España

Si hacemos caso a la historia, a una historia científica, no contaminada por los argumentos pueblerinos y partidistas, España es una de las grandes naciones de la humanidad. Su impacto ha sido colosal en la construcción, siglo a siglo, de un mundo mejor, pero lleva demasiado tiempo escondiéndose, no reconociéndose. No ha seguido la estela de otras grandes naciones, como Inglaterra, que siente verdadero orgullo de su historia y de su forma de ser y estar en el mundo.
Con quien primero hay que saber presentarse es con los vecinos, para que no se llamen a engaño. Los británicos han dejado siempre su marca ante los suyos: los europeos, cuidando mucho sus privilegiadas relaciones con sus parientes trasatlánticos: los norteamericanos. España ha sido siempre temerosa de ofender a sus vecinos, entendiendo por ofender el simple hecho de exigir respeto mutuo y jamás ha cuidado su patrimonio histórico-cultural y afectivo con las naciones hermanas del otro lado del océano que enlazó Colón. Pero cuando me he referido a España, debería haber sido más concreto y centrarme en sus gobiernos, porque España y los españoles, somos mucho más grandes que ellos.
Estamos viviendo en Ceuta un nuevo episodio de la falta de respeto de Marruecos hacia España, llegando a permitirse darnos indicaciones sobre nuestra política exterior, como cuando califican de acto de mala vecindad que el representante del Frente Polisario sea recibido en nuestro país. Menudos representantes de la buena vecindad son los gobernantes marroquíes, que usan a seres humanos como objetos de protesta, arrojándoles al peligro y a la muerte para conseguir sus fines, que no son otros que amenazar y chantajear.
Pueden, si lo desean, enviarnos a toda su población. Desde luego, aquí vivirían mejor, sin tener que soportar un régimen totalitario que desprecia los derechos humanos, pero eso sí, se quedarían sin súbditos a los que seguir sometiendo.
Pero seguir hablando de Marruecos no merece la pena. Les corresponde a los marroquíes defender sus derechos. Lo que toca es poner en evidencia la pena que da España, tan desaliñada, sin que nadie con responsabilidad levante la voz frente a ese vecino abusón, que se cree con más derechos que nadie.
Los países grandes no se dejan amedrentar y defienden los grandes valores de occidente con la cara bien alta. Y los gobernantes serios no hablan de los asuntos de estado entre dientes y con un lenguaje confuso. Si alguien se tiene que avergonzar de algo es ese vecino consentido que tiene su propia casa patas arriba y que debería ser repudiado por toda la comunidad.
Termino como el gran Vicente Vallés: “España, a veintisiete de abril de dos mil veintiuno”