ALGO MÁS QUE PALABRAS
Engrandecimiento del mundo y custodia de la creación
Javier Chellarám
Atrás quedaron en la silueta del navío las cabriolas de la chiquillería conjugando entre grandes y pequeños, el ingenio de la fantasía, así era nuestro lema entre rimas de plon y poesías.
Una vez me había lavado las manos en esa palangana de cinc con un enorme jabón verde, jabón para la tabla de lavar, mientras entre coplias de la época mis sudores se escurrieron y secaron con una toalla que no entendía de suavizante ni detergentes aromáticos, ¿ quieres merendar sardinias ¿ niño siéntate y come ¡, aquello era un manjar al compás de los chispazos de la parrilla mientras se camuflaban mis ruidos de tripas, ante el sabor que planeaba en el ambiente allá que me lancé a por una tras otra esas rebanadas de pan de pueblo.
Sorbos de gaseosa que me regaba el gaznate impregnado del fruto de los mares, y así fue terminando el festín para despedirme del abuelo hasta el día siguiente, no sin antes el abuelo darme el repaso de rigor como las reales ordenanzas, leerme una especie de cartilla , niño ese pelo, niño cuando vayas al servicio, que te quede bien el gorro y el uniforme, niño tienes que comer bien no vayas a ser un canijo un guiñapo, así que los libros y los estudios y otra vez niño ese pelo ¡
Al recogerme con mis padres y hermanos en la plazoleta ante la algarabía infantil de saltos y brincos entre caídas de bellotas y trinos de gorriones derramados por las enormes palmeras, mi hermano con los churretes escurridos hasta el cogote pasando por las rodillas se me acercó cual chucho vagando, olisqueando el olor a pescaíto frito y me soltó ; ¿ que has estado en casa del abuelo , eh y porque no me has llamado eh ¿ tas quitao de en medio.
Esas eran las meriendas de poderío en aporte energético y calorías, si bien las habas verdes tan grandes como las nueces las he perdido la pista parece que en la vida se fueron con la magia del abuelo. Siempre me cautivaron sus hazañas y sus leyendas, con esas pericias de marino, por eso siempre lo tuve claro, al salir de clase con esas maletas marrones a la espalda con unas hebillas que ya pedían la jubilación, que yo sería marino.
Todos los niños decían lo que seríamos en el servicio militar, yo legionario , yo policía militar, yo infantería, yo aviación y al final yo el último, yo marinero, sin olvidarme ese listillo que me cortaba diciendo tu marinero como tu abuelo ¿ anda vente con nosotros al ejército del aire.
Siempre al mediodía al salir de clase, hacía una parada de visita a casa del abuelo, a pocos metros de la mía para degustar esos sorbos de gaseosa con las burbujas interminables que se perdían por el vaso, siempre me dejaban otear en la despensa para sacar un pedazo plato de pescado en adobo que ya le echaba el ojo para luego por la tarde.
El abuelo como si de un barco se tratase, tenía la casa definida con pañoles y compartimientos , el pasillo era el puente y allí daba paseos pensando como si estuviera de guardia en cubierta.
Cuando me sentaba en la mesa de nuevo el embrujo del hule de plástico , el barreño de cinc debajo de la mesa con la reserva de agua, así era el abuelo de precavido y en una mesita cristal la vieja radio Iberia dando la Misa del mediodía, con acordes de melodías de sabor añejo.
Cuando el abuelo se hartada de emisora cambiaba el dial para sintonizar unos cantes de Rafael Farina que era su delirio y su pasión ,quizá sus penas las enjugaba con los tientos festeros y populares de esas coplas disimulando las lágrimas por la abuela que partió para siempre años atrás. Continuará.
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