, causa pavor a los españoles que, presos de pánico , empiezan a retroceder hacia las embarcaciones fondeadas cerca de la orilla. Hasta se despojan de su armadura para huir más rápidamente. Magallanes, el primero en avanzar hacia la playa ordena hacer cesar el fuego y es el último en alejarse. Cubre la retirada con la protección de ocho hombres entre ellos sus fieles Pigafetta, el cronista del viaje, y Enrique, el esclavo al servicio del capitán general. Una flecha hiere a Magallanes en la pierna. De inmediato se ve rodeado de una horda de indígenas. Dos veces pierde su casco, arrancado por un golpe de lanza. Recibe una herida en el brazo derecho que le impide llevar su mano a la espada. Pigafetta recoge en su diario que “ viendo aquello, todas aquellas gentes se arrojaron sobre él; y uno, con un gran dardo, le dio un golpe en la pierna izquierda que lo hizo caer de boca. Entonces, se lanzaron sobre él, con lanzas de hierro y de cañas en tal forma que acabaron con su vida. Después, viéndolo muerto salvamos y pusimos a los heridos en los navíos que se iban ya. Humabón nos habría socorrido, pero el capitán, antes de bajar a tierra le había dado orden de permanecer en las naves y de observar el combate desde allí”.

Al día siguiente de aquel desastre que acabó con la vida de Magallanes y ocho de sus hombres, Carlos Humabón hizo una primera tentativa para conseguir de Silapulapu la devolución de los despojos mortales del capitán general. Recibió un despreciativo rechazo. Un segundo mensajero tuvo idéntica suerte: el reyezuelo de Mactán le hizo saber “ que ni por las mayores riquezas cedería a aquel hombre, y que lo quería guardar para su memoria perpetua”.

Así pues, Magallanes no tuvo la sepultura que había deseado: una simple tumba a la sombra de los muros de Santa María de la Victoria, en Triana (Sevilla), o en cualquier otra capilla consagrada a la Virgen María.

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