ALGO MÁS QUE PALABRAS
Engrandecimiento del mundo y custodia de la creación
En el siglo XVII, el rey español Felipe III, conquistó el castillo de San Miguel de Ultramar, en la Mamora. La Mamora o La Mámora es el nombre que se le dio en España durante el siglo XVII a la actual ciudad marroquí de Mehdía. ... Estuvo bajo dominio español entre 1614 y 1681, cuando fue conquistada por el sultán Muley Ismaíl.
La Imagen de Jesús, fue llevada a raíz de la toma de la Plaza, por los frailes menores capuchinos, con el fin de que recibiera culto por parte de los soldados. En el mes de abril del año 1681, cayó la ciudad, y con ella la imagen. El entonces sultán de Fez, Muley Ismail, decide llevarla a Mequinez como muestra de la victoria. En Mequinez, es arrastrada y ultrajada por las calles, para que la gente pudiera mofarse de ella. Un padre trinitario, testigo presencial de los hechos, propone al sultán intercambiar la imagen por el mismo oro que pesase la misma. Cuenta la leyenda que al ser pesada la imagen, se redujo tanto su peso que, con solo treinta monedas, se equilibró la balanza. La gente quedó asombrada y como es natural, el sultán cogió un mosqueo de mil demonio. La compra de la imagen fue realizada finalmente por los Padres Trinitarios, prueba de ello es el escapulario con la cruz trinitaria (roja y azul) que lleva la imagen. Se cuenta, que este escapulario, era el “salvoconducto”, que facilitaba el paso de la imagen hasta tierras cristianas y significaba que los Trinitarios habían pagado por ella.
Domingo Fernández Villa, en su libro “HISTORIA DEL CRISTO DE MEDINACELI”, nos dice así: “La imagen del Cristo es de la primera mitad del siglo XVII, con 1,73 metros de altura. Fue tallada en Sevilla, lo que explica que su iconografía es la correspondiente a los Cristos llamados “de la Sentencia”. Fue llevada por los HH. MM. Capuchinos a la plaza fuerte de Mámora (Marruecos), para culto de los soldados españoles. En Abril de 1681, cae prisionera de los moros, la arrastran por la calles de Mequinez, y la rescatan los Trinitarios, llegando a Madrid en el verano de 1682. Llega con fama de milagrosa. Ese mismo año se organiza la primera procesión a la que asiste el “todo Madrid”, pueblo fiel, nobleza y casa real. Desde entonces todos los años, en la gran romería del primer Viernes de marzo, asiste algún miembro de la familia real a rezar al Nazareno.
La imagen del Cristo es de la primera mitad del siglo XVII, con 1,73 metros de altura. Fue tallada en Sevilla. Es dudosa la autoría de la imagen y, mientras que unos se la atribuyen a Luis de la Peña, los más se la adscriben a Francisco de Ocampo. La imagen se realizó por encargo de la comunidad de los Padres Capuchinos de Sevilla, quienes la llevaron a la colonia española de Mámora en el norte de África, llamada por los españoles San Miguel de Ultramar. El día 30 de abril de 1681, Mámora cayó en manos de Musley Ismael y su ejército y la imagen del Nazareno fue también capturada y llevada a Mequínez. La historia atestigua por orden expresa del Rey Muley, la imagen fue arrastrada por las calles de Mequinez en señal de odio contra la religión cristiana y hasta algunos aseguran que, como si se tratara de carne humana, fue arrojada a los mismos leones... Fue vista por el Padre de la Orden de la Santísima Trinidad, Fray Pedro de los Ángeles, quien, arriesgando su vida y presentándose ante el mismo rey, solicitó el rescate de la imagen como si se tratara de un ser vivo. Se dice que el rey le permitió al padre trinitario custodiar la imagen, hasta que reuniera el dinero para su rescate, amenazándole que, de no hacerlo así, lo quemaría a él y a la imagen. El Padre General de la Orden mandó a los Padres Miguel de Jesús, Juan de la Visitación y Martín de la Resurrección que se encargaran de servir de mediadores en la solución del problema y estos lograron convencer al rey Muley de que tasara el rescate de la imagen pagando su peso en oro. La leyenda asegura que la balanza se equilibró exactamente cuando se acumularon treinta monedas. Una y otra vez efectuada esta operación, el resultado fue siempre idéntico, con lo que el recuerdo del episodio evangélico en el que Cristo mismo apareció valorado en esas 30 monedas resultaba milagroso.
