Lobos con piel de cordero

Ayer pretendió Arnaldo Otegi, que nos tragásemos un sapo como la catedral de San Sebastián de grande. Nos contó lo sensibles que son ante el dolor de las víctimas de ETA y que “aquello” jamás debió pasar.
Otegui es un terrorista, no un político. Él alentó a matar a personas inocentes. Ninguno era un fascista o un liquidador de las libertades. Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica, Miguel Ángel Blanco, Ángel Mota Iglesias, y una lista interminable de personas, fueron asesinados por pensar distinto a esa banda de filonazis y por defender el derecho a esa diferencia.
Qué rápido ha salido Patxi López, con indisimulado síndrome de Estocolmo, a aplaudir las palabras de ETA, porque lo que dijo ayer Otegi es exactamente lo mismo que dijeron aquellos tres encapuchados del cucus clan vasco, tan cobardes como los originales, que también odiaban la diferencia.
Ahora hay que esperar la reacción del Presidente del Gobierno, para ver si le hace la ola a Patxi López o actúa con la coherencia necesaria, es decir, si aplica la misma vara de medir a ETA que a Franco. Porque la memoria histórica no se puede reivindicar para unos y no para otros. Franco era un asesino, pero los etarras también. Franco acabó con una democracia, imperfecta, pero democracia, lo mismo que los etarras procuraban acabar con la democracia de nuestro tiempo. Ambos usaron la fuerza, la coacción y el desprecio más absoluto por la vida de lo que pensaban de otra manera. Se habla de cunetas de hace ochenta años, pero se olvida que hay otras cunetas de hace unos días: aquellas en las que están los familiares de las víctimas de ETA que no saben aún quien acabó con su vida, porque ni ETA ni Otegi nos lo quieren contar, muy al contrario sólo pretenden echar un cerrojo a la investigación de esa parte de nuestra historia muy reciente, aunque reivindican con absoluta grosería, la investigación de los asesinatos de hace casi un siglo. Desprecian el abrazo de la transición de 1978, es más, lo denuncian como algo depravado, pero ofrecen de modo soez un abrazo asqueroso a quienes mataron sin ningún motivo, sin querer asumir ninguna responsabilidad, ni penal ni moral. Y esto último, la falta de responsabilidad moral es peor, porque pudre cualquier cosa a la que se acerca. ¿Qué responsabilidad asume un etarra como Otegi cuando aplaude un homenaje a un asesino?
Cualquier miembro de esa banda se merece el perdón como cualquier persona que es capaz de reconocer sinceramente su barbarie y asume las responsabilidades que de ella se derivan. Pero esto es otra cosa. Otegi no es Mandela. Es el que torturaba a Mandela.
Hace poco Iciar Bolliain, extraordinaria cineasta, ha estrenado una gran película: Maixabel. Es la historia del drama de la viuda de Juan Maria Jauregui, gobernador civil de Gipuzcoa, asesinado por ETA en los años del plomo. Su asesino pidió verla y cuando ella le dijo que prefería ser la esposa de Jauregui, a pesar de lo vivido, que la madre del etarra, este, con lágrimas en los ojos le contestó: “Y yo preferiría ser Juan María Jauregui que su asesino”. Naturalmente, el asesino cumplió su condena, porque aquel sincero arrepentimiento no le impidió entender que debía pagar su deuda con la sociedad, al contrario, lo entendió mucho mejor.
Mi humilde homenaje a todas las víctimas de la mayor injusticia cometida en este país. Y espero que el Gobierno de España no corra un velo sobre esta parte de nuestra historia, lo mismo que no lo hace con otra etapa negra pero mucho más alejada en el tiempo.