ALGO MÁS QUE PALABRAS
Engrandecimiento del mundo y custodia de la creación
Javier Chellarám
Van pasando los años pero el recuerdo sigue en mí, no sé en que lugar de este homenaje voy a ponerme, no sé si esto tendrá continuidad algún día, pero este pasaje que tengo en el fondo de mi ser os lo voy a contar para que siempre todos recordemos esa estirpe que todos llevamos dentro.
En esta historia no sé si soy cabo cuartel, serviola, marinero en puente o cabo timonel, o si acaso cual fuel servidor de una caldera, un preferente de fogonero, fue en el año 1936 en plena efervescencia de la contienda, el abuelo Bernardo veterano fogonero de las entrañas de las calderas forma parte de las dotaciones de buques de guerra, entre ellos el Huesca, este navío tenía muchos problemas traducidos en reparaciones de numerosas averías, siendo desembarcada su dotación a otro de más envergadura, nada menos que al Crucero Canarias.
Aquel navío se salvó por error al ser alcanzado su gemelo en el combate de Cabo de Palos, el Baleares, fue con orgullo y cariño traducida en una pasión el que el abuelo Bernardo fuera el mejor maestro y mentor en las lides marineras para nosotros con el paso de los años.
Con sentimiento y emoción encuentro unas medidas maestras de aquel buque, eslora; 193,90 metros, manga; 19,52 metros, calado ; 6,51 metros, así como una maquinaria de ocho calderas y cuatro turbinas Parsons, señas que fueron recogidas durante mi estancia en la Armada haciendo el servicio militar.
Recuerdos de una estirpe que quizá se vayan perdiendo a través de una herencia sin legado y por eso lo voy plasmando porque la vida termina y las obras van quedando para las generaciones venideras, no voy a tocar la lucha fraticida de un bando a otro, es mi recuerdo de un hombre que amó el mar, como una inspiración divina, como algo sublime y celestial así que tantas horas y horas de conversaciones del mar, con sus miedos y su belleza, el esfuerzo por sobrevivir en tiempos de miseria, tiempos muy duros y momentos de pasión , de intriga contados y narrados con detalles con sus manos encalladas apoyado en el mantel de plástico, el famoso “ hule “, mientras a sus manos le acompañaba el vaso de vino que degustaba juntos con aquellas habas verdes.
Desde chiquillo me quedaba ensimismado entre explicaciones de golpes de mar, de cobrar el arte lo que era recoger las redes de las entrañas del mar, con el fruto que coleaba y saltaba entra esas rojizas artes de pesca, como collares brillantes de perlas a la luz y el brillo en su mar, cual lucero que se contoneaba en las olas ante los mecíos de esa traíña marinera.
Para perder el sentío y el temblor de mis tripas sobre las seis de la tarde, una merienda de rancho de combate como solía decir, el abuelo tostaba pan en el aceite de una vetusta sartén con una propulsión de humo que subía un tizne deslumbrando a través de una vieja pared, allá que se veía en el cielo negro de la misma, una interminable chimenea y siempre nos quedó eso de la chimenea como la mejor señal de verano para el abuelo Bernardo sacar un infiernillo al corredor con su parrilla y preparar unas sardinas asadas, a golpes de sal y rociadas con aceite del bueno.
El humo coqueteaba los aires agosteños de la calle y allá que embelesado ese aroma marinero a pescaíto frito me hacía dejar los juegos callejeros para sentarme a la vera del abuelo.
Su casa tenía por entrada lo que conocíamos como “ el punte de mando “ ¡ niño que vienes sudando de tantas carreras y revolcaeros ¡ jerga popular que nuestros mayores empleaban para arengar esas interminables cabriolas de chiquillos. Continuará.
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