La primera advocación popular con la que consta que fue invocada la imagen del Cristo fue la de “Jesús del Rescate”. Ya el 28 de enero de 1682, día de la constitución de la “Real Esclavitud”, hay referencias de una Comunión General «en memoria de haber sido en el que quedó por propia de la Religión y enegenada de los infieles de la Santísima imagen de Jesús».
La imagen, ya rescatada, pasó después a Tetuán, de allí a Ceuta, y por Gibraltar a Sevilla, hasta llegar a Madrid en el verano de 1682, Llega con fama de milagrosa. Ese mismo año se organiza la primera procesión a la que asiste el “todo Madrid”, pueblo fiel, nobleza y casa real. Desde entonces todos los años, en la gran romería del primer Viernes de marzo, asiste algún miembro de la familia real a rezar al Nazareno.
La imagen se deposita en el convento de los Padres Trinitarios Descalzos, junto al que en 1689 se le erigió una capilla, donación de los Duques de Medinaceli. A consecuencia del decreto de Desamortización firmado por Mendizábal en 1836, la imagen volvió otra vez a peregrinar por Madrid, en esta ocasión hacia la iglesia de San Sebastián en la que permaneció diez años cuando, gracias a la influencia del Duque de Medinaceli, volvió a la capilla del antiguo convento de Trinitarios, regentado entonces por las Religiosas Concepcionistas de Caballero de Gracia y después por las Agustinas y las Carmelitas de Santa Ana.
Fue en 1890 cuando, al derribarse el convento de los Capuchinos de San Antonio del Prado, sus patronos, los duques de Medinaceli, pensaron instalar definitivamente en su nueva capilla la imagen del Cristo. Esto aconteció el día 8 de julio 1895, interviniendo en la donación la Duquesa Madre de Medinaceli Doña Casilda Salabert y Arteaga.
Durante la Guerra Civil, el día 13 de marzo de 1936 los devotos y vecinos del convento lograron impedir que la imagen fuera destruida por un piquete de revolucionarios. El 17 de julio los frailes ocultaron la imagen en una caja de madera, y envuelta en sábanas, en los sótanos del convento. Alojándose en el mismo el batallón republicano conocido con el sobrenombre de “Margarita Nelken”, y para mitigar el frío del invierno madrileño que allí padecían sus tropas, al buscar unas tablas para calentarse se encontraron con la sorpresa de la caja que contenía la sagrada imagen... Al comprobar Juan Manuel Oliva, jefe del batallón, “a las cuatro de la tarde” que se trataba del Cristo de Medinaceli, no sólo por motivos artísticos, sino también religiosos, entregó la imagen a la “Junta del Tesoro”, que la trasladó bien pronto a la ciudad de Valencia, concretamente al Colegio del Patriarca. En marzo de 1938 fue transportada a Barcelona y desde allí , el día 3 de febrero de 1939, fue trasladada con todo el Tesoro Artístico a la ciudad suiza de Ginebra, a la que llegó el día 12 de febrero. Cuando terminó la guerra y fue recuperado el Tesoro, Don Fernando Álvarez de Sotomayor, representante del nuevo Gobierno español, consiguió que la imagen del Cristo saliera de Ginebra el día 10 de mayo de 1939, siendo esperada con toda devoción en Pozuelo de Alarcón, pueblo cercano a Madrid. Allí fue recibida con honores militares y de ella se hizo cargo la Junta de la Real Esclavitud, llevándola a Madrid, momentáneamente al monasterio de la Encarnación. La víspera de la festividad de San Isidro, el día 14 de mayo, todo el pueblo de Madrid se organizó en solemne procesión acompañando la imagen hasta el altar de su templo en el que siguió recibiendo el culto y la veneración de multitud de devotos. Siempre, pero sobre todo los viernes del año, y de forma multitudinaria el primer viernes de marzo, son incontables las personas que acuden a venerar al Cristo de Medinaceli, para lo que han de aguantar largas horas de espera y de incomodidades aún climatológicas, hasta conseguir besarle el pie y formularle las tres peticiones rituales.
